EL MONÓLOGO DE ALSINA

El monólogo de Alsina: La lluvia fina

Les voy a decir una cosa.

No es el Guadiana, que aparece y desaparece.Es, más bien, aquello que decía Aznar, la lluvia fina.

ondacero.es

Madrid | 05.04.2013 20:27

Es verdad que algunos días el agua cae en tromba y viene acompañada por tormenta eléctrica ---retumban esos días las paredes de Génova con los truenos---, pero la mayor parte del tiempo el caso Bárcenas está ahí, llloviendo finamente y calando a un partido hasta los huesos, está presente incluso aquellos días que nadie habla de él porque no el juez no ha tomado decisiones nuevas, porque no ha habido interrogatorios, porque no ha habido novedades en los periódicos. IncLuso en esos días ---y el de hoy no es uno de ellos--- Bárcenas siempre está.


No es que siempre vuelva, es que nunca se ha ido. Ay de aquellos que, pasado el primer tormentón --aquella primera doble embestida, ¿se acuerdan?: lo de los sobres que largó, presuntamente, Esperanza Aguirre y lo de los papeles que le pasó, presuntamente, Jorge Trías al diario El País-- ay de aquellos que dieron el caso por amortizado antes de hora.

Después de todo, decían, son papeles apócrifos, el supuesto autor no los reconoce como suyos, todo lo que hay son fotocopias con números y nombres que cualquiera pudo inventarse todo a la vez, de una tacada para hacerle la puñeta a Mariano. Si Bárcenas dice que no es su letra, aquí no hay caso, predicaban. Vía muerta, se acabó lo que se daba.

Los muertos que vos matáis gozan de buena salud. Hoy han podido comprobar que este asunto de Bárcenas y la munición que aún esconde sigue siendo tan inflamable que basta una información periodística relevante, muy atractiva y muy bien presentada, para que, como dijo esta mañana en Onda Cero el autor de esa información, Raúl del Pozo ---periodista veterano, con buenas fuentes y, sobre todo, rabiosamente independiente--- basta una columna en primera página para que arda Troya.
No sólo recibían sobresueldos cargos del PP, le dicen a Raúl sus fuentes de todo crédito, recibían dinero en efectivo ministros en su despacho (acompañados o escondidos en cajas de Montecristo), directivos de comunicación que han cambiado estos años de compañía o estrellas de la radio de los ochenta, habrá que empezar a hablar entonces, siempre presuntamente también, de un fondo de reptiles.

Le dicen a Raúl que Bárcenas no quiere ser Torres, pero si no le salvan de la quema está dispuesto a serlo. Ser Torres, entiéndase bien, es actuar como Diego Torres, es decir: no ya filtrar cositas a los medios para poner nerviosos a los que, supuestamente, pillaron en negro, sino entregar el material al juez, aquí tiene usted mi arsenal, señoría, que empiece el desfile de interrogados.

El caso Bárcenas ha seguido, sigue y va a seguir estando ahí primero, porque es objeto de una investigación judicial que, en realidad, acaba de empezar; segundo, porque esta investigación discurre en paralelo a la instrucción de otro caso con el que tiene en común nada menos que el nombre de uno de sus imputados, el caso Gürtel, los Correas, Crespos y Pérez que hicieron negocio bajo el paraguas protector, y generoso, de cargos públicos del PP (alcaldes, diputados autonómicos) y de miembros de la estructura orgánica de Génova 13, singularmente Sepúlveda y el propio Bárcenas, entiéndase presuntamente y a la luz de lo que afirman los investigadores policiales.

Gürtel se lleva investigando desde comienzos de 2009; aún no se ha terminado esa investigación pero no falta ya mucho; cuando termine llegará el procesamiento de los acusados (por delitos relacionados todos ellos con el trinque de dinero público a través de adjudicaciones arbitrarias fruto del tráfico de influencias) y llegará también el correspondiente juicio. Bastante antes de que eso llegue va a pasar otra cosa, y es que Francisco Correa, el supuesto capo, que acabó a tortas, por lo que se dice, con el propio Bárcenas va romper el prolongadísimo silencio que mantiene desde que se vio, merecidamente, en la picota.

El caso va a seguir porque el hecho de que El País manejara sólo las fotocopias no impide al juez instructor ponerse a buscar los originales; hoy cuenta Raúl del Pozo que le cuentan que los originales, claro, existir, existen, en poder del jefe que tuvo Bárcenas durante años y años, el tesorero casi todo el tiempo, que no era Bárcenas (él ascendió luego) sino Álvaro Lapuerta, hombre muy leal con el partido, dicen todos los que le conocen ---tradúzcase como “guardará silencio”--- que, téngase presente, está desde el mes pasado también él imputado.

El caso va a seguir porque hay una sospecha de financiación irregular de un partido que debe investigarse, y que conecta con otras sospechas en la misma dirección que aparecen en la instrucción de la Gurtel: es decir, que a cambio del goloso negocio que hacían, los gurtelianos aportaban dinero al PP o canalizaban a través de sus empresas, y con facturas falsas, el dinero que aportaban otros empresarios.

Bárcenas estuvo en el PP veinte años. Si ha habido basura dentro, haya sido mucha o poca, él lo sabe. Él dice estar muy seguro de que su único problema con la justicia es el dineral que se llevó, de tapadillo, a Suiza para no pagar los impuestos que le correspondían. Como mucho, delito fiscal, sostiene su defensa, porque todo lo demás (cobros y pagos como gerente del PP) eran simplemente su trabajo, la tarea que le tenían encomendada sus jefes y a la manera en que le dijeron que se hacían las cosas.

Está por ver que el juez compre esa versión tan favorable para el imputado, si es que en algún momento éste admite lo que hoy niega: la existencia de sobresueldos en negro o de contabilidad paralela en el partido a la sombra del cual --esto también lo niega-- él se hizo rico.

No es el Guadiana sino la lluvia fina. El elefante que está en la habitación, también aquellos días (pocos) en que nadie lo nombra. La dirección del PP es sabedora de que esto ni se ha acabado ni se acaba.  Se percibe en su forma de manifestarse. El día que el caso Bárcenas se dé, realmente, por finiquitado, escucharemos a Rajoy referirse al ex tesorero por su nombre. No hacerlo es su curioso mecanismo psicológico de negación de los daños que aún le puede causar el calabobos.