El monólogo de Alsina: El ministro Wert sí fue este año a la gala de los Goya
Les voy a decir una cosa.
A nadie le ha extrañado. A nadie le ha extrañado que este fin de semana, en la gala de los premios del cine, no enfocaron ni una sola vez al ministro de Cultura. Nadie se ha sorprendido de que no le enfocaran porque, en realidad, nadie sabía si el ministro estaba o no estaba.
Y tampoco le habría parecido a nadie escandalosa su ausencia porque, para ser francos, a nadie le importaba lo más mínimo si iba. Es una fiesta de profesionales organizada por una asociación privada, decían algunos, qué necesidad hay de traer políticos.
La gala de los premios del cine en el Reino Unido se llama Bafta. De la academia británica que, como la de aquí, es una institución privada sin ánimo de lucro. Entregó sus galardones anoche en una ceremonia más corta que los Goya —de haber sido más larga aún estarían dando premios— y en la que no salió ni una vez la cara de ningún político. Tienen costumbres distintas a las nuestras, digamos. No alcanzan a ver qué relevancia tiene su presencia en una fiesta profesional en la que se entregan premios.
El ministro Wert sí fue este año a la de los Goya, aunque tampoco pudo llevar consigo la buenanueva de que Montoro bajará el IVA de las entradas y el IVA que facturan los artistas. El año pasado se escaqueó y le fue muy reprochado. Los medios siempre ponemos el acento en si el ministro debe o no debe ir a esta gala. Nos saltamos la pregunta previa, que igual es más interesante: ¿por qué le invitan? ¿Qué necesidad hay de llevar ministros, presidentes autonómicos, alcaldes, aspirantes a ejercer alguno de esos cargos a las fiestas? No somos el único país en el que se hace, pero sí el que tenemos más cerca.
Y podríamos darle una vuelta a esta costumbre que aquí existe y que no afecta sólo al cine: todo colectivo profesional o gran compañía privada que organiza una fiesta siente la necesidad (aunque necesario no sea) de invitar a quienes gobiernan y quienes aspiran a gobernar, incluso se mide el éxito de la convocatoria en función de cuántos dirigentes políticos han ido. ¿Por qué? ¿Por qué en España se cultiva tanto el vínculo con el poder político? Sí, los productores de cine, distribuidores y exhibidores también. Sus representantes se reúnen con frecuencia con el ministro Wert o el secretario de Estado Lasalle, llegan a acuerdos sobre ayudas y promociones y tienen una buena relación aunque no lo publiciten.
Luego, en la gala, es verdad que hacen bromas ácidas los presentadores o los premiados —y en su derecho están, sólo faltaría que no pudiera decir cada cual lo que le parezca oportuno, sea de política o sea de lo que le apetezca—, tratan al ministro como al enemigo y pasan por alto el porqué el presidente de la Academia, incluso en un discurso tan desordenado como el que hace González Macho, comienza siempre mencionando a las autoridades políticas presentes: es él, la asociación que preside —o sea, los miembros de la asociación allí sentados— quién les ha pedido que vayan. A Wert, a Ignacio González, a Pedro Sánchez, a Cayo Lara. Quieren tenerlos allí tanto como ellos quieren que se les vea.
Si algo ha probado 2014 es que el producto que hacen muchos cineastas españoles es muy buen producto y tiene demanda. No es un secreto que todo aquel que fabrica un artículo desea que el IVA que hemos de pagar los consumidores por disfrutarlo sea el más bajo posible. Y que todo profesional que presta sus servicios y ha de facturar por ellos el IVA a quien le contrata desea también que se lo bajen. Un año más, la demanda empresarial de este sector económico, el cine, ha sido que le bajen el IVA. Ya se sabe que tratándose del gobierno y los impuestos, la perseverancia es obligada. No sólo en este sector, pero éste es el que más difusión le da a su demanda.
El IVA ha reemplazado en los discursos de esta gala a las anteriores bestias negras: las descargas y la colonización extranjera. Empresarios y profesionales se enorgullecen de haber aportado en 2014 más dinero que nunca al Estado (“hemos contribuido al bienestar general”) pero piden, a la vez, que se les permita contribuir menos. Lo que revela que, aun haciendo películas, son gente real que prefiere pagar menos impuestos. O sea, lo mismo que piden todos los demás sectores económicos, los empresarios, los autónomos, los profesionales y los asalariados. Al final va a ser verdad que, cuando de pagar uno mismo se trata, todos somos devotos de la curva de Laffer. Pensamos que no hay como pagar menos para que las cosas nos vayan mejor a nosotros y, también, al Estado. Hasta Montoro lo creía hasta que juró el cargo.
