La carta de Ónega a Guo Gangtang, el padre que se ha reencontrado con su hijo tras 24 años de secuestro
La carta de Fernando Ónega en La Brújula, hoy dirigida a Guo Gangtant
Y, como Internet ya lo permite todo, hoy quiero saludar a un ciudadano chino, que vive en China, y que se llama, suponiendo que lo sepa pronunciar, Guo Gangtang. Le calculo por las fotos y las canas que luce, algo más de cincuenta años de edad. Y casi la mitad de ese medio siglo la pasó buscando a un hijo que le secuestraron hace 24 años, exactamente el 21 de septiembre de 1997.
Aquel día, señor Gangtang, el mundo vivía con la esperanza de encontrar una vacuna contra el SIDA. Aquí en España Felipe González y Alfonso Guerra declaraban como testigos en el caso Filesa, fíjese si ha pasado tiempo. Y usted, ya digo, comenzaba la impresionante aventura de buscar a un niño de dos años y medio entre mil millones de chinos. Eso sí que es buscar una aguja en un pajar.
Y en un país donde dicen las crónicas que se secuestran algo 10.000 y 60.000 niños cada año y se encuentra a unos 3.000. Dicen también las crónicas de su hazaña que recorrió más de medio millón de quilómetros, quizá visitando pueblo a pueblo en la dificilísima orografía de ese enorme país. Y los hizo todos en motocicletas, diez ha quemado por las carreteras. Y la noticia feliz es que consiguió encontrarlo.
Aquella criatura de dos años es hoy un profesor de 26 años al que usted se abraza en una foto que dio la vuelta al mundo. Cómo ha conseguido identificarlo es algo que no sé, más allá de confusas noticias de cooperación policial y del apoyo que iba recogiendo en sus motos, en las que puso carteles que preguntaban “Hijo, ¿dónde estás?” o “Papá te está buscando para que vuelvas casa”, o más allá del fenómeno social que una película de gran éxito ayudó a crear. Señor Gangtang, sin fácil sentimentalismo es usted mucho más que un padre coraje. Es usted un ejemplo histórico de cómo la voluntad puede conseguir lo que para el resto de la humanidad es imposible.
Es la confirmación de que la fe mueve montañas. Es la prueba de que a veces los humanos también podemos hacer milagros, pero hay que creer en los milagros. Y a este escribidor le recuerda el verso de Bertolt Brecht que habría que poner en el frontispicio de esos palacios donde los poderosos ponen a prueba nuestra capacidad. Dice así: “el agua blanda hasta a la piedra acaba por vencer”.