Opinión

El análisis de Alsina tras el dictamen del abogado general de la UE sobre la amnistía: "El Gobierno ganó la esperanza de que su mayoría difunta siga viva"

El director de Más de uno ha ironizado sobre la celebración del Gobierno al creer que su mayoría "Frankenstein" se mantiene después del bloqueo a la prórroga de las nucleares y el dictamen europeo.

Carlos Alsina

Madrid |

Déjenme que les cuente una historia, que es muy corta, ya verán. 'Fue en una noche sombría de noviembre cuando contempló el resultado de sus esfuerzos. Tomó los instrumentos que tenía para insuflar la chispa de la existencia en la materia inerte. Era la una de la madrugada, la lluvia golpeteaba lúgubre contra las ventanas y su vela estaba casi consumida cuando, en la luz trémula de la llama, vio abrirse el ojo opaco de la criatura'.

Este párrafo fue el primero que escribió Mary Shelley de lo que acabaría siendo una de las novelas más populares de todos los tiempos: 'Frankenstein' -y esto no es promoción de la película de Guillermo del Toro-. La historia del hombre de ciencia que devuelve a la vida un cuerpo hecho de pedazos de muertos se le ocurrió a Shelley de madrugada, al cabo de una noche de tertulia en la que Percy, el marido, y George, el amigo lord, habían estado debatiendo sobre la esencia de la vida y los experimentos del abuelo de Darwin.

Es decir, si es posible revivir un cadáver. El abuelo era hijo. De su tiempo. Interesado, como Galvani y como Volta, en la relación entre electricidad y biología. Aunque Mary Shelley, a decir de sus exégetas, en quien se fijó de verdad fue en el sobrino. No de Darwin sino de Galvani.

A ver, Galvani era el de las ranas, el hombre que, por descuido, mientras disecaba una pata, tocó con el bisturí el gancho de bronce del que colgaba el batracio y le metió, sin saberlo, una descarga que hizo que la pata -ay, mi madre- se le contrajera. Pata de rana reviva, cómo no seguir investigando.

A su sobrino, Giovanni Aldini, las ranas se le quedaban cojas (como al fiscal general su nota de prensa) y se pasó a animales de mayor enjundia -no escatimemos con el tamaño-. Se hizo con el cadáver de un ahorcado y convirtió en espectáculo de masas la danza de las convulsiones tónicas, que consistía en lo siguiente: al lado del cuerpo inerte del hombre ponía una batería, le colocaba al difunto unos cables en la boca y en la oreja, activaba la corriente y al muerto se le movía la mandíbula y se le abrían los ojos -qué maravilla-.

Luego iba cambiando los cables a otras partes del cuerpo y se le activaban los brazos o parecía que respiraba. Y cuando el público creía haberlo visto todo, le metía un cable por el recto y el cadáver rompía a bailar como si, en plenitud de gozo, estuviera escuchando a Rosalía. La danza de las convulsiones. Un espectáculo soberbio. De ilusionismo. Los espectadores creían estar viendo cómo un muerto había vuelto a la vida. En realidad, el frankenstein seguía muerto. Muerto, y con un cable metido por el…

Un gobierno Frankenstein

Fue Alfredo Pérez Rubalcaba quien se inspiró en Mary Shelley para bautizar como 'frankenstein' una conjunción de partidos políticos que amontonados, y a base de suturas, se constituye en mayoría de gobierno sin más identidad que sus andares toscos ni más aspiración que vivir una existencia amorfa. Años después, y huyendo de un nombre tan poco ilusionante, 'frankenstein' fue renombrado como 'bloque'. 'Bloque de investidura'. La chispa que insufló vida a este recosido de siglas -la chispa de la vida- no fue un rayo sino un prófugo.

