La carta de Ónega a los ministros cesados: "Cuando el presidente anuncia la recuperación, os agradece así los servicios prestados"
Fernando Ónega dirige su carta a los ministros cesados por Sánchez.
Y buenas noches a mis queridos ministros y ministras de la cabeza cortada. Todo se ha consumado, por tomar una expresión del Evangelio. No hablo de cesar, porque habéis cesado hace mucho tiempo. Lo dijo así Pío Cabanillas Gallas: “Comienzas a cesar en el momento de ser nombrado”. En medio queda un tiempo que llaman mandato y que en vuestro caso solo tuvo de gozo las prebendas del poder.
Y tuvo de sacrificio gobernar un país en dos estados de alarma, con miles de féretros que salían de los hospitales y las residencias y casi un millón de trabajadores camino de los ERTE. Y justo cuando el presidente empieza a anunciar la recuperación, va y os agradece los servicios prestados. Seguro que ha sido un fin de semana de lágrimas para algunos.
Pienso, cómo no, en José Luis Ábalos. Preparó la moción de censura que llevó al poder a quien lo cesa. Lo defendió en mítines, periódicos, emisoras y conversaciones privadas. Justificó lo injustificable. Hizo misiones imposibles, como la de Delsy. Trabajó las 24 horas de todos los días en que estuvo en el ministerio. ¿Y todo para qué? Para que el sábado sonara el teléfono y una voz le dijera: “Lo siento, pero no puedes seguir”. No me extraña, señor Ábalos, que no haya tenido una palabra de afecto al presidente.
Pienso en Juan Carlos Campo. Le tocó la tarea más difícil, que es justificar los indultos. Fue un peregrino que inundó de razones jurídicas los medios de comunicación. Y ahí se quedó, compuesto y sin otra mirada que volver a la Audiencia Nacional, marcado por su servidumbre ideológica, mala marca para un juez.
Y pienso en Carmen Calvo, la vicepresidenta que siguió viviendo en un semisótano. Peleó batallas épicas. Defendió la idea socialista como una vieja luchadora. Lideró la memoria histórica. Y hoy ha pasado a ser “ex”. Ex de todo, camino del silencio y el olvido. Yo no juzgo vuestro trabajo, cesados. Los hubo brillantes y los hubo casi clandestinos. Solo me detengo en la peripecia humana. ¡Qué poco separa la gloria de la tristura del despido!
Pero así es la política, amigos. Jugar a la política es pasar de la gloria al silencio. Que lo aprendan los que llegan: si algo queda después de su mandato es el juicio popular. Es decir, si han servido, no han servido o cómo han servido a su país.