En monólogo de Alsina: En Roma, las cábalas sobre el nuevo gobierno conviven con las del cónclave
Les voy a decir una cosa.
En catorce horas, en este lugar, una de las plazas adoquinadas más fotografiadas de todos los tiempos, el escenario circular que cada mañana se inunda de turistas curiosos y católicos fervientes, el recinto que preside la cúpula de una basílica y el balcón desde el que dirigen su primer saludo los papas recién elegidos, en catorce horas y aquí, en la plaza de San Pedro del Vaticano, a donde Onda Cero ha trasladado ya los bártulos,Josep Ratzinger empezará a despedirse de su misión de Papa.
Un Pontífice que dimite. Aún está digiriéndolo la comunidad católica y aún está encajándolo el Vaticano, la administración de este país que, en colaboración con los servicios públicos de Roma, termina a esta hora de la tarde, a 48 horas de que se cierren las puertas de un Pontificado, de poner en pie toda la logística. Serán varios miles de personas los que a primera hora del miércoles vayan tomando esta plaza para ser testigos, y actores, de un acontecimiento insólito, un Papa que se va, porque quiere irse, y que se despide recorriendo esta plaza, entre los fieles, con el papamóvil.
Lo próximo será un cónclave y un papa nuevo. Antes se conocerá al nuevo jefe del Estado vaticano que al nuevo primer ministro del país que lo rodea, Italia. La Italia que anoche le otorgó al centroizquierda una victoria que ha sabido a derrota: el fiasco era visible esta tarde en el rostro de Bersani, el líder tocado que anoche no llegó a presentarse ante los medios y que guardó silencio durante toda esta mañana; la Italia que ha resucitado a un Berlusconi al que el resto de Europa quería ver definitivamente amortizado, el mismo Berlusconi que fracasó hace quince meses quebrada su mayoría parlamentaria, el mismo Berlusconi de los manejos y los escándalos que se presenta hoy como hombre de
Estado dispuesto a superar su alergia a la izquierda -hacer sacrificios, lo llama- para construir un acuerdo nacional por el bien de Italia; la Italia que ha consagrado en su papel de alternativa a todo, de símbolo de la rabia frente a todo lo establecido, a este cómico reconvertido en líder de masas, gritón, vehemente, exagerado, a Beppe Grillo, aspirante al puesto de fundador del movimiento que, empezando de cero, se alzó con la hegemonía política en Italia; la Italia que ha desairado a su todavía primer ministro, Mario Monti, el hombre que se maneja como nadie en las cumbres europeas, entre colegas gobernantes, prensa extranjera y altos funcionarios; el mismo que, fracasada su aventura política, aún confía en ser llamado, aún cree posible ser necesario.
Y es verdad que esta Italia del día siguiente, cuando han terminado, por fin, de contarse los votos, cuando la izquierda ha podido confirmar que en el Senado, por la mínima, también gana pero que se ha quedado sin aliados factibles en los que poder anclar un gobierno firme, todo está aún por escribir. El más rápido ha sido hoy el más viejo: Berlusconi se hizo entrevistar recién comenzado el día en su televisión para exhibir euforia, clamar contra la austeridad de Monti, despreciar tanto interés por la prima de riesgo -qué es eso del spread y a quién le importa-, rechazar la idea de convocar de nuevo a las urnas y animar a la izquierda a reflexionar sobre lo que han de hacer juntos.
Aspira el del Bunga Bunga a emerger ahora como ideólogo del gobierno de salvación, entiéndase sin Monti, porque al tecnócrata no le perdona Berlusconi el desdén con el que le trató cuando le sucedió en el gobierno ni el voto que le ha arañado, al presentarse, y aunque haya sido poco, en el centro derecha. De no haber concurrido Monti, es altamente probable que Berlusconi hubiera ganado del todo. Porque ganar, ha ganado aunque sea a medias. Lo reconoce el propio Bersani, líder sosainas, apagado (hoy más que ayer), que en su declaración de la tarde admitió que ni siquiera él, teniendo más diputados y más senadores, puede cantar, en realidad, victoria.
No hemos ganado pero hemos llegado a meta los primeros, dijo Bersani, consolándose, y retando a Grillo, ya que exhibe su condición de partido más votado, a plantear lo que más puede incomodar al ariete de la indignación, un programa de gobierno, un empezar a mojarse. Bersani entona el quieto parado ahí, Berlusconi, quieto parado que esta sartén (aunque sea de aceite hirviendo) aún tiene un mango, y ese le corresponde al líder del centro izquierda y al jefe del Estado, que también es de izquierdas y al que le quedan seis
meses en el cargo. Que entre la izquierda y la derecha, con Berlusconi resignado a quedarse en segundo plano (porque si no, no hay manera) sean capaces de alumbrar un gobierno de unidad nacional es una opción tan forzada y tan incomoda para todos sus integrantes que únicamente está sobre la mesa por un motivo: o hay pacto, o no hay gobierno en condiciones de merecer tal nombre.
Y quien más interesado está en el pacto, por forzado e incómodo que sea, no es Durao Barroso, o la señora Merkel (o Rajoy, que empieza a entonar aquello de pase de mí este cáliz, porque no es mío), quién más interesado está en que la negociación entre izquierda y derecha cristalice es Beppe Grillo. Le conviene la alianza de las dos coaliciones que encarnan la política tradicional, el gobernísimo, como él lo ha bautizado, porque le permite el dos en uno, la oposición a los dos a la vez, dos pájaros de un tiro. Tanto le interesa a Grillo que eso prospere que hoy mismo ha empezado a predicar contra la alianza: “lo impediremos”, pregona, “nosotros seremos el obstáculo”.
En el día siguiente a las elecciones, aquí en Roma, las cábalas sobre el nuevo gobierno conviven con las otras cábalas, las del cónclave que va llegando. La noche, gélida aquí en la plaza de San Pedro, precede a una mañana de calor humano. La última vez que el Papa Ratzinger pisará este suelo adoquinado. Eso, mañana. De momento esta noche nos viene bien una copa de Magno...saborear la Historia que aquí se está escribiendo y, por qué no, para entrar en calor. El calor de los momentos que quedan grabados en la memoria. Los buenos momentos que vivimos con el brandy de Osborne Magno.