Habrá que distinguir, en un día como hoy con tanta noticia de evasores que se hicieron los suizos, habrá que distinguir entre quien pide, reclama, que le bajen lo impuestos y quien, sin esperar a que eso ocurra, recurre a alguna treta para ocultar sus ingresos. Aparentando ser lo que no era, como Monedero (el falso empresario que aún no ha probado que el dinero de sus cuentas fuera el pago por servicios profesionales ciertos) o metiendo el dinero en un banco suizo sin haber tributado antes por él, a la manera de Pujol, el difunto Botín, detectados ambos por la Agencia Tributaria con ayuda de Falciani y obligados a ponerse al día con Hacienda.
Cuando de cuentas en Suiza se trata la diferencia entre el evasor y el que no lo es, como sabemos, es ésta: si ese dinero que tiene ese señor en un banco de allí, o donde quiera, lo ha declarado antes (y ha pagado los impuestos correspondientes) a Hacienda. Evasor es el que no ha tributado y requiere del secreto. El otro es sólo un cliente que se fía más de la solvencia suiza que de los bancos nuestros.
El segundo mayor banco del mundo, el HSBC, vio claro hace años que el deseo de muchos clientes suyos con grandes fortunas era tributar lo menos posible por la vía rápida de ocultar esa fortuna al Estado. Así que ofreció a miles de clientes vip la posibilidad de abrir cuentas en Suiza a través de su filial en ese país. La información que se llevó del HSBC el empleado Falciani afecta a 30.000 cuentas entre los años 2005 y 2007. La lista de nombres (miles de nombres) que Falciani puso a disposición de las autoridades de varios países (entre ellos, España) ha empezado a difundirse hoy. Se sabía de la lista, habían trascendido ya algunos nombres —el de Botín, por ejemplo—, y se sabía que la Hacienda española había llamado a su puerta para que afloraran lo evadido y tributaran.
Lo nuevo es que salen a la luz los nombres que aún no habían salido y la cuantía del dinero que tenían en Suiza. Por ejemplo, Fernando Alonso, cuarenta millones de euros. En el caso del piloto asturiano la forma de eludir tributar en España no era ocultar sus ingresos, sino residir fuera de aquí, en el Reino Unido o en la propia Suiza, a lo Tina Turner. Lo que la Agencia Tributaria le reclamó (a Alonso) fue que fijara su residencia fiscal donde en realidad la tenía, en España. Entre los elementos más llamativos de la información que aportó Falciani está la cantidad de españoles que eran clientes del banco suizo, sólo nos ganan los británicos. Y en el Reino Unido la derivada política del escándalo se apellida Green, lord Green, un señor que era presidente del HSBC en esos años y que después se incorporó como ministro de Comercio en el gobierno de David Cameron.
Ya en su época de banquero le llovieron informaciones que presentaban al HSBC como lavandería de dinero negro de jefes de estado corruptos y organizaciones criminales, entre otras el cártel de Sinaloa. Y él dijo entonces que todo esto era ruido, una campaña irresponsable contra uno de los mayores bancos del mundo. El Times subrayaba esta mañana, al difundir algunos nombres de esa lista —Briatore, David Bowie, Joan Collins, Christian Slater, Elle Macpherson— que son sospechosos de haber ocultado ingresos, no que éstos procedan de negocios ilícitos. Hay jefes de Estado entre los clientes del HSBC, Mohamed VI, Abdalá de Jordania, y hay una gran expectación en el Reino Unido por saber quién es el ciudadano que llegó a tener una cuenta de mil millones de libras. Mil millones. No es Bárcenas. Y tampoco es Monedero. Aunque el gobierno venezolano tenía doce mil millones de dólares en el banco suizo en una cuenta que está a nombre del actual ministro de Finanzas bolivariano. Cuando esta mañana la dirección de Podemos informó de que ha encargado a Falciani un informe sobre cómo combatir el fraude fiscal fue inevitable pensar en Monedero. En la incapacidad que ha mostrado, hasta ahora, este dirigente político para acreditar el origen de sus ingresos. Y en el cierre de filas que ha protagonizado este partido retorciendo los hechos y olvidando, de golpe, la prometida transparencia. Lo único que le falta a Monedero para consumar su descalabro político, es haber tenido una cuenta en Suiza. O en Venezuela.