El monólogo de Alsina: Al asesinato múltiple, en Francia, se responde con la ley
Les voy a decir una cosa.
Al asesinato múltiple, en Francia, se responde con la ley.
Al intento de acabar con una publicación se responde llevándola de nuevo al kiosko, al público, y procurándole una tirada que nunca antes vista.
Al crimen, con la ley. La ley que rige en ese país, la ley que emana de un Parlamento elegido por la sociedad francesa y que es ajena a las creencias y prácticas religiosas de quienes la hacen y quienes están obligados a cumplirla.
Lo dijo anoche Francois Hollande: “Francia buscará, juzgará y castigará a los autores”.
En ello está la policía francesa. Una vez identificados los autores, ayer, se transmitieron sus rostros a todo el país y a todas las comisarías. Cherif y Said Kouachi, hermanos y viejos conocidos de los servicios de inteligencia que han pasado, en estos últimos años, por el proceso habitual: la mezquita, el adoctrinamiento, el proselitismo y los planes para graduarse como combatientes en Siria e Iraq.
Cuando esta mañana se produjo un atraco en gasolinera, cometido por hombres fuertemente armados, empezó la última fase de la operación para capturarlos. Los hermanos abandonaron el coche en la localidad de Crepy-en-Valois, quince mil habitantes, y se metieron en un edificio.
Son varias las localidades donde el despliegue policial es notable, todas en torno a un bosque.
Hay que dar con los hermanos Kouachi para impedir que actúen de nuevo y para juzgarlos y encerrarlos. A ellos -y esto está investigándose- a quienes hayan podido ayudarles o encubrirles.
En este día siguiente al atentado de Charlie Hebdo. En el que permanece la consternación por lo sucedido, la conmoción por el asesinato múltiple que han conseguido cometer, en tierra europea, los yihadistas.
De vez en cuando, bien lo sabemos en España, sentimos la amenaza del terrorismo salafista más cerca. No porque no estuviera ya aquí, que como amenaza nunca deja de estar, sino porque pasa de amenaza a hechos consumados. A doce muertos.
Y entonces los programas y las tertulias se llenan de cuestiones, de búsqueda de explicaciones, de preguntas. Por qué nos atacan, nos preguntamos. Y nos salen respuestas como ésta: atentan no sólo contra la vida de unas personas, sino contra la libertad, contra nuestros valores, contra la civilización.
Si estuviéramos un poco más atentos a lo que sucede en otros lugares del mundo; si nos interesara más lo que pasa, y por qué pasa, en países de esos que llamamos lejanos -pero que están, en internet, a la misma distancia que cualquier otro-, quizá nos haríamos menos preguntas el día que nos sucede algo como lo de ayer porque estaríamos ya habituados (tendríamos muy asumidas) cuáles son las respuestas. Si nosotros, quienes hacemos programas de actualidad, estuviéramos más atentos y con las luces largas, quizá tendríamos más presente siempre de qué van estos tipos que se hacen llamar guardianes y guerreros del islam puro, los yihadistas.
Siete de enero, ayer mismo. En la academia de policía de Saná se celebraban oposiciones. Cien jóvenes aspirantes acudieron confiados en superar el examen. A media mañana, un minibús aparcado junto al recinto reventó. Era un coche bomba cuya explosión se escuchó en toda la ciudad. 37 asesinados, 66 heridos. Musulmanes todos. Seis días antes, primer día del año, en una localidad del centro de este mismo país, Yemen, se celebraba una ceremonia religiosa multitudinaria. Apareció un terrorista suicida y mató a 49 asistentes. Musulmanes, como la ceremonia.
El lunes pasado en Mali un grupo de individuos fuertemente armados (como los de Francia ayer) asaltó un cuartel del Ejército en Nampala. Acceden, recorren el edificio buscando víctimas y las matan. Hubo cinco muertos.
En Pakistán, lo sabemos, una escuela de Pakistán fue asaltada antes de Nochebuena por talibanes armados. Entran al edificio (como en París) y van de caza. Ciento cuarenta niños muertos. El atentado se lo atribuye, con orgullo, la organización de los talibanes pakistaníes. Un mes antes, noviembre, en el país de al lado, Afganistán, varias decenas de personas esperaban disfrutar con un partido de voley. Era un domingo por la tarde. El suicida iba en una moto y se empotró contra la multitud. Cincuenta muertos. Setenta heridos.
Diciembre en Sidney, Australia.http://www.ondacero.es/noticias/canadiense-convertido-islam-autor-tiroteo-que-causo-panico-centro-ottawa_2014102300021.html|||un joven canadiense que soñaba con viajar a Siria a integrarse en el grupo de Al Bagdadi, estado islámico.
