El monólogo de Alsina: 2013 aún se parece mucho a 2012
Les voy a decir una cosa.
Lo difícil no era sobrevivir a la profecía maya, lo difícil era sobrevivir al Gangnam Style. Qué empacho con el bailecito. Quitando al Rey, en su apagado discurso de Nochebuena, y a Artur Mas en su encendido discurso de fin de año, aquí no se ha librado nadie de perpetrar su versión del baile del caballo.
Hasta el final mantuvo la esperanza el público que asistía al concierto de año nuevo en Viena de que también los músicos se animaran a hacer un poco el ganso, pero no llegó la fiebre gang-namesa tan lejos. Enhorabuena a todos por haber estrenado otro año y en especial a aquéllos que, entre ayer y hoy, hayáis sido padres primerizos y estéis comprobando que, en efecto, existen otros mundos pero ahora, para vosotros, están en éste. La cantidad de veces que os habréis dicho a vosotros mismos: igual no he elegido el mejor momento para traer un niño al mundo. Ni caso, que el futuro no está escrito en ningún sitio y para ti, para vosotros, 2013 ya ha sido un año excelente.
Tacita a tacita, nos hemos ventilado ya doce años del siglo XXI --da vértigo, eh-- y estamos a punto de ventilarnos ya el segundo día de 2013, día laborable en el que la frase corta más repetida en España ha sido “Feliz año”, seguida de “qué pelazo el de Imanol” y “ a ver si acaban ya la fiestas”. Está el personal reventado de tanto festejar y festejar. De beber y de comer también, pero eso va con la idea hispánica de la celebración --uff, ya no me cabe nada más, pero ponme otra piernita de cordero--. Cuánta gente que se dijo a sí misma, varias veces, lo de “un día es un día” no llegó a ver la luz del día siguiente. Y eso que este año casi todo el mundo ha recortado gastos de donde ha podido. ¿No había cóctel de gambas? No, este año sólo es la salsa rosa. Ahorrando, por si acaso el 13 sale tan malo como están diciendo los profetas del apocalipsis y se nos acaban aflojando hasta los tirantes, a lo Paula Vázquez.
Sabemos que los economistas --o económetras-- que trabajan para los bancos, las agencias de valoración de riesgos, las organizaciones internacionales y los gobiernos nos tienen dicho que este año el PIB de España decrecerá entre uno y dos puntos y que la tasa de paro se nos va a ir cerca del 26 %. Décima de más, décima de menos, todos coinciden en que vamos a tener doce meses más de pasarlas canutas. ¿Será así, son las previsiones un anticipo impepinable de lo que nos va a pasar? Obviamente, no. Las estimaciones, como su nombre indica, son estimaciones basadas en lo que hoy sabemos, no en todo aquello que aún ignoramos y que el nuevo año nos irá revelando. Los acontecimientos inesperados, imprevistos, forman parte de nuestra realidad cotidiana, y como son eso, inesperados, no es posible meterlos en los cálculos de posibilidades de que ocurra una cosa o su contraria. Las previsiones de los económetras están bien hechas, responden a datos correctos y a modelos matemáticos y estadísticos rigurosos, pero...la realidad a menudo se zafa de los profetas.
Dices: qué bueno, eso significa que puede que las cosas no sean, al final, tan negras como nos las están pintando. Bueno, no exactamente. Significa que las cosas pueden acabar siendo diferentes de como hoy las prevemos. Y “diferente” significa que pueden ser mejores pero también que pueden ser peores. Tenemos demasiado recientes los acontecimientos de 2008 y 2009 como para olvidarlo. No es que las previsiones económicas de aquellos años estuvieran mal hechas, es que sucedieron cosas que nadie había previsto que pudieran suceder, por ejemplo, que un gobierno se negara a rescatar un banco de inversión de esos llamados “too big to fail”, demasiado grandes para dejarlos caer. Paulson dejó caer Lehman Brothers, y eso sí que no estaba en la hoja de ruta de ningún augur económico.