El convicto Puigdemont i Casamajó bombeó su sangre a la criatura mortecina y esta alcanzó a ponerse en pie, exhibiéndose, ufana, en su notable estatura. Tu vida por mi amnistía. Dos años aguantaría erguido el bloque, dos años. Y a los dos años, y aprovechando el cambio de hora…se desplomó exangüe la criatura, huérfana de aliento puigdemónico. El doctor, que la había imaginado adornada por los rasgos más bellos, la contemplaba ahora berreja y le incomodaban sus ojos acuosos y sus negros labios.

El convicto Puigdemont i Casamajó bombeó su sangre a la criatura mortecina y esta alcanzó a ponerse en pie

Como si Junts fuera la pata de una rana y Europa la descarga que la revive, el Gobierno pudo celebrar ayer el dictamen del abogado general del Tribunal Europeo que le bendice la ley de amnistía como encajable en el derecho comunitario.

Hace suya la tesis, tan del Gobierno y su difunta mayoría, de que nada tiene que objetarse, jurídicamente, a una medida aprobada por las Cortes Generales que no cabe llamar autoamnistía porque los amnistiados no son expresamente los diputados que la votan -solo son los siete peones a las órdenes del amnistiado Puigdemont y los siete a las órdenes del amnistiado Junqueras, pero oye, son matices-.

Y al celebrar el dictamen, y el caminito verde que abre para que el Tribunal Europeo dicte eso mismo pero ya en una sentencia, y el Tribunal Constitucional de España lo agarre al vuelo para amnistiar a Puigdemont de su corrupción y abrirle las puertas, y los brazos, de la España de la que reniega, al celebrar el dictamen se reanimó el Gobierno a sí mismo y rompió a bailar la danza de las convulsiones. Es decir, que quiso ver a su mayoría frankenstein abrir, de nuevo, los ojos, activaba su mandíbula -la famosa mandíbula Sánchez- y parecía mover los brazos en el intento de ponerse de nuevo en pie.

Tuvo el Gobierno dos victorias en el mismo día -o una victoria y un empate-. Ganó el dictamen en Europa y empató la prórroga de las centrales nucleares en España. Porque el convicto de Waterloo y su delegada en Cortes, Nogueras, optaron por abstenerse para no regalar al PP una victoria parlamentaria. Una cosa es que Sánchez sea ahora un cínico, hipócrita, sin palabra, incapacitado para gobernar ya nada…y otra que vayan a tenerle, ya ayer, a pan y agua.

Unas veces se gana y otras, se pierde. Y el Gobierno ganó ayer, al menos, una esperanza. La esperanza de que su mayoría difunta siga viva. Aunque sea en estado mortecino y con respiración asistida hasta que el Constitucional remache la impunidad de su miembro colgante (y expatriado).

Vista de Sánchez a Radio 3

El alivio no da, todavía, para sacarle a Zapatero un billete de avión a Suiza, o para repescar al verificador Galindo, pero sí para que el presidente sin presupuestos, sin mayoría social y sin cuestión de confianza, pueda echar la tarde escuchando tranquilamente, y de un tirón, el disco de Rosalía.

Que aunque tiene dieciocho canciones sigue durando menos que una homilía de Sánchez. El presidente hizo ayer de comentarista musical invitado en Radio3 (esto de la música le viene de familia). Acudió melómano, o rosalianómano, a la radio estatal a hablar de discos -como José María Aznar acudió al programa de Dragó a hablar de libros (todo está inventado)-, y posó después con una camiseta de la radio pública, humanizado en una foto que ha generado algún revuelo.

Qué digo yo que qué problema habrá en que el presidente lleve la camiseta de RTVE. El problema sería que RTVE llevara la camiseta del presidente, no sé si me explico. Lo próximo podría ser un cameo en "Valle Salvaje". O en los documentales de La Dos. Ahí, arriesgando.

El problema sería que RTVE llevara la camiseta del presidente

Galvani siempre supo que sus ranas, aunque encogieran la pata, estaban muertas. Y Aldini nunca creyó que su ahorcado, aunque moviera la mandíbula, hubiera resucitado. El bloque de investidura, pese a la ilusión eléctrica de ayer, sigue tan fiambre como anteayer. Aunque le hayan metido un cable por el…