#HistoriaD: Eduardo de Guzmán, en el instante final de la Guerra Civil
Javier Cancho cuenta la historia de cómo el periodista Eduardo de Guzmán asistió al momento definitivo del final de la Guerra Civil española.
La caída de Madrid era un hecho, por la calle ya había grupos de fascistas vitoreando a Franco. De Guzmán logró subirse en un camión que dejó Madrid pegando tiros, rumbo a Levante.
Jueves 30 de marzo del 39. De Guzmán ha llegado al puerto de Alicante. Escucha historias de barcos que se acercan, pero no paran. Se sabe que los fascistas ya han entrado en Ciudad Real, Cuenca y Jaén. Los italianos que tomaron Albacete pueden plantarse en Alicante en unas horas. Los militares republicanos dicen que luchar para proteger la evacuación sería una temeridad. Sólo queda esperar.
Cuando llegan los italianos, se pacta un acuerdo: no habrá resistencia, pero se permitirá la evacuación marítima, les dicen. A tres metros de Eduardo de Guzmán, un hombre se pega un tiro. Enseguida se cuenta que no es el primero. Aquel día unos cuantos se quitaron la vida.
Era la voz de Eduardo de Guzmán. La esperanza consistía en la llegada de un crucero francés. Se había dicho que sólo podrían subir 150 personas, la selección de quienes podrían embarcarse provocó airadas discusiones.
De noche, pocos duermen. Hace frío. Los 150 afortunados esperan aparte con sus equipajes, mirando tensamente el mar. A la 1:30 de la madrugada se avistan varios barcos, pero no acaban de entrar. A las 2, tres navíos se aproximan al puerto, pero a 300 m dan la vuelta. A las 6, se repite el numerito de los barcos que vienen y se van. Al amanecer no queda ninguno en el horizonte.
Los 150 vuelven con los demás. Al alba, las primeras luces iluminan los últimos cuerpos. Los cadáveres de los suicidados flotan en las aguas mientras suenan disparos de otros que eligen esa vía de escape. La última esperanza de huída se desvaneció el último día de marzo del 39.
Se ve un barco de guerra y hay un último conato de alegría. Al aproximarse se comprueba que no es el ansiado navío francés, sino un minador español, el Vulcano, con ametralladoras emplazadas apuntando hacia los muelles. Un hombre de servicio en el pequeño faro de la bocana del puerto lanza un grito y se arroja al vacío. Su cráneo salta en pedazos entre las rocas. Desembarcan soldados cantando el himno legionario. Continúan los suicidios mientras suenan constantemente ráfagas de ametralladora.
Eduardo de Guzmán explicó haber sentido entonces, de forma definitiva, la conciencia dolorosa y humillante de la derrota, la individual y la social. Más allá de la tortura de la esperanza, De Guzman siente que ha dejado de sufrir, pero se resiste a la tentación del suicidio.
Sábado 1 de abril. Nadie duerme. Muchos expresan su voluntad de quitarse la vida, otros exponen argumentos para no hacerlo: tratar de ser útiles hasta el último momento, dar ejemplo y fortaleza. Sale el sol a las ocho de la mañana en un cielo sin nubes mientras termina la evacuación del muelle. De Guzmán camina maquinalmente.
Alguien murmura a su lado: pronto envidiaremos a los muertos. Hombres y mujeres son separados y recluidos en lugares distintos. La ocultación de armas es castigada con el fusilamiento inmediato.
Fueron cerca de 30.000 republicanos esperando barcos europeosque nunca llegaron, al final estuvieron unidos en la derrota. En la derrota y en la desgracia. De Guzmán dijo que hubo más de 600 suicidios en el puerto de Alicante.
En Madrid, fue torturado. Después, en un Consejo de Guerra sumarísimo fue condenado a muerte junto con Miguel Hernández. Por 5.000 pesetas era posible salvarse, pero su familia no las tenía. Por eso, nunca supo por qué razones, al cabo de 16 meses de esperar la ejecución, le concedieron el indulto.
Cumplió siete años más de cárcel, hasta que en 1948 le dieron la libertad provisional, con la sanción de no poder ejercer jamás el periodismo.