Mientras no nos digan que devolvamos la silla, habrá que usarla
Les voy a decir una cosa.
Mientras no nos digan que devolvamos la silla, habrá que usarla. Nadie dijo que esta invitación tuviera fecha de caducidad.
El gobierno de España asiste hoy a la cumbre del G-20 como viene haciendo en cada cumbre de los últimos cinco años. Aunque no somos ninguno de los 20 (los países más industrializados del mundo más los países emergentes), como nos invitaron en 2008 y nadie nos ha dicho que dejemos de ir, pues allá vamos. Salta a la vista que no llevamos la voz cantante en las reuniones (estando Obama, Putin, el chino nuevo, que se llama Xi, Cristina -que es muy de protagonizarlo todo-, o el japonés Abe, que tiene al personal maravillado por sus logros económicos; estando todos estos, a Rajoy le corresponde, claro, un papel secundario), no llevamos la voz cantante en las reuniones, a nuestra delegación no le ponen micrófonos secretos para espiarla, pero, oye, ahí estamos, en la pomada.
El presidente español va a tener ocasión, por ello, de empaparse de las razones que da Obama para soltarle un pepinazo a Bachar al Assad y las razones que dan casi todos los demás (Hollande es excepción) para no soltárselo. El Papa Francisco no es uno de los 20, pero le ha dado un capón, desde la plaza de San Pedro, al presidente norteamericano: capón papal, es decir, presentado en forma de plegaria para que todos los gobiernos repudien la intervención militar. A Obama no le van a hacer la ola lo gobiernos asistentes al G-20; no, desde luego, Rusia, pero tampoco China, ambos socios vip de la ONU con derecho a vetar cualquier cosa. Lo más que podrá recabar Estados Unidos de la mayoría de los presentes es el reconocimiento de que Al Assad se ha pasado cien pueblos (porque una cosa es matar civiles y otra gasearlos, obsérvese el matiz), la reprobación pública de un régimen que lleva tiempo siendo malo y alguna declaración retórica sobre el castigo que merece, político, se entiende, no militar. Algo así como apoyo moral a Obama pero guardando las distancias. Ésta, cabe pensar, va a ser también la posición que exprese el gobierno de España, siempre que no le quede más remedio que expresar algo, porque ganas de mojarse en cuestiones espinosas es evidente que el presidente no tiene.
Para Rajoy el G-20 siempre ha sido un sitio en el que se habla de economía, de cómo vamos saliendo de la crisis, unos países más que otros, de cómo unos ya salieron (y por qué), y otros aún estamos. El año pasado le tocó un estreno en el G-20 poco lucido, porque acababa de anunciarse nuestro rescate bancario y todos los gobiernos metían presión para que se despejaran las dudas y dejásemos de ser una fuente de desestabilización financiera. Fue en aquella cumbre cuando una periodista le preguntó a Rajoy si los del G-20 le habían metido prisa con el rescate y respondió que era él el que les había metido prisa a ellos. Y encima va de sobrao, se dijo en España entonces.
Un año y pico después, acude con ganas de quitarse la espinita. Su objetivo en esta cumbre es que dejen de mirarnos raro. Persuadir a esta gente que tanto manda de que ya no somos el cáncer que amenaza al euro, la economía en demolición cuyo rescate iba a arrastras consigo la moneda única. Es probable que sus colegas sean más receptivos, allí, a este discurso que lo que pueda serlo todavía la sociedad española, tan escarmentada de haber escuchado durante años esto de “lo peor ha pasado ya” que escucha los mensajes de las autoridades como quien oye llover. Obama, que fue de los que más urgieron hace un año, ya lo ha sido.
En el minuto cincuenta segundos que duró su conversación de esta tarde con Rajoy, antes de empezar la reunión del G-20, el presidente norteamericano le dijo al nuestro, según información que facilita la Moncloa, que las reformas económicas ya están dado fruto. Qué good friend, buen amigo el americano, que ni siquiera le ha pedido a Rajoy, a cambio de esta palmada en el hombro, que se anime a participar de la operación castigo al sirio. En el equipo del presidente español están levitando, a esta hora de la tarde, porque tener a Obama de avalista económico siempre da caché, y porque otro de los asistentes a la cumbre, el gobernador del Banco Central Europeo Mario Draghi, ha dado por casi rematada la reforma del sistema financiero español y ha añadido que espera, en breve, buenas noticias sobre la unión bancaria europea, esto de compartir supervisor de los bancos y sistema de provisiones que el gobierno español convirtió en una de sus principales demandas ante Europa y a lo que, hasta hoy, viene dando largas el gobierno de Alemania. Si Draghi dice que va a haber buenas noticias, es que algo se está cociendo.
De manera que este G-20, para Rajoy, no parece que vaya a traer curvas, sino todo lo contrario. Tampoco es le vayan a hacer la ola por haber evitado el rescate total de España, pero tendrá una participación discreta, digamos. Es lo que tiene la participación española en estas cumbres, que cambia mucho de una edición a otra. Este año pasaremos un poco inadvertidos. El año pasado éramos la estrella para mal, todos con mascarilla para que no les contagiaráramos. Pero es que en 2008 nos llevaron a la cumbre para aprender de nosotros. Porque éramos un modelo de supervisión bancaria, ¿se acuerdan? Sarkozy le buscó aquella silla de tijera a Zapatero para que explicara lo extremadamente eficaz que se había demostrado la supervisión del Banco de España y su doctrina de las provisiones anticíclicas (tener dinero guardadito en cada banco para cubrirse la espalda en caso de que vengan vacas flacas).
Éramos el ejemplo que iban a seguir los demás. Se acababa de hundir Lehman Brothers tras el petardazo de las subprime y el efecto arrastre que tuvo aquel sumidero había puesto contra las cuerdas a bancos británicos, alemanes, franceses. Españoles no, porque la banda española presumía de estar a salvo de aquel tsunami. Eran aquellos meses en que el gobierno de España repetía machaconamente que la crisis era una cosa de los americanos que a nosotros apenas nos afectaría, porque aquí ni teníamos hipotecas basura ni se había pinchado el mercado inmobiliario. Lo nuestro iba a ser un aterrizaje suave.
Un año, modélicos; otro año, apestados. Un año, con el foco en el cogote; otro año, como si no existiéramos. Así se escribe la historia.