Qué será, será, este 2013. Agarrémonos a la posibilidad de que esta vez lo previsto sea peor que lo real, que surja en algún sitio un elemento inesperado que cambie la tendencia a mejor. De precipicios y de abismos estamos ya vacunados. Doctorados en ajustes y escarmentados de mirar para otro lado. Hubo quien quiso ver en la pelea política ésta que se traen en Estados Unidos demócratas y republicanos por el llamado “abismo fiscal” como el equivalente financiero a la profecía del fin del mundo. Y al final, se hizo la luz tirando del viejo truco de aplazar los cambios. Tanto escuchar las palabras “desastre”, “catástrofe”, “hecatombe”, y hoy de lo que se habla es de “euforia” en las bolsas porque se ha logrado esquivar el iceberg. Esto del abismo fiscal, como ya sabrán, es la forma peliculera de llamar al “subidón subidón” de impuestos a la clase media norteamericana que iba a haber entrado en vigor este año y que iba a venir acompañada de recorte en el gasto público. Más impuestos y menos gasto público. Por qué lo llaman abismo si lo pueden llamar la política de Rajoy. Y de Merkel. La política europea. La clase media frita a impuestos y venga tijera al gasto público. Estados Unidos se encaminaba a eso: el uno de enero desaparecían los incentivos fiscales a la clase media (traducido: iba a tener que pagar más impuestos) y entraban en vigor recortes notables de la inversión pública. Lo llamaban “abismo” porque la teoría indica que dos medidas como ésas al mismo tiempo traen consigo un frenazo económico con amenaza de recesión. Merkel diría que trae consigo reducción del déficit, equilibrio de las cuentas y saneamiento para construir más adelante sobre cimientos más sólidos. Pero Obama no es Merkel y los republicanos, tampoco. Así que han pactado un ni para ti ni para mí que al presidente Obama le deja un poco escocido porque ha tenido que ceder más de lo que esperaba. El acuerdo es muy simple: la subida de impuestos afectará sólo a quienes ingresen más de 400.000 dólares al año y los recortes se aplazan dos meses para seguir negociando. De manera que el serial continúa pero hoy, de momento, se puede proclamar que el fin del mundo no llegó. Para Estados Unidos, se entiende. En Europa tenemos nuestros propios asuntos pendientes. Y esta sensación, ¿verdad?, de que todo el mundo evita el abismo menos nosotros. Que seguimos ahí, en la mengua económica, en el hoyo de nunca acabar, y con la actividad comercial y política al trantrán.
Que es como vamos a tener que circular a partir de primavera por las carreteras que no son autovía, las convencionales. Nos van a recortar la velocidad máxima permitida, una de las pocas cosas que se habían librado hasta ahora de los recortes. Dices: ¿qué pasa, que otra vez tenemos que ahorrar petróleo entre todos? No, aquella fue la razón para los 110 en autovía (de quita y pon); la de ahora es que la mayoría de los accidentes mortales se producen en estas vías, es decir, que según el ministerio del Interior está mal establecida la velocidad a que se puede circular por una carretera convencional sin riesgo de matarse. Dices: hombre, si es así, lo raro es el tiempo que han tardado los gobiernos en enterarse, si hay una forma de calcular la velocidad máxima de seguridad de una carretera, que se calcule y que se aplique. Pues no debe de estar la cosa tan clara porque el ministro ha dicho que va a bajar la velocidad, pero que aún no sabe cuánto. Esto ya es más raro. Anuncias que la velocidad es excesiva y que eso es motivo de mortalidad alta pero aún no sabes en cuánto la bajarás, se entiende que porque aún no sabes cuál es la velocidad máxima aconsejable. Cien por hora es excesivo, dice el ministro, pero no sé cuánto de excesivo. Reincide Fernández Díaz en su extraña forma de anunciar las cosas. Lo que demuestra que, aunque hayamos dejado atrás la Nochevieja, 2013 aún se parece mucho a 2012.