Ónega, a la maquilladora de Moncloa: "Realiza un trabajo humilde pero decisivo para la imagen del poder"
Fernando Ónega dedica la carta con la que pone punto y final a La Brújula a la mujer que ha conseguido la plaza del concurso de una maquilladora-peluquera convocado por Moncloa.
Madrid | 16.01.2021 00:00
Y un saludo cordial a una mujer que presta sus servicios en el Palacio de La Moncloa y cuyo nombre creo que debo silenciar dada la discreción de su trabajo. Esta mañana, el diario ABC le dedicó gran parte de su portada en la que se ve al vicepresidente segundo, a la ministra portavoz y al titular de Justicia bajo este llamativo título: “bien maquillados para las ruedas de prensa”. Y la encargada de poner guapos a los gobernantes es usted.
Viene haciendo ese trabajo desde Mariano Rajoy, pero ahora se convocó un concurso, lo ganó y este cronista la felicita. Suyo es el puesto y suyo es el mérito. Esta mañana cité donde Alsina una frase de El Quijote: “todo lo hermoso es amable” y a usted, señora, le corresponde la tarea de que el gobierno luzca hermoso y amable. Le diré una cosa: me parece muy bien. A mí me maquillan cada vez que voy a televisión, por lo cual no veo por qué quienes hablan en la sala de prensa de La Moncloa no se pueden maquillar y pasar por peluquería.
Lo que hacen tan altas autoridades, desde el presidente al doctor Simón, es hablar para la tele. Tienen todo el derecho y quizá la obligación de cumplir con uno de los requisitos de presencia ante las cámaras y que cumplen religiosamente todos los tertulianos que nos iluminan cada mañana, cada tarde y cada noche con la luz de sus ilustradas opiniones. Ante una cámara, un ministro no es menos que un tertuliano. La pantalla es la misma. Las exigencias estéticas del espectador –o de su narcisismo-- son idénticas.
¿Es que alguien pensó que María Jesús Montero, o antes Isabel Celaá, o antaño María Teresa Fernández de la Vega, u hogaño el excelentísimo señor don Pedro Sánchez, o Su Majestad el Rey en su Mensaje de Navidad, salían y salen sin maquillar? Su salario, a pesar de la solemnidad oficial de un concurso público para cubrir esa plaza, seguramente sea el más modesto de cuantos se pagan en ese recinto: no llega a los 20.000 euros brutos anuales. Y realiza usted, señora, uno de los trabajos quizá más humildes, pero más decisivos para la imagen del poder. En cuanto a los resultados, le diré lo que se dice en todas las salas de maquillaje: usted hace algún milagro, pero tampoco es la Virgen de Lourdes.