El Monólogo de Alsina

El monólogo de Alsina: 70 aniversario del desembarco de Normandía

Les digo una cosa. 
Para que llegara la fiesta, la victoria, para que De Gaulle pudiera cantar la liberación de París y Churchill la rendición alemana, antes tuvo que suceder lo de hoy. Lo de hoy hace setenta años. 
Los españoles del 44 seguían las noticias de la gran guerra con más distancia, y más retraso, que sus vecinos del norte. Con la experiencia aún reciente de su propia guerra, civil, antesala del conflicto entre potencias, la España del día D ---España de postguerra, represión y miseria--- se declaraba oficialmente neutral aunque, en el fondo, no lo fuera. El noticiario gubernamental, con aquella retórica florida tan propia de la época, subrayaba la eficacia de las ametralladoras en tierra repeliendo a quienes pretendían asaltar la fortaleza.

ondacero.es

Madrid | 06.06.2014 20:17

Para los españoles, en su mayoría, el día D quedó para siempre como una cosa de otros. De ingleses, de americanos, de canadienses. Imposible que se viviera aquí con la emoción con que se vivió en Gran Bretaña el anuncio de que los primeros aviones habían despegado. La emoción con que grabó su crónica radiofónica Richard Dimbleby, testigo de la partida de los primeros paracaidistas.

"Ahí va el primer avión", y el documento sonoro que levanta acta: el ruido de motor que dejó sonar el reportero en esta grabación que sólo sería emitida veinticuatro horas después --millones de personas duermen sin saber lo que ya está empezando--, cuando la noticia del desembarco ya hubiera sido comunicada a la población de la Europa Occidental.

Comunicada personalmente, en la nueva era de la información radiofónica, por el general que dirigió todo aquello, Eisenhower. Para que acabara llegando, un año después, la caída de Hitler y el final definitivo de la guerra que Stalin pudo anunciar también al pueblo soviético, tuvo que pasar también, por supuesto, el empuje del ejército rojo ganándole terreno a los nazis en el principal frente que tuyo la guerra, el frente oriental: nadie entregó más vidas que la Unión Soviética, la guerra patria, aunque --a diferencia de lo que pasó en los países de la Europa Occidental, donde la libertad enterró el fascismo con alguna excepción que bien conocemos-- para las naciones europeas del Este de Europa la libertad tardaría aún cuarenta años.

Si hubiéramos sido británicos aquel día de junio de hace setenta años habríamos vibrado --tal vez hoy seguiríamos haciéndolo-- con el comienzo de la operación Overlord. Los ingleses llevaban ya casi cinco años en guerra. 

Habían escuchado al apaciguador escarmentado, Chamberlain, anunciar en el 39 que estaban oficialmente en guerra con Alemania. Habían sufrido con el relato de los supervivientes del trasatlántico SS Athenia, hundido pocos días después por los nazis. 

Habían enviado a los niños fuera de las ciudades, evacuados al campo y acogidos por familias que no eran suyas. Habían transportado miles de sacos terreros, habilitado como refugios antiaéreos las estaciones de metro, aprendido a no dejarse en casa la máscara de gas. Recuerde la máscara. 

Y recuerde, repetían en la radio, recuerde no probarla con el gas de la cocina o el tubo de escape de los coches porque para eso no sirve. La reina que había entonces se llamaba Elizabeth, como la de ahora, pero era consorte, conocida por las generaciones posteriores, dentro y fuera del Reino Unido, como la reina madre.

Madre de la reina de ahora, lamentando hace setenta y cinco años que el anhelo de paz que había salido de la gran guerra anterior se hubiera roto. Empujados de nuevo a la guerra. Fue esta reina, madre de futura reina, quien primero hizo suya, en un discurso, la frase con que los londinenses se despedían unos de otros, cada noche, hasta el día siguiente. “Buenas noches y que haya suerte”. Un periodista de radio, norteamericano, le copiaría, a su vez, esta idea a la reina. Si hasta entonces su frase más popular entre los oyentes era “Aquí Londres”, en adelante, y por muchos años, sería “Buenas noches y buena suerte”, como sabéis todos los seguidores de George Clooney.   

Éste es Edward Murrow, leyendo a sus oyentes de la CBS, desde Inglaterra, el mensaje con el que Eisenhower animaba a los miles de militares participantes de la operación. “Los ojos del mundo están sobre vosotros, pero todo aquel que ama la libertad está con vosotros”. Y éste es, de nuevo, Murrow, la radio trepidante de aquel día, actualizando al atardecer la información, la última hora. 

La reputación de los soldados alemanes, con fama de estar mejor preparados que los aliados, es una gran preocupación, explicaba el reportero a sus oyentes norteamericanos. Si Dimbleby, en la BBC, había narrado la partida de los aviones, Collingwood, de la CBS, al otro lado del canal describía el desembarco en la playa (nombre en clave) de Utah. 

En aquellas primeras crónicas, imbuidas de épica y de un empeño, no oculto, por transmitir a la población ánimo de victoria, las descripciones del valor de los soldados eclipsaron, con mucho, el dato de los miles de vidas que, en las primeras horas, perdieron las tropas aliadas. Aquellos que “no volverán”, como dijo en su dicurso el presidente Roosevelt. 

Un joven de dieciocho años, de nombre Trevor Hill y de ocupación, técnico de sonido de la emisiòn internacional de la BBC, recibió aquel día un disco de acetato metido en un sobre. Llegaban grabaciones a diario y su tarea era escucharlas antes para cerciorarse de que estaban en buenas condiciones para ser emitidas. En el sobre ponía como remite, AFRS, el servicio de radio de las fuerzas armadas. Reprodujo el disco en el control y comprobó que la calidad era idónea. Fue la primera persona en escuchar al general Eisenhower dirigiéndose a la población de la Europa Occidental no con idea de hacer una discurso histórico que hoy, setenta años después, escucháramos, sino por pura utilidad: para dar instrucciones a los franceses.  

Sigan las instrucciones de sus líderes porque un levantamiento prematuro puede impedir que sea útil. Tenga paciencia y esté preparado. Dos oficiales de inteligencia acompañaron al técnico de sonido las tres horas que pasaron desde que reprodujo el disco hasta que llegó el locutor de la BBC que tenía que anunciar en antena de qué se trataba. 
Fue el comienzo del avance aliado hacia París. 

La lucha decisiva por Europa, les contaba a los españoles el NODO cuando Alemania empezaba a dar la guerra por perdida y el régimen franquista aceleraba su proceso de blanqueado ante los vencedores. 

Desde Picadilly Circus, en Londres, once meses después de haber narrado el comienzo de Normandía, Murrow ---buenas noches y buena suerte--- narraba la celebración de la victoria. Contagiado, inusual en él, de la risa que exhibían quienes allí estaban.  

No fue sólo lo de hoy, hace setenta años. Pero sin lo de hoy no habría podido cumplirse el ruego que el presidente Roossevelt dijo elevar a Dios el día que empezó el desembarco.  

“Guíanos a la salvación de nuestra nación, y con nuestras naciones hermanas, a un mundo unido que forje una paz segura, invulnerable a las maquinaciones de los hombres despreciables.  Una paz que permita a todos los hombres vivir en libertad”.