Monólogo de Alsina: Día de nervios y anuncios imprevistos
Les voy a decir una cosa.
Intrahistoria de la mañana y la tarde de este veinte de septiembre en los medios de comunicación españoles y en los despachos de unos cuantos políticos. Día de nervios, anuncios imprevistos, bulos, bromas y especulaciones.
La intrahistoria empieza con la convocatoria, inesperada, que a media mañana recibieron en sus móviles los periodistas que cubren, habitualmente, la información de la Casa del Rey. La idea era: “véngase ustedes a la Zarzuela esta tarde que tenemos algo que contarles”. Algo relevante, se entiende. Porque si no, no convocan un viernes por la tarde. A falta de información, floreció la especulación.
Y en las redacciones, admitámoslo, nos pasamos las dos horas siguientes especulando. Desde la férrea mala salud del monarca a la mala salud matrimonial de los hijos pasando por todas las variantes intermedias. Incluida, sí, la abdicación. ¿Me está usted contando que llegó a manejarse en serio la posibilidad de que el rey, hoy abdicara? No, le estoy contando que se manejó, como hipótesis, en las redacciones de los medios de comunicación, no en la Zarzuela, y no, tampoco, en la Moncloa, donde se declaraban sosegados y convencidos de que esta tarde no habría eclipse informativo: la noticia del día será el Consejo de Ministros, decían, téngase en cuenta que hoy se aprueba la tarjeta sanitaria única.
Oye, es verdad que esto de la tarjeta única es un gran tema, porque se ha anunciado la tarjeta única en España más veces incluso que las ventanillas únicas: no ha habido ministro (o ministra) de Sanidad desde el año 2000 que no haya anunciado la unificación de las tarjetas autonómicas, empeño que tiene más de simplificación administrativa (y bienvenida sea) que de cambios para el usuario: la cartera de servicios básicos sigue siendo la misma y la atención que merecemos los pacientes también, lo que cambia es la forma de tenernos idenficados en el sistema. Reforma clave, dijo hoy el gobierno, como lo dijeron, en su día, todos los gobiernos anteriores.
Pero en la cabeza de los redactores jefe se había metido Doris Day con el qué será, será (lo de Zarzuela) y dedicaron sus cien siguientes llamadas telefónicas a encontrar la respuesta, wahatever will be will be. A eso de la una de la tarde empezó a aclararse que la cosa iba, en efecto, de salud.
De las averías que a los 75 años no perdonan y que te obligan a pasar por el taller más a menudo de lo que tú desearías. Sobre todo si una de las reparaciones ha salido mal. En la Casa del Rey empezaron a recibir tantas llamadas de periodistas --y de algún político--- preguntando qué es lo que estaba pasando que se percataron, de pronto, de la bola de nieve gigantesca en que se había convertido la expectación mediática. Y que había alcanzado ya al twitter, donde igual que matan a Mandela y a Fidel Castro cada tres o cuatro días estaban ya otra vez hoy descoronando al monarca.
A la hora de comer alguien debió de pensar que era mejor pinchar cuanto antes el globo y se se difundió un comunicado breve, a modo de extintor, que sólo decía que al Rey había que volver a operarle de la cadera izquierda. Lo que venía a confirmar la Zarzuela es lo que habían publicado ayer algunos medios: que hasta agosto la recuperación del rey parece que iba muy bien (se le vio muy entero en su viaje de julio a Marruecos) pero que a finales de agosto volvió a sufrir un dolor permanente y cada vez mayor en la cadera izquierda; ese dolor ha ido a más, ha habido que aumentar la medicación y se ha pedido opinión a un médico gallego afincado en Estados Unidos por el que rey siente especial confianza.
Y este doctor, Miguel Cabanela, jefe de cirugía ortopédica, es quien, tras examinar al rey, ha concluido que la cadera está infectada y que procede intervenir de nuevo para cambiar la prótesis.
Todo esto, que anoche la Casa del Rey ni confirmaba ni desmentía, se ha decidido a contarlo con cierto detalle esta tarde en una inusual rueda de prensa (bienvenida sea) en la que también se ha anunciado que la operación se realizará en España ---se había especulado con un traslado a Estados Unidos--- y que, entretanto, la agenda del monarca quedará en manos de su heredero. Y ya está. Sostiene la Casa del Rey que esto es todo.
Que ni se ha planteado nadie la suspensión temporal de las funciones del monarca ni hay más de lo que se ha contado. La cadera. Todo era por la infección de la cadera. Terminada así la intriga que se vivió en los medios esta mañana, resuelto el enigma y confirmado que la buena salud del rey sigue siendo mala, sí cabe extraer una conclusión de este día de tanta agitación médico-mediática.
La conclusión es que la tesis de una posible abdicación, que hasta hace cuatro días en los medios de comunicación serios parecía una cosa marciana, hoy alcanzó a manejarse con cierta normalidad y cierta soltura. Ya no parece inconcebible que esa situación, en algún momento, se produzca. Ya no nos parece inconcebible. Ni siquiera, a estas alturas, nos parecería raro. Sería llamativo, sería histórico, pero si hoy esa situación se produjera nadie sentiría la necesidad de preguntar cuál es la causa, a qué se debe, qué ha pasado.
Sin llegar a plantearse abiertamente aún la cuestión, hemos ido interiorizando que hay días que, al final, siempre acaban llegando. Hay reyes que renuncian cuando no se ven con fuerzas (¡hay Papas que renuncian cuando no se ven con fuerzas!) y hay una ley biológica que aún no ha conseguido sortear el ser humano, que dice que ninguno de nosotros somos eternos.
Con don Juan Carlos se produjo esta interesante paradoja: al llegar a la jefatura del Estado, año 75, buena parte de la sociedad --quizá incluso la mayoría-- pensaba que iba a ser un rey efímero, un reinado transitorio y breve; pero después ha sido al revés, han ido pasando los años y al rey se le ha acabado viendo como alguien que siempre está ahí (hasta Cayo Lara, que es republicano, lo admite), por eso durante todos estos años se ha visto la sucesión como algo remoto, la antítesis de lo urgente; por eso el artículo 57 punto 5 de la Constitución se quedó ahí escrito, como un guante en el aire que nadie, en estos 38 años, ha recogido: “Las abdicaciones y renuncias se resolverán por una ley orgánica”.
La ley orgánica está sin hacer. En todo este tiempo no se consideró necesario, ni pertinente, legislar sobre este asunto. Todo sigue como se dejó escrito en el 78, tanto la preferencia del varón sobre la mujer en la línea sucesoria como este compromiso del legislador, aún incumplido, de promover una ley orgánica que regule posibles abdicaciones y renuncias. Es Gallardón a quien se ha encargado la tarea de preparar la norma.