Historia de una fuga
Veinte mil leguas de viaje submarino relata la intrigante desaparición de una serie de barcos y el temor a la posible existencia de un monstruo marino.
Les vamos a hablar de alguien importante para nosotros. Tiene tres corazones. También tiene varios cerebros, incluso, tiene más cerebros que corazones. Y resulta que sus cerebros son distintos a los de cualquier otra criatura de este mundo. De hecho, si lo pensamos bien, los pulpos parecen seres de otro planeta.
La naturaleza sólo dejará de sorprendernos cuando hayamos acabado con ella. Hace un tiempo, en Nueva Zelanda, un piragüista fue abofeteado por una foca con un pulpo. La foca propulsó -desde su gaznate- al pulpo para golpear al piragüista. Lo más asombroso es que nadie resultó herido, ni el pulpo ni el piragüista ni tampoco la foca.
Escuchamos el sonido de un informativo donde cuentan la historia de Inky, un pulpo que vivió en el Acuario Nacional de Nueva Zelanda. Y siendo un pulpo, Inky, logró escaparse de aquel acuario.
Se fugó para regresar al mar. Se fue dejando un rastro de tinta. El tanque en el que estaba confinado había quedado semiabierto tras unos trabajos de mantenimiento. E Inky aprovechó el descuido para deslizarse por una rendija. Una vez fuera, avanzó un trecho de unos 4 metros hasta alcanzar una tubería de drenaje de unos 15 centímetros de diámetro y unos 50 metros de largo. El pulpo se metió por ese conducto. Por algún motivo sabía que esa tubería conducía hasta el mar.
Recuerden que los pulpos no tienen huesos, son capaces de encogerse más allá de donde nuestra imaginación llega. Caben en espacios minúsculos. Inky, como la mayoría de los animales, ya había vivido situaciones límite. De hecho acabó en el acuario porque un pescador lo rescató del asedio de un grupo de langostas que se lo querían comer. Lo tenían acorralado en un arrecife. Llegó al acuario con algunas heridas, de las que se recuperó. Allí, le daban de alimento tres veces por semana, llevaba una vida que desde nuestras perspectiva podríamos considerar cómoda; pero, no era su vida. Por eso se escabulló amoldando su cuerpo al tamaño de un agujero. Por la fascinante biología del pulpo, los ingenieros los investigan para construir robótica blanda.
Cada tentáculo del pulpo actúa como si tuviera una mente propia, con sus propias intenciones. Y a pesar de tener ocho tentáculos que funcionan de forma independiente, el pulpo logra que no se enreden. Puede decirse que se lían menos que nosotros. Manejan sus tentáculos con 500 millones de neuronas. Tienen nueve cerebros, uno central y ocho periféricos. Son algo así como alienígenas marinos. El zoólogo Martin Wells fue quien dijo que son como una especie de otro planeta. Y, de hecho, la secuenciación de su genoma revela asombrosas complejidades: el genoma del pulpo resulta similar al de otros invertebrados, pero se encuentra completamente reorganizado, es como si alguien hubiera metido su ADN en una licuadora para optimizar lo que más importa.