El sida ayer y hoy: Evolución del tratamiento y diagnóstico de la enfermedad cuarenta años después
Se cumplen 40 años desde que se describieron los primeros casos de sida. Así ha sido la evolución de la enfermedad y de los tratamientos.
Un estudiante de 21 años se desmaya de repente. El médico que lo examina observa que tiene los ganglios inflamados y le pregunta si ha perdido peso últimamente. También si es homosexual. El diagnóstico llega a continuación, acompañado de un pronóstico nada esperanzador: tiene VIH y le dan seis meses de vida.
Inmediatamente el paciente es conducido a un área de aislamiento en la que se quedará ingresado un tiempo. Hay dos bolsas en la entrada en las que debe depositar su ropa sucia y sus platos y cubiertos usados. En la puerta, preside una pegatina que indica que existe riesgo biológico.
El paciente se llama Shaun Mellors y su historia se remonta a la Sudáfrica de 1986. En la actualidad, más de 30 años después de ese fatídico día, Mellors vive en el Reino Unido y dedica sus días a concienciar desde su propia experiencia sobre una epidemia que parece no terminar nunca.
Este año se cumplen 40 años desde que se describieran los primeros casos de sida, pero irónicamente ese aniversario nos ha sorprendido en mitad de una nueva epidemia, en este caso por el SARS-CoV-2.
Existen muchos elementos compartidos entre ambas: el aislamiento, lo desconocido de una nueva enfermedad, la ausencia de tratamiento específico, la fatalidad en muchos diagnósticos e incluso el estigma. Pero mientras en la covid se han conseguido atajar muchos de esos problemas en tiempo récord, el camino de la lucha contra el sida es mucho más complejo y prolongado. Sin embargo, si ponemos un espejo entre la realidad de hace 40 años y la actual veremos que por fortuna el ayer y el hoy nada tienen que ver.
El contagio
Cuando el sida dio la cara su origen era todo un misterio, nada se sabía sobre cómo se contagiaba. Sí parecía evidente que se daba con mayor frecuencia en determinados colectivos: homosexuales, heroinómanos, hemofílicos y haitianos, motivo por el que durante un breve periodo de tiempo la enfermedad fue conocida como el síndrome de las cuatro haches.
En España hubo que esperar hasta 1988 para que se realizase la primera campaña de prevención, la famosa ‘SiDA, noDA’, que detallaba situaciones que suponían un elevado riesgo de contagio, como las relaciones sexuales o el intercambio de jeringuillas, y las contraponía a otras que no conllevaban ningún peligro.
En la actualidad la mayoría de la gente no solo conoce perfectamente cómo prevenir el contagio sino que también tiene acceso a las medidas concretas. Además, contamos con una ventaja añadida muy importante con respecto a esos primeros años: la Profilaxis Post-Exposición (PPE). Este tratamiento sería el equivalente a una píldora del día después: se plantea en las primeras horas tras una situación de riesgo y ayuda a prevenir el contagio. Sin embargo no está al alcance de todo el mundo, el profesional sanitario ha de valorar determinados aspectos como el nivel de riesgo de desarrollar la infección.
Existe incluso un tratamiento preventivo previo la infección: la Profilaxis Pre-Exposición (PrEP). Está financiada por el Sistema Nacional de Salud desde hace dos años y se basa en el uso de fármacos antirretrovirales para reducir en más de un 90% la probabilidad de adquirir la infección por el VIH. Se recomienda para todos aquellos que se encuentren en alto riesgo de adquirir la infección y la dispensan los profesionales sanitarios autorizados.
El diagnóstico
Si bien los primeros casos descritos datan de 1981, el virus no se aislaría hasta 1983 y aún habría que esperar dos años más para contar con un test que permitiese diagnosticar la infección. Lo mismo, pero en mucho menos tiempo, sucedió con la covid: mientras no se identificase el virus causante no se podían diseñar test que buscasen su rastro en el organismo.
Hasta ese momento, los diagnósticos se basaban en la propia descripción del cuadro del paciente. El primer caso de sida en España se identificó en 1981, se trataba de un hombre de 35 años que se presentó en el hospital con un fuerte dolor de cabeza, fiebre y unas lesiones en la piel que encajaban con el sarcoma de Kaposi, uno de los síntomas característicos en el sida. Además refería haber perdido peso en los últimos meses y episodios repetidos de gonorrea.
Se le realizó una prueba de imagen que reveló una masa de tres centímetros en la cabeza, por lo que se le intervino quirúrgicamente. Murió cuatro días después, cuando su enfermedad ni siquiera tenía nombre aún.
