EL BLOG DE ALSINA

A Matas le gustaba el estilo literario de Antonio Alemany

Les voy a decir una cosa.

Matas le gustaba el estilo literario de Antonio Alemany. Le gustaba tanto, que estaba dispuesto a pagar por hacerlo suyo. Soñaba el dirigente político balear con subir a la tribuna a pronunciar aquellas frases redondas, contundentes, a veces épicas, a veces líricas, como si fueran suyas. No veía problema en pagar y, en efecto, pagó.

ondacero.es

Madrid | 20.03.2012 20:29

Jaume Matas, en el juicio por el caso 'Palma Arena' | EFE

El problema es que lo hizo con dinero público, sin respetar los procedimientos legales y engordando los pagos para tener al escribano contento llenándole la hucha. El escritor en la sombra -”negro” en el argot del oficio-estaba, en efecto, contento y orgulloso de todo, a saber: de su talento literario, de su aptitud para la propaganda política, de su relación con Matas y lo provechoso que le resultaban estos tres elementos juntos. Él escribía los discursos, Matas los leía o los memorizaba, él cobraba y tan amigos. Bueno, más que amigos, porque en un ejercicio de autoelogio próximo al onanismo, Alemany publicaba luego en el diario El Mundo artículos que ensalzaban el talento de Matas para la oratoria y la viveza y precisión con que plasmaba las ideas políticas en sus discursos.

Matas engordó la cuenta corriente de Alemany y éste engordó el ego y el predicamento político de Matas. Los dos comparten hoy, nueve años después de iniciarse su provechosa relación mercantil, sentencia condenatoria. Al ex presidente de Baleares -otrora paradigma de la gestión económica del PP y hoy expulsado del partido y repudiado (qué engañados nos tenía a todos, dicen los populares, qué obsesión por hacer dinero exprimiendo el cargo)-, al ex presidente lo considera culpable el tribunal de haber falseado el procedimiento para poder contar con los servicios de Alemany al precio que éste reclamaba. Es decir, que dado que haciendo las cosas conforme a la ley el periodista debía ser contratado como asesor del presidente (que era lo suyo) o conformarse con un contrato menor que no colmaba sus aspiraciones económicas, se decidió hacer las cosas de otra manera, fraguando un engaño que consistió en fingir la convocatoria de un concurso público que, en realidad, estaba previamente amañado.

Si yo soy el gobierno autonómico y quiero darte a ti un contrato pero estoy obligado, por la cuantía del mismo, a convocar concurso, lo que hago es convocarlo, sí, pero por la vía de urgencia para que no le dé tiempo a presentarse a casi nadie y filtrándote a ti y sólo a ti los requisitos que exijo para la adjudicación, de tal manera que tú –mi elegido-- puedes ir preparando la oferta que se ajuste como un guante a lo que yo demando para que sea evidente, en última instancia, que hay que adjudicártelo a ti y sólo a ti, se presente al concurso quien se presente.

En el caso que nos ocupa, y según la sentencia, para rematar el engaño se persuadió a una empresa ya existente y dedicada a la publicidad, Nimbus, para que fuera ella la que se presentara (garantizándole que ganaba) pero con el compromiso de entregar las cantidades que abonara el gobierno autonómico al señor Alemany, es decir, servir de vehículo (o tapadera) para un pago que era irregular. Veamos cómo quedó la cosa: Matas convocó el concurso (se busca empresa que sepa escribir discursos), Nimbus presentó la mejor oferta (a ver, de eso también se encargaba Matas) y una vez formalizado el contrato, Nimbus contrata a Alemany para que escriba.

