El monólogo de Alsina. 'No hay que confundir la ilusión con el ilusionismo'
Les voy a decir una cosa.
Para saber si hay vida después de la crisis casi mejor esperamos a que termine la crisis
Todos queremos creer, claro, que a la crisis le queda ya menos de lo que llevamos ya encajado y que, en algún momento, pasaremos página y volverá a haber trabajo, volverá a haber horizonte para los jóvenes e incluso volverá a haber promoción profesional y subidas de sueldo. “Hay vida después de la crisis”, dijo hoy el presidente del gobierno, en su nuevo papel de broteverdista encubierto. Es probable que la haya, claro, pero si la crisis durara, por ejemplo, cien años, no podríamos disfrutar mucho de esa vida la mayoría de los que aquí estamos.
Se comprende que el presidente, cansado de ver la cara de acelga que se nos pone cada vez que nos sube los impuestos y nos explica lo duro que es para él todas las decisiones que toma esté loco por decir alguna frase ilusionante que pueda ser recibida como una promesa de que todo va a ir mejor a partir de ahora. Bueno, “promesa” no porque entonces nadie se lo creería. Se comprende que quiera hablar ya de cómo hemos pasado el rubicón, como hemos dejado atrás el iceberg, cómo sacamos ya la cabeza del agua. Pero hablar del “después de la crisis” cuando la economía aún sigue cayendo y el paro aún sigue aumentando es olvidarse de que lo único impepinable es el presente.
El futuro, por muchas previsiones que hagamos, siempre estará en función de las cosas buenas y malas que nos vayan pasando. Esta idea de que ya está cambiando la situación -lo peor ya ha pasado, como dijo dos mil setecientas veces la vicepresidenta Fernández De la Vega, con aquel ojo clínico que tenía para las cuestiones económicas- es, como poco, prematura. Si se cumplen las previsiones del gobierno y de la mayoría de los analistas dejaremos de estar en recesión a finales de año -”finales”, estamos en febrero-, pero es que salir de la recesión no equivale a salir de la crisis. Crisis ya teníamos en España en 2008 (aunque Solbes y Zapatero jugaran al veo veo, o al no lo quiero ver, no lo quiero ver) y el PIB crecía entonces más de un uno por ciento.
Está bien transmitir ilusión, siempre que no se confunda la ilusión con el ilusionismo. Rajoy volvió a decir esta mañana que lamenta que los ciudadanos no percibamos aún la mejoría, pero igual no es que no la percibamos, es que aún no se ha producido. Zapatero hizo de la prima de riesgo su marcapasos: si subía es que todo iba mal, si bajaba, que el gobierno acertaba. Rajoy ha cambiado la prima por las subastas del Tesoro. Como cada vez que hay subasta colocamos todo el papel y nos prestan dinero a diez años al cinco por ciento, ¡bravo!, esto es que ya hemos mejorado muchísimo. ¿Seguro? ¿Seguro que acierta el presidente con su bondadoso diagnóstico? Hay vida después de la crisis, pero todo lo que tenemos hoy son previsiones, cálculos que dicen que la crisis habrá quedado atrás en dos años.
La realidad del país hoy no es distinta de la que había la semana pasada, antes del Debate de la Nación que sirve para que los grupos políticos se tomen la medida los unos a los otros, pero que nunca ha sido demasiado útil para cambiar la realidad. No el estado de la nación el que cambia porque se debata sobre el mismo en el Congreso, lo que cambia, si acaso, es el estado de Rajoy, la percepción que reflejamos los medios sobre si el presidente gana puntos o los pierde, mejora su salud política o la empeora. De eso va, cada año, este debate, de percepciones sobre quién resultó más persuasivo, quién sale reforzado y quién resbala.
Comentaristas hay tantos y tan diversos, foros hay también tantos y tan diversos, que es difícil alcanzar un veredicto unánime, pero ojeando editoriales de los medios con más predicamento, escuchando tertulias y atendiendo a los signos que emiten los propios diputados en el Parlamento, cabe concluir que Rajoy sale del debate mejor que entró -el estado de Rajoy, porque el país sigue siendo el mismo-, que Rubalcaba sale sin novedad (ni frío ni calor, su liderazgo aguanta pero no engancha), que nacionalistas vascos y catalanes han perdido protagonismo y que los grupos de la Izquierda Plural y de Unión Progreso y Democracia siguen ganándolo. Con ayuda, por cierto, del propio Rajoy, cuyo desdén, poco disimulado, a las intervenciones de Cayo Lara o de Rosa Díez es un activo, ahora mismo, para estos dos dirigentes políticos que han venido a demostrar que, por más que los medios de comunicación sigamos empleando este latiguillo de “el jefe de la oposición”, hoy no existe ya tal jefe. Hablar de la oposición es hablar de Rubalcaba, sí, pero añadiendo a su nombre al menos estos dos: Díez y Lara.
En las filas socialistas hoy es el día del “le tenía que haber dicho” y “lo que tenía que haber hecho”. A toro pasado brotan los estrategas como cardos en primavera. Diputados a los que no se recuerda una sola intervención reseñable pasan factura, sotto voce, al señor Pérez Rubalcaba. Que tiene un pasado y tiene defectos, pero que, como orador, les sigue dando unas cuantas vueltas a estos que andan hoy haciéndole la cama.
Como la prensa española también es (somos) un poco clicotímica, pasamos de unos excesos a los otros. El día que salió lo de Bárcenas parecía que Rajoy tenía ya los días contados. Situación inasumible, se leía, el presidente, acorralado. Incluso aquellos siempre dispuestos a glosar las virtudes inabarcables del jefe de gobierno dejaban entrever una cierta inquietud: se notaba porque cuanto mayor es la inquietud, más marianas les salen las portadas. La prima de riesgo se resiente por la corrupción, decían los títulos de las crónicas más críticas, y en esto de la prima un tanto desnortadas. El gobierno se tambalea, proclamaban el Finantial y el The Economist, extrañamente ajenos a la circunstancia de que el PP tiene 186 de 350 escaños y que, con semejante “rulo”, es bien difícil tambalearse. Parecía que era el fin del mundo (para el gobierno, se entiende), pero dos semanas después despacha el mismo presidente con holgura su primer debate de la Nación y parece que la opinión publicada se da la vuelta: de pronto es un presidente sólido al que la oposición no consigue ni despeinarle.
Rajoy tiene razón en una cosa que les dice siempre a sus diputados: los escándalos, incluso lo más dañinos, escampan; las malas noticias también se olvidan; el ciclo de la actualidad hace que los temas de los que todo el mundo habla se vayan renovando, sustituyendo los unos a los otros. Ahora, eso sirve para los temas que incomodan al gobierno y también para los que le agradan. Disfrute el presidente de que su estado sea hoy mejor que la semana pasada, porque la próxima semana vaya usted a saber de qué estamos hablando. El país sigue siendo el mismo de antes del debate de la Nación, con su prima, su EPA, sus gúrteles y sus Bárcenas.