Dos de diciembre en Kenia. Un campamento en el que duermen los trabajadores de una cantera. Aparecen los individuos fuertemente armados de Al Shabab. Recorren el campamento sacando a los hombres de las tiendas. Los separan en dos grupos: musulmanes y no musulmanes. A los primeros les dicen que se larguen. A los segundos, puestos en fila, los van matando uno tras otro de un tiro en la cabeza. 36 muertos. Diez días antes habían cortado el paso a un autocar que iba camino de Nairobi. Hicieron lo mismo con los pasajeros. 28 asesinados.
Y Nigeria, qué decir de Nigeria. Boko Haram. Esta misma tarde, repito, hoy mismo: el segundo ataque a la ciudad de Baga ha causado, como poco, cien muertos. Hubo un primer ataque el lunes, con la toma de un cuartel militar, y ahora han completado la operación incendiando la ciudad de la que siguen huyendo, en estampida, las familias. Un funcionario del gobierno le ha dicho a la BBC que entre el lunes y hoy los asesinados pueden ser unos dos mil. Repito: dos mil. En una semana.
Dos mil son las personas que ha matado estado islámico en Siria e Iraq entre mayo y diciembre del año pasado. Sesenta y nueve eran periodistas. (Sesenta y nueve, que se sepa). La inmensa mayoría, nacionales y musulmanes. Antes y después de James Foley.
El yihadismo es una marca a la que se apuntan los integristas islámicos de cualquier territorio.
Son estos tíos que lo mismo asaltan la redacción de un semanario en París y matan (asesinan, no ejecutan) a los periodistas que allí trabajan, como asaltan una escuela de Nigeria y asesinan a los niños que allí estudian, como siembran de bombas el metro de Londres o los trenes de cercanías de Madrid y asesinan, matan, a decenas de personas de edades, profesiones, orígenes y, atención, religiones muy diversas.
El yihadismo no es algo que nos pasa a nosotros, los europeos, los occidentales. Nos pasa a nosotros como les pasa a otras sociedades que no son ni occidentales ni democráticas ni libres para publicar caricaturas de Mahoma. Pero donde también actúa el yihadismo, donde también mata, porque no comparte su estilo de vida tibiamente islámico (bajo su desnortado punto de vista, se entiende).
Ayer se repitió mucho en todas partes que el 20150107-NEW-00133-false|||Francois Hollande dijo ayer que la libertad siempre será más fuerte que la barbarie. Dos días antes, este lunes, el general Al Sisi, presidente de Egipto escasamente democrático y al que le escuece la sátira, reclamó a los líderes religiosos del mundo islámico que erradiquen el integrismo y prediquen una visión más luminosa del islam. “Es la comunidad de creyentes musulmanes la que se está destruyendo en vuestras propias manos porque la lleva a enemistarse con el mundo entero”.
Lo que diferencia a los países árabes, asiáticos, africanos en los que más actúa el yihadismo de estos países nuestros en los que golpea, también, de cuando en cuando no es que seamos, nosotros, objetivo preferente de los terroristas (ni nosotros como sociedades, ni nosotros como periodistas); lo diferente es la infraestructura y los recursos de los que estos grupos disponen en esos países, y antes incluso, de la base social que los respalda. Hay provincias enteras leales a los talibán en Pakistán y Afganistán; hay miles de militantes, llegados desde cualquier lugar del mundo, que se integran en Estado Islámico y participan con entusiasmo de sus limpiezas étnicas; hay regiones cada vez mayores donde Boko Haram ha logrado imponer el miedo y la sumisión obligando a la población a ponerse de su lado.
En nuestros países estos grupos son más reducidos, disponen de bastantes menos recursos y, sobre todo, están más controlados por los gobiernos y los servicios de inteligencia. Detectan a los reclutadores, tratan de saber cuándo viajan a Siria y cuándo regresan los activistas y evitan, siempre que pueden claro, que alcancen el objetivo de conseguir atentar en suelo patrio. Pero estar, el yihadismo está presente también aquí. Claro que lo está. Sólo quien haya olvidado ya que hubo un 11-M, que hubo un 7-J, que ha habido lobos solitarios, podrá contemplar como algo insólitamente nuevo que un grupo islamista mate en Europa. Aún más ridículo resulta sorprenderse de que los terroristas sean nacidos en el mismo país en el que atentan.
Son nacionales, por supuesto, a veces musulmanes de siempre y otras convertidos algunos años antes. Deslumbrados por los sermones integristas y deseosos de graduarse como combatientes allí donde hay un conflicto abierto o aquí, cuando regresan ebrios de estado islámico. Son franceses, españoles, británicos, canadienses. Porque aquello que los define como yihadistas no es la nacionalidad, ni la edad, ni el hecho de ser musulmanes. Lo que les define es recurrir a la violencia, al asesinato, para combatir no el modelo occidental, o al gobierno keniano, sino todo aquello que suponga un obstáculo, todo aquello que no sea, la consumación de su interpretación del islam como de régimen político que toda sociedad debe acatar. Naturalmente, sin libertad de expresión ni de ningún tipo. Un régimen de burkas y mulás en el que esté prohibida la diversidad, la duda y la música.