Objetivo cumplido: el presidente tiene a su escribano favorito a un precio muy superior al que la ley permite para una ocupación de estas características. Ha utilizado una añagaza, un artificio, y ya se sabe lo que ocurre cuando un cargo público recurre a una impostura: si no te pillan, cantarás victoria y te sentirás muy orgulloso de ser tan listo; ah, pero si te pillan...si te pillan, chico, te han pillado. Y habrás de afrontar las consecuencias (legales) de lo que hiciste. Ojo, Jaume Matas estuvo a punto de cantar victoria en mayo de 2007, cuando se presentó a la reelección en las autonómicas y ganó de largo las elecciones. El 46 % de los votantes confió en él, mayor porcentaje que la vez anterior, pero insuficiente para alcanzar el escaño número 30, la mayoría absoluta.

Aquella noche electoral agónica en que el signo del gobierno dependía de unos pocos cientos de votos, recuerdo que el señor Matas, falsamente eufórico y exhibiendo aquella enorme confianza que siempre tuvo en sí mismo, se apostó un café en esta emisora a que, al final del escrutinio, obtendría treinta escaños y seguiría gobernando las islas. No sucedió. Al final de la noche, y cumpliendo con la tradición mallorquina, fue la señora Munar quien ganó otra vez las elecciones pese a conseguir sólo tres escaños de 59.

María Antonia Munar, la lideresa de Unió Mallorquina, tenía de nuevo la llave del Parlamento, y la princesa escogió esta vez apoyar a Francesc Antich y mandar a Matas a tomar viento. Que nadie se equivoque: no lo hizo porque sospechara de la actuación del presidente y, en un arrebato de higiene democrática, decidiera privarle del poder y encumbrar a los socialistas; lo hizo por la misma única razón que siempre movió a Munar: hacer negocio con la política, seguir mandando en Mallorca, seguir amasando (con su pequeño partido como caja registradora) una fortuna.

Hoy la señora Munar está imputada en tres sumarios (el más conocido, el de Can Domenge) y ha utilizado todo su patrimonio inmobiliario para avalar las fianzas que le han sido exigidas. Hace dos años se apeó definitivamente del coche oficial que había sido su segunda residencia (o la primera) las dos últimas décadas. La princesa va un paso por detrás de Matas, su socio ocasional, porque él ya tiene una sentencia y ella aún está a la espera de juicios, pero todo llegará. Si en el caso sentenciado hoy ha sido esencial el testimonio de un “arrepentido”, el responsable de Nimbus Miguel Romero (que decidió cooperar con la fiscalía), en los sumarios de Munar va a ser decisivo Álvaro Llompart, ex contable de Unió Mallorquina que ha optado, también, por colaborar con la fiscalía anticorrupción, facilitando pelos y señales de los modus operandi de la señora para favorecer a empresarios afines que, a su vez, se retrataban cuando llegaban las campañas electorales (hoy por ti, mañana por mí), cobrar comisiones por todo tipo de adjudicaciones y hasta comprar votos.

El hundimiento del formidable chiringuito que había levantado María Antonia Munar fue simultáneo a las investigaciones que han terminado por poner a Jaume Matas a las puertas de la cárcel. Con razón se preguntan los ciudadanos de Baleares si acaso sus islas, Mallorca especialmente, ha sido durante años una cueva de ladrones. De sobra conocen la respuesta. Y no han sido años, han sido décadas. Siempre con los mismos procedimientos, en el gobierno autonómico, en el gobierno de Mallorca y unos cuantos ayuntamientos. El cargo público que utiliza el dinero cuya gestión le ha sido confiada a su antojo y en beneficio propio.

Algunos, como Urdangarín (presuntamente) captaron de inmediato la facilidad con que algunos responsables públicos soltaban cantidades enormes de dinero a cambio de servicios irrelevantes o inexistentes -el único criterio válido era quién salía beneficiado: si era amigo, amigo de otro amigo, o persona influyente, valía todo-. La impunidad en el manejo discrecional, caprichoso, fraudulento del dinero de todos. El dinero que les confiamos para que lo preserven y le dén buen uso, para que lo inviertan adecuadamente, para que rinda fruto en provecho de todos, no para que, con él, engorden las cuentas de sus amigos o las suyas propias, no para que compren propagandistas de sus hazañas políticas, no...para que se lo lleven crudo