El monólogo de Alsina: ‘Un día raro, raro, raro en el Congreso’
Les voy a decir una cosa.
La ventaja que tienen quienes sostienen que “rectificar es de sabios” es que cada vez que rectifican aumenta la sabiduría que se atribuyen.
Tres rectificaciones en dos días marcan una velocidad en el incremento de sapiencia difícil de igualar. Abrió fuego Cospedal, reculando en el asunto Sepúlveda yprescindiendo de sus servicios contra el criterio inicial que expresó Floriano y han seguido esta tarde Alfonso Alonso, el portavoz parlamentario del PP, cambiando de postura sobre la admisión a trámite de una iniciativa legislativa popular que impulsa la dación en pago, y el ministro Ruiz Gallardón, aceptando una rebaja de las tasas judiciales contra el criterio inicial que él mismo había establecido. Aunque el santoral diga que hoy es San Saturnino, el gobierno se ha encomendado a San Pablo, el Saulo de la santa conversión.
Alguna mente avispada dentro del partido del gobierno habrá alcanzado a comprender esta tarde que oponerse a tramitar en el Parlamento una iniciativa legislativa respaldada por un millón cuatrocientos mil ciudadanos se podrá argumentar de alguna manera, pero no hay manera de que la justificación prospere. Si como dijo hoy el presidente del Congreso, Posada, los ciudadanos que se reúnen para impulsar una ley merecen reconocimiento por su participación activa en el proceso democrático, a ver con qué cara explicas luego que su propuesta no ha sido siquiera debatida.
Los populares han dado marcha atrás y aceptan que la iniciativa legislativa popular se tramite. Naturalmente, que se tramite no supone que se acabe aprobando tal como ha llegado redactada. De hecho, todo indica que el grupo popular sacará adelante el texto que ellos mismos elaboraron y al que, como mucho, le cambiarán el nombre para que se parezca al de la iniciativa popular.
Ésta ha sido la sorpresa de la tarde en un Congreso que hoy vivió un día raro, raro, raro. Ha venido de visita el conde Draco -shh, shh, que viene que viene- y su comparecencia ha sido no sólo a puerta cerrada, sino con sus señorías incomunicadas.
Hay que contarlo en voz baja porque él habría preferido que ni siquiera se supiera. Debe de ser que este italiano, presidente del Banco Central Europeo, tiene una idea extraña o de lo que es su cargo o de lo que es un Parlamento. Mario Draghi. El Congreso de los Diputados de España requirió su presencia para responder a preguntas de sus señorías (como hace cuando acude, por ejemplo, al Parlamento Europeo) y el gobernator del banco emisor, poco entusiasmado en general con España, se hizo el estrecho. “Acudir, acudiré”, dijo, “pero la comparecencia ha de ser a puerta cerrada, sin más testigos, sin prensa”. Dices: pero qué tiene que contar este señor, qué grandes secretos se propone revelar que puedan hacer tambalearse el euro, ¿qué nos ha traído usted, Draghi, los papeles de Perote Pellón?
Que el presidente del Banco Central exija que nadie sepa, fuera de la sala, lo que está diciendo ya resulta chusco. Pero que el Parlamento trague con una exigencia como ésa es para hacérselo mirar. Si tan delicada es la información que quiere compartir el conde Draco, que lo cite la comisión de secretos oficiales. Y si no es tan delicada, puertas abiertas y televisión en directo, que para eso están sus señorías todo el día reclamando y presumiento de transparencia. En el colmo de la marcianidad parlamentaria, y ante la amenaza peligrosísima que habían hecho algunos diputados de ir tuiteando la comparecencia -Defcon 1, Defcon 1, pretenden contar lo que se está diciendo- el presidente de la cámara puso en marcha la operación inhibidor, toda la señal de móvil interferida, anulada, para impedir que los diputados tuitearan. Inhibir la señal para que no inhibiera Mario Draghi. Fascinante.
Acaba de dimitir el Papa y el Congreso se ha puesto, ya hoy, en plan cónclave. Prohibido informar y prohibido saber lo que sucede fuera. Ya podía estar hundiéndose el mundo que allí dentro no se habría enterado nadie. La única explicación que ha alcanzado a ofrecer el Congreso es que había que cumplir la promesa que se le hizo a Draghi. Lástima que Posada no se haya aplicado el cuento de Rajoy: incumplí mi promesa, pero cumplí con mi deber.
