El monólogo de Alsina: Verdades y mentiras sobre el Premio Planeta
Les voy a decir una cosa.
No es verdad que el premio Planeta esté concedido días antes de la noche en que se anuncia -es leyenda urbana-, aunque como dijo ayer el editor, o sea Lara, por más que se diga que no es verdad la gente va a seguir pensando lo que quiera y el jurado va a seguir haciendo lo que le dé la gana.
No es verdad que el original presentado al premio y titulado falsamente “Una obstinada impronta” de un tal Juan Burgos, sea en realidad una biografía novelada de Artur Mas escrita por el mayor detractor que se le conoce al líder de Convergencia, que no es Aznar sino Durán i Lleida.
No es verdad que el Planeta se entregue cada quince de octubre para hacerlo coincidir con el homenaje a Lluis Companys -es el quince de octubre porque es Santa Teresa de Jesús, onomástica de la señora del fundador, Teresa Bosch-, y no es verdad, en fin, que el gobierno catalán pretenda que, a partir de 2014, en el tricentenario de la caída de Barcelona, el premio Planeta se decida en referéndum atendiendo al derecho a decidir quién se lo lleva.
Y sí, es verdad que un escolta de Artur Mas cultivaba marihuana -esto se ha sabido hoy-, pero eso no significa que estuviera todo el día fumando hierba alrededor del president y mucho menos que ésa sea la explicación de todo lo que viene sucediendo en la política catalana desde que Mas bajó de sesenta y dos a cincuenta escaños, la maría del escolta.
Barcelona acoge esta noche la fiesta literaria de cada año, el Planeta. Que acostumbra a tener dos grandes atractivos. Uno, saber quién se lo lleva. Dos, medir la tensión que se respira cuando se sientan a la misma mesa el representante del gobierno catalán, Artur Mas, y el representante del gobierno de España, ministro de Educación y Cultura, José Ignacio Wert. El año pasado ya estuvo la cosa interesante porque el ministro venía de decir aquello de que había que “españolizar” a los niños catalanes, y aunque Artur Mas, en el fondo, le estaba muy agradecido por haberle dado nuevas ideas para su discurso del “no podrán con nosotros, ¡por Casanova!”, fingió que seguía molesto con aquel comentario del locuaz ministro para que los cronistas pudieran extenderse en la descripción literaria de la incomodidad educadamente contenida.
Un año después, y aunque Mas está más monotemático que nunca y Wert acaba de aprobar una ley educativa que el gobierno catalán considera una agresión a la lengua y a la autonomía, no parece que el grado de frialdad que se alcanzó el año pasado vaya a poderse superar esta noche en Barcelona. Hombre, si Wert hubiera delegado su representación en José María Aznar, por ejemplo, entonces sí, entonces a la mesa presidencial, entre Aznar y Mas, tendrían que haber sentado a los escoltas.
-“Artur”, le habría dicho Aznar, “vengo a desfacer tu desfalco de soberanía”
-¿Perdón?
- “Que vengo a impedir que desguaces de España”
- Ah, no te apures, José María, ya está Mariano en eso. “Mariano”, piensa Aznar, “ése es un tibio. Sólo mi perseverancia puede salvar España”.
Hoy en casa Rajoy celebraron el día de la marmota. “Otra vez Aznar dándote caña, presidente”, le dijeron sus colaboradores nada más verle.
-Algo me ha dicho Elvira -comentó el presidente, que pidió detalles- ¿qué me reprocha esta vez?
-Lo de siempre -le respondieron-, que lo que llamas prudencia y moderación es, en el fondo, pasividad y ausencia de discurso y de proyecto.
-¿Para el PP?
-No, para España.
Piensa en ello Rajoy y murmura:
- “Un poco de razón sí que tiene, muy claro no hemos tenido nunca lo que hay que hacer”.
- “En absoluto, presidente”, dicen sus colaboradores, “tu proyecto para Cataluña es nítido y dialogante. A Aznar lo que le pasa es que se quedó a vivir en la cumbre de las Azores”.
El presidente se acomoda mientras hojea La Vanguardia. Comenta de nuevo:
“Tal vez nos esté faltando fuste en las intervenciones”. “Para nada, presidente”, dicen sus colaboradores, “bien claro lo dijiste ayer, ‘no cambio cromos’, hasta Ignacio González te aplaudió la contundencia de la frase”.
