El monólogo de Alsina: Temor a que la sangre se derrame en Egipto
Les voy a decir una cosa.
La sangre, de momento, sólo es una palabra que inflama los discursos. La sangre, esta tarde, no ha corrido en El Cairo, aunque estos días atrás haya habido muertos y heridos en la capital y en Alejandría.
La sangre, hasta esta hora de hoy, sólo es una palabra que pronuncian con ira el presidente del país, Mursi, y el general que está al mando del Ejército, Al Sisi. “Derramaré mi sangre si es necesario”, dijo anoche Mursi. “El ejército sacrificará su sangre por Egipto”, dijo después, en respuesta, Al Sisi. Tres horas después de haberse cumplido el ultimátum que los generales dieron al presidente de la república, el temor a que acabe derramada la sangre no sólo de Mursi o de los militares, sino de ciudadanos corrientes, opuestos o partidarios al jefe del Estado, permanece. Los Hermanos Musulmanes, único apoyo que le queda a Mursi, pero apoyo muy amplio y muy potente, anuncian, a su vez, que enviará a su gente a interponerse entre las armas y el presidente, “como escudos humanos”, dicen, “si hemos de sacrificar nuestras vidas, por supuesto lo haremos”. Con qué soltura, con qué alegría, se habla de verter la sangre esta noche en Egipto.
Un año después de la elección en urnas del primer presidente procedente de las filas islámicas, el Ejército egipcio vuelve a tomar el control (el poder real sigue vinculado a los tanques) y lo hace de nuevo con el aplauso de una parte muy numerosa de la población. Cuando los generales dejaron caer (forzaron la inmolación) a HosniMubarak hace dos años fueron aplaudidos con entusiasmo por los Hermanos Musulmanes. Celebraron el nuevo periodo que se abría, de tutela militar para una transición a elecciones libres y a una nueva Constitución. Ahora es el mismo Ejército el que de nuevo mueve ficha, y empuja al presidente que fue candidato de los Hermanos Musulmanes para deshacer lo que ha hecho en este año y abrir otro periodo de tutela con reforma de la Constitución y nuevas elecciones. Viendo las emisiones televisivas que se hacen desde la plaza Tajrir puede arraigar la impresión de que hoy, como en 2011, es todo Egipto el que está suspirando por la caída del presidente. Los manifestantes que ocupan la plaza, los que están concentrados esta tarde ante el Palacio Al Quba, donde permanece Mursi, son todos ellos, claro, contrarios a este presidente. Es incluso probable que la mayoría de la sociedad egipcia lo sea, porque Mursi se ha revelado incapaz de mejorar la situación de los egipcios y, sobre todo, de unir al país en torno a su presidencia (rechazó la opción de incorporar a la oposición al gobierno, disolvió el Parlamento, se atribuyó poderes para hacer casi cualquier cosa en defensa de su revolución; ha acabado siendo mucho más beligerante de lo que se esperaba de él en el empeño por convertir Egipto en república islámica), pero eso no quita para que una parte también numerosa de la sociedad esté con los Hermanos Musulmanes y, por tanto, con él, la parte islámica de la sociedad egipcia. Las manifestaciones en favor del gobierno también han sido muy nutridas y muy ruidosas, aunque los medios internacionales las hayan transmitido menos.
Acabar con Mubarak sin que el país se metiera en una guerra civil era más fácil porque el apoyo fundamental de Mubarak era el propio Ejército: le quitó la peana y se desplomó. El pueblo, que ya estaba en la calle, ovacionó la eficacia castrense. Pero esto de ahora es distinto, porque Mursi llegó al poder con apoyos distintos (51 % de los votos en las presidenciales que ganó su partido islámico) y ha permanecido en el poder apoyado en ese apoyo y enfrentándose, cuando lo ha considerado pertinente, a la cúpula del Ejército. En el comunicado que difundió ayer el partido de Mursi, Libertad y Justicia (socio, casi una filial, de la hermandad musulmana), se insta a la población defender en la calle la constitución que se aprobó con dos tercios de los votos (bien es verdad que con una participación muy baja) y a proteger la revolución que surgió de la primavera árabe. “Los ejércitos en los países modernos”, dice, “están para defender las fronteras y protegernos de los enemigos extranjeros, no para suplantar al pueblo como actor protagonista de la escena política”. Mursi se podría aplicar el cuento a sí mismo porque, en buena medida, él también ha intentado suplantar al pueblo, al menos a la mitad del pueblo egipcio que quiere un estado secular y un gobierno respetuoso con las demás opciones políticas.
Vista la deriva y la dimensión que fue alcanzando la inestabilidad en Egipto, la operación más hábil, pero más compleja, de los contrarios a Mursi habría sido lograr que los propios Hermanos Musulmanes dieran por amortizado al presidente y le obligaran a irse a su casa para sustituirle por alguien que sea capaz de trabajar con la oposición. Los salafistas de Al Nur así lo han sugerido: “que Mursi dé un paso atrás (dijo) para evitar el baño de sangre”. Pero ésa no es, o no parece que sea, la posición mayoritaria en la cúpula de los Hermanos y, desde luego, en el partido del presidente, donde la invocación de la sangre es permanente. Ellos llaman a la intervención del Ejército para deponer al presidente “golpe de Estado”, y difícilmente se le puede llamar de otra manera. Es un golpe de Estado que cuenta, también esto es cierto, con el apoyo de una parte de la población que puede ser incluso mayoritaria (esto siempre es una estimación). Y es un golpe sobre el que habrán de pronunciarse, caso de que el golpe se consume, los gobiernos de los países árabes, los gobiernos europeos y la administración norteamericana. Y a partir de ahí nos tendremos que hacer unas cuantas preguntasen esta noche que se antoja decisiva. ¿De parte de quién está la legitimidad en esta crisis? ¿Quién representa hoy a los egipcios? ¿Y qué interesa más, legitimidades al margen, a los gobiernos occidentales que suceda: un presidente islámico atrincherado contra el Ejército o unas Fuerzas Armadas que retomen la tutela del país socio? El pulso de estos días no es sólo del presidente islámico contra la oposición y el Ejército; el pulso es del Egipto islámico y el otro Egipto.