En el remake americano de esta serie británica que se llama “House of cards” y que describe la política como una actividad básicamente cínica, Kevin Spacey se prepara para hacerse cargo del ministerio de Exteriores. El candidato de su partido ha ganado las elecciones presidenciales y le tiene prometido ese ministerio. Pero llegado el día, el presidente electo le esquiva y envía a su jefa de gabinete a decirle que han cambiado las cosas y que el ministro será otro. “Sé que el presidente le prometió el cargo”, le dice la señora, “pero...las circunstancias cambian”. A lo que él responde: “Las promesas, Linda, son aquello cuyo cumplimiento no está sujeto a las circunstancias, por eso se llaman promesas”.
Mariano Rajoy ha dicho hoy que él incumplió sus promesas pero cumplió con su deber. Versión moderna de aquel eslógan tan de Rodríguez Zapatero: gobernar es adaptarse a las circunstancias. Frente al pecado de no cumplir lo prometido, la virtud de cumplir con su obligación. Es una disyuntiva falsa, claro. Nadie obliga a un dirigente político a hacer promesas. Mucho menos le obliga a prometer aquello que no está en su mano, como crear 800.000 puestos de trabajo, acabar con la recesión bajando impuestos o dejar en las raspas la prima de riesgo. Tal vez, con el tiempo, acabaremos descubriendo que el deber del dirigente con los electores es no presentar como hechos lo que son especulaciones, no fingirse capaz de aquello que escapa a sus habilidades y no contarles cada cuatro años la milonga de que el programa electoral es su contrato con los ciudadanos y que antes que incumplir ese contrato cogerá la puerta.
La frase “incumplí mis promesas, cumplí con mi deber” la ha pronunciado el presidente del gobierno en una entrevista que le ha hecho el editor del The Economist esta mañana en Madrid. El semanario organiza cada cierto tiempo unas jornadas a las que es tradición que acuda el presidente del gobierno. Como también es tradición que el semanario le haya arreado al presidente, los meses anteriores, hasta en el carné de identidad.
A The Economist le corresponde le corresponde el mérito de haber propagado por Europa la imagen de un Rajoy que es poco menos que Hitchcock, un mago del suspense y del misterio. Primero dijo de él que era un tipo “aburrido, la pesadilla de un asesor de imagen” (junio de 2011), después, “el hombre que no tiene nada que decir” (agosto 2011, por su indefinición sobre las medidas de ajuste que aplicaría caso de gobernar), más tarde que era “el ambiguo Mariano atrapado en una espiral de muerte como la griega” (octubre de 2012 por su indefinición sobre la petición del rescate), y la semana pasada le exigió que abriera una investigación independiente sobre el caso Bárcenas en un comentario que empezaba con esta pregunta: “¿Puede Rajoy aferrarse al puesto?” Digamos que nunca ha sido muy marianista este semanario británico, tal como no fue nada zapaterista en la etapa anterior.
Bien, aunque es una publicación muy seguida por gente importante y muy influyente, al The Economist le pasa con España lo que a otras muchas publicaciones extranjeras: confunde la dimensión mediática de los escándalos políticos en España con sus consecuencias prácticas, es decir, que en cuanto ven una escandalera gorda se preguntan si caerá el gobierno, cosa que aquí nunca pasa. Por eso a Rajoy le preguntó hoy si la situación política de España es estable.
Seguro que el presidente estuvo tentado de responder “con la mayoría absoluta que tengo, no lo va a ser”, ahí está lo que ha pasado hoy con la iniciativa popular sobre la dación en pago como ejemplo. Pero lo que respondió fue “España es estable y aquí no tenemos los partidos estrafalarios que hay en otros países de Europa”. Se debía de referir el presidente a cosas como el movimiento Cinco Estrellas que en Italia lidera Beppe Grillo. El único candidato que supera en dotes cómicas a Berlusconi.
Es martes, y vamos a brindar, con Magno, por los entusiastas integrantes de la misión española en Marte, que a Marte todavía no pueden viajar, pero que esperan hacerlo algún día. Para empezar, han elegido los Monegros para instalar un primer módulo simulacro en el que experimentar las condiciones de vida, y de convivencia, que se darían en el planeta rojo. Primer paso con idea de viajar después a Utah, donde la Mars Society -una asociación norteamericana- tiene uno de los cuatro campamentos de pruebas que promueven la exploración marciana. Como dicen los promotores, esta experiencia piloto en los Monegros está abierta a la participación de estudiantes, jóvenes científicos y marcianos vocacionales.