“Tampoco era tan contudente”, dice Rajoy, “y dudo mucho que el señor González me aplauda ni por eso ni por nada”. “Sí que aplaudió, presidente, y tu frase era mil veces más contundente que cualquiera de las que pronuncia Aznar, pero dichas con otro tono y otro lenguaje”.
“Dios quiera que acertemos”, se le escucha decir, “no es agradable que la Historia te recuerde como el hombre bajo cuya presidencia fue desguazada España”. “¡No digas desguace, presidente, esa expresión es de Aznar, tan dura, tan agria, tan descarnada”. Los colaboradores del presidente cambian entonces de tercio para mejorarle el humor: “Hemos colocado la deuda pública a un precio de ganga, presidente”, le dicen, “menos del 1% de interés en las letras a un año, ¡el mejor dato desde 2010!” “Revisadme bien los datos que luego pasa lo de Montoro y lo de Soraya”, pide Rajoy, precavido. “Que está revisados, presidente, ¡letras a seis meses al 0,68, un chollo!” Y entonces Rajoy dice, pensando en Luis de Guindos, “parece que el del túper sabe lo que se hace”.
Novelar es lo que hacen los diez autores finalistas del premio Planeta que se falla esta noche. Y novelar es lo que los dirigentes políticos, duchos en la materia, temen que hagan con más exito que ellos sus rivales, competidores o adversarios. Anoche sugería aquí Ignacio González, que el ministro de Hacienda le va a meter a las balanzas fiscales más cocina que el CIS a la intención de voto.
Que se publiquen los datos pero sin cocinarlos, dijo, “cocinando me doy una maña que no hay en España quien guise mejor”. Y Artur Mas viene a decir que él sospecha lo mismo -cuánta coincidencia se percibe estos días entre los presidentes de Cataluña y Madrid, hay quien dice que incluso sopesaron la posibilidad de forjar un frente común hace no muchos meses aunque, al final, la descartaran porque ni al uno ni al otro les convenía ante sus parroquias respectivas--: sospecha Masque Hacienda usará las balanzas fiscales para combatir su discurso del no hay quien aguante financieramente en España.
Y si Mas lo sospecha es porque, a ver, “a Noé le vas a hablar tú de inundaciones”, bien sabe él lo fácil que es usar datos incompletos o sesgados para apuntalar un discurso previamente decidido. Una partida por aquí, una interpretación discutible por allá, y te sale que la administración central le debe a la administración autonómica catalana nueve mil millones de euros.
“El coste de las deslealtades del Estado”, se titula este pliego de cargos que empieza por establecer cuál es la conclusión que debe sacarse -la administración central es desleal y por su culpa sufre el pueblo de Cataluña- para pasar luego a reproducir una serie de números y cuentas que avalen, aparentemente, lo que ya ha quedado establecido (el método empírico, pero al revés). E incluye este pliego algunas sentencias del Tribunal Constitucional que, en opinión del gobierno Mas, no han sido cumplidas. Está visto que el Tribunal Constitucional, a los efectos que hoy nos ocupan, no le parece al gobierno catalán un órgano tan politizado, tan desacreditado, tan desnortado como acostumbra a decir que es cuando toma decisiones que no le agradan. Hoy es fuente de autoridad lo que hasta ayer era una rémora para el encaje de Cataluña en España. Cómo cambia la novela según qué día te la lean.
Las cosas se pueden decir de muchas maneras, algunas de ellas engañosas. Cuando se dice, por ejemplo, que Cataluña recibirá 1.700 millones menos de lo que esperaba del Estado. En realidad lo que se está diciendo es que el gobierno catalán, como casi todos los demás gobiernos autonómicos, tuvo que pedir prestado al gobierno central porque no encontraba en el mercado quien quisiera prestarle. El gobierno central montó aquel surtidor de crédito barato a las autonomías, el FLA. Y de ese surtidor, del que esperaba obtener nueve mil cuatrocientos millones prestados, el gobierno catalán va a recibir siete mil setecientos, 1.700 millones menos de lo previsto.
Pero de dinero prestado que hay que devolver, no de donación o de inversión que, si no se hace, se adeuda. -Me ibas a prestar cien y me prestas sólo ochenta, mala persona, desleal, ¡que me estás hurtando veinte!-Hombre, comprendo tu disgusto, pero no es que te hurte veinte, es que te presto veinte menos...y me sigues debiendo los ochenta que ya te di.