El monólogo de Alsina: La pregunta no es de qué color es el vestido, sino de qué color es…Gallardón
Les voy a decir una cosa.
Si ustedes no saben de qué va esta historia, no es sólo que no tengan twitter, es que probablemente no tienen ni internet, ni televisión ni amigos que le pregunten. Si usted no sabede qué va lo de “el vestido” (¿de qué color es el vestido?) es que ha pasado el día de hoy en un mundo propio e impermeable (seguramente para bien).
Es el tema de conversación (electrónica) de miles de personas en medio planeta: la foto del vestido, en inglés “the dress”. Una chica de veintiún años, Caitlin, de la Escocia que sigue perteneciendo al Reino Unido, estuvo en la boda de unos amigos y compartiendo fotos con otros asistentes en una red social se quedó sorprendida porque algunos decían: “¿Pero el vestido de la madre de la novia no era azul? Sí, era azul, azul y negro. ¿Por qué? Porque el de la foto es blanco y oro? ¿Cómo?” Así empezó el fenómeno.
Caitlin le pidió a la señora que le enviara una foto del vestido para salir de dudas, la colgó en una página para pedirle a los usuarios que dijera de qué colores lo veía y empezó el lío. Unos decían que era azul y negro (que es como es) y otros que blanco y oro (que es como la mayoría de la gente lo ve). Y así ha echado el personal la mañana: discutiendo sobre el verdadero color de la prensa y sorprendiéndose exageradamente al descubrir que, sin necesidad de sufrir distorsiones visuales, es posible ver las cosas de un color diferente al que realmente tienen.
Que en España nos sorprendamos de algo así es, en sí mismo, sorprendente. Teniendo en cuenta que una de nuestras frases más recurrentes es ésta de “nada es verdad ni es mentira -todo es cuestión del color del cristal con que se mira-, ¿verdad?- y teniendo en cuenta que hemos asistido en España, y durante años, a una pregunta bien parecida. No de qué color es el vestido, sino de qué color es…Gallardón.
Una sola persona, con una sola ideología, que fue vista, según el momento y según quien mirara, como el más progre del ala izquierda del PP (ay el verso suelto) o el más carca de su ala derecha. ¿De qué color es el prenda? Los mismos que siendo alcalde lo veían como a un rojeras empezaron a verle, ya de ministro, como el señor caspa. Y al revés, claro. Quienes de alcalde lo consideraban demasiado moderno, de ministro lo aplaudieron como guardián de las esencias. Gallardón siempre fue el mismo. Lo que cambiaba era su ámbito de decisión y las circunstancias.
Con Gallardón, en el PP, sólo falta que lo borren de las fotos. Si en la instantánea que se hizo el primer gabinete Rajoy en la escalinata de Moncloa ve usted que han difuminado con photoshop a un señor para que parezca un seto, no lo dude: era Gallardón. Antes de que se completara el proceso de su inexistencia con carácter retroactivo. Nunca hubo un Gallardón ministro. Nunca se pretendió regresar a una ley de supuestos, en lugar de plazo, nunca existieron, en realidad, las tasas judiciales.
Gallardón nunca existió. Hoy en el consejo de ministros se ha hecho carne el anuncio de Rajoy en el debate de la nación: las personas físicas quedan liberadas de pagar tasas. Completando así el curioso camino que ha sido capaz de recorrer un solo gobierno: primero las pongo, luego las quito. Nadie podrá decir que el ministerio de Justicia ha estado mano sobre mano. Entre el tiempo que dedicó a preparar reformas legales y el tiempo que ha dedicado a desmontarlas, se le ha ido la legislatura en un suspiro. Recordar ahora que las tasas decaen la convicción con que las defendió el entonces ministro induce a la melancolía. Veinticinco de enero de 2012, recién llegado el PP al gobierno. El día que Gallardón se hizo un Podemos y proclamó que los enemigos de las tasas sólo querían perpetuar el antiguo régimen. “Nosotros”, dijo el ministro en referencia al gobierno del que formaba parte, “nosotros no vamos a tener una actitud tan conservadora”. Lo moderno, lo progresista, era pagar tasas a partir de un cierto nivel de ingresos para garantizar, así, que el sistema judicial pudiera seguir funcionando. Las tasas eran la llave que abría, por fin, el camino al desatasco de los juzgados y el sostenimiento de la Justicia. Y si las organizaciones de jueces y fiscales se revolvían era por conservadurismo; y si los colegios de abogados protestaban, era porque iban a perder clientes. Apegados todos al antiguo régimen.
Hoy un ministro de Justicia del mismo gobierno al que perteneció Gallardón le ha dado la vuelta al argumentario: ahora lo positivo es el consenso alcanzado con todas estas organizaciones profesionales y ahora ya no son necesarias las tasas para desatascar los juzgados. De lo dicho al comienzo de la legislatura, nada. Aquel 25 de enero nunca existió. Después de todo, fue el mismo día que anunció Gallardón que los vocales del Consejo del Poder Judicial se elegirían de otra manera para acabar con el partidismo, broma pesada, y fue el mismo Gallardón que quiso encomendar a los fiscales, en detrimento de los jueces de instrucción, la dirección de las investigaciones judiciales. Y tantas y tantas otras cosas a las que el ministerio de Justicia dedicó horas de preparar papeles que han acabado todos en el cesto.
La cosecha de reformas que deja el gobierno Rajoy en materia judicial es magra. También en esto va a ser interesante saber qué propuestas incluye el PP en su próximo programa electoral. En el ámbito de la justicia prometemos hacer otras dos o tres reformas para anularlas luego al final de la legislatura. ¿De qué color es el vestido? De ninguno. Si no hubo Gallardón tampoco hubo vestido.
Las redes sociales, aunque a menudo algunos lo olviden, vienen a ser un gran tablón de corcho en el que colgamos todo aquello que deseamos (o no nos importa) que los demás vean. Si publicas la foto de un vestido que no está claro de qué color es, consigues que el debate se extienda desde Escocia al último rincón de Australia. Y si lo que publicas son vídeos en los que presumes de haberte unido al batallón Vostok a las órdenes de Igor Strelkov,jefe de las fuerzas armadas de la República de Donetsk, entonces lo que consigues es que la policía española, a tu regreso de la guerra de Ucrania, te detenga como autor, presunto, de tenencia de armas y explosivos y comisión de homicidios. Ocho españoles hoy detenidos. Conectaron y ficharon por el bando prorruso a través del twitter. Estos no miraban vestidos. Miraban dónde poder pegar tiros.