La carta de Ónega a Las Palmas de Gran Canaria: "Todo en ti es una sorpresa"
La carta de Fernando Ónega en La Brújula dirigida a Las Palmas de Gran Canaria
Y buenas noches, las Palmas de Gran Canaria, Isla de Gran Canaria. Saludos, canarionas y canariones. “Pocos hombres me han parecido tan paisaje”, escribió Juan Ramón Jiménez, y yo añado “pocos hombres y mujeres me han parecido tan paisaje como vosotros”. Pienso en los valientes, gente de honor, que habéis hecho historia de la Isleta a La Vegueta, como os canta la tradición. Pienso en vosotras, por ejemplo las de la Asociación Mujer Canaria y las que no estáis asociadas a nada, pero sois el alma de las islas.
Y pienso, cómo no, en quienes seguís el volcán de La Palma como si fuera vuestra isla, porque toda esa tierra es hija es hija de los volcanes, y bien hermosa que los volcanes la construyeron. ¡Las Palmas de Gran Canaria! Llegué a ti, ya no recuerdo cuándo, y como al gran Juan Cruz --lo recordé al leer su libro “Viaje a las Islas Canarias”--, me impactó el aire y solo después supe por él que hay muchos lugares canarios que parecen estar hechos de aire. Aire de Las Palmas de Gran Canaria, que tiene el mejor clima del mundo. Aire que corre entre Las Canteras y las Alcaravaneras y hace de ti eso que ahora llaman ciudad inteligente.
Me empezaste a atrapar, Gran Canaria, al verte en los mapas y tu silueta me recordaba una vieira. Me sentí como en Galicia al llegar a Teror y ver sus castañares y sus casas, puestas de la forma que cantó el poeta gallego Manuel María: “a terra Chá é unha casiña aquí e outra acolá”. Y después te vi y me terminó de enamorar el colorido de calles como la calle Perojo, imposible de olvidar.
Y esos conjuntos histórico-artísticos que son los barrios de La Vegueta y de Triana. Y los patios llenos de flores. Y los balcones de madera. Y la ermita de San Antonio Abad. Y la catedral. Y el Jardín Botánico. Y los castillos de la Luz y de Mata. Y las casas modernistas. Y esos huertos urbanos, ese modelo se participación ciudadana. Y yo qué sé, ciudad de Las Palmas, que hay que haber estado en la Iglesia de Santa María del Pino para saber por qué tantas mujeres os llamáis Pino. Y hay que haber rezado a Nuestra Señora de la Soledad de la Portería Coronada. Todo en ti es una sorpresa, como lo es descubrir ahí mismo la Caldera de Bandama.
Como lo es cada pueblo de la isla y cada pueblo de Canarias. Como lo es pasar del traje de baño en tus playas de arena amarilla y necesitar un anorak si te asomas el interior, que por eso te llaman continente en miniatura. Como lo es sentarte y descubrir el sancocho y las carajacas con papas arrugadas y los suspiros de Moya y aquellos vinos de los que Shakespeare hablaba en su Enrique IV. Un continente, Gran Canaria. Y yo, marinero de agua dulce, me despido con los versos que os hizo Rafael Alberti: “Cañonead con plátanos las máquinas de guerra / con dátiles dorados la frente de la tierra / y con glorias y hosannas estos bajeles míos”.