No fue hasta 1985 cuando se comercializó el primer test para diagnosticar la infección por un virus que todavía no había sido bautizado. La disponibilidad de una prueba diagnóstica facilitó esta primera parte del camino, aunque el estigma asociado desde el primer momento al VIH la desplazó a áreas especializadas y alejadas de los servicios médicos generales. Tampoco se contaba con un resultado inmediato, de forma que siempre existía un porcentaje de pacientes que se ‘perdía’ entre la prueba y el diagnóstico. Hoy en día existen test que pueden ofrecer un resultado en tan solo 20 minutos y que ya forman parte de un servicio médico rutinario.
Existe otra etapa que también se ha reducido considerablemente, y es la que se refiere al tiempo que pasa desde la posible exposición al riesgo (por ejemplo una relación sexual sin protección) hasta que la prueba puede ofrecer un resultado fiable. Es el denominado periodo ventana y durante muchos años supuso que el paciente tuviera que dejar pasar 90 días para poder conocer su estado con seguridad.
La explicación está en el diseño de la prueba. Las primeras se basaban en la búsqueda de anticuerpos contra el virus, y había que dejar pasar un tiempo razonable para que éstos entrasen en acción. Pero las pruebas de cuarta generación cambian este sistema e incluyen el rastreo del propio virus. Eso supone que el periodo ventana pase de 90 días a solo cuatro
semanas, un plazo mucho más razonable y que, sobre todo, permite el abordaje temprano de la infección.
Tratamiento
Costó más de cuatro años obtener una prueba de diagnóstico y dar con el tratamiento adecuado se adivinaba una tarea mucho más compleja.
En 1987 se aprueba el primer fármaco antirretroviral, AZT. En una situación desesperada es la única cuerda a la que agarrarse, pese a que las dosis necesarias, muy elevadas, generan una toxicidad que a su vez deriva en otros problemas.
La palabra sida se debe a las siglas de ‘Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida” y debido a ese sistema inmune debilitado los pacientes muestran todo un rosario de patologías que hacen muy complicado su abordaje. Entre los fármacos que se aprueban en los años siguientes (algunos incluso en fase de pruebas) se encuentran muchos que van dirigidos precisamente a estas patologías secundarias a la inmunodeficiencia, como la neumonía, el ya mencionado sarcoma de Kaposi o la infección por citomegalovirus, que podía degenerar en ceguera.
También se plantean los tratamientos profilácticos para prevenir estas mismas patologías, por lo que incluso un seropositivo que aún no hubiera desarrollado la enfermedad tenía que tomar un número imponente de pastillas diarias con tomas a diferentes horas. Pastillas que además suponían fuertes interferencias con alimentos y conllevaban efectos secundarios limitantes. Era como enfrentarse a una quimioterapia sin fin y sin embargo ningún tratamiento conseguía frenar la progresión de la infección.
A mediados de la década de los 90 se produce uno de los grandes hallazgos: una terapia combinada que por fin consigue reducir la carga viral. Y más de diez años después, en 2007, incluso se plantea que esa terapia venga en forma de una única pastilla.
En la actualidad el tratamiento es compatible con una vida normal, activa. Y, lo más importante, es muy eficaz manteniendo el virus a raya y también reduciendo la probabilidad de contagio.
Esperanza de vida
Al igual que le sucedió a Shaun Mellors muchos de los pacientes que recibieron sus diagnósticos en los primeros años del sida sabían que no tendrían un buen pronóstico. No existía un tratamiento eficaz conocido y los datos más optimistas solo dibujaban una esperanza de vida de entre 10 y 12 años desde el diagnóstico.
Solo en España, entre 1981 y 1996 se notificaron más de 47.000 casos. Más de la mitad fallecieron en ese mismo periodo.
Hoy en día, un diagnóstico de VIH ya no es ese principio del fin, de hecho se estima que en algunos grupos la esperanza de vida puede llegar a los 70 años. Aún no se ha alcanzado la cifra que equipare a los seropositivos con aquellos que no se han contagiado pero la meta parece estar mucho más cerca.
Futuro
¿Se puede curar el sida? ¿Es posible borrar todo rastro del virus de un organismo? Existen casos recientes de éxito tras un trasplante de células madre procedentes de un donante con una mutación resistente al VIH. Esos pacientes se sometieron a ese trasplante para abordar un cáncer linfático pero de esa oportunidad surgió la posibilidad de ‘sustituir’ poco a poco sus propias células con las que finalmente acabarían borrando el rastro del VIH.
No se trata de una intervención sencilla ni accesible para todo el mundo, pero su éxito es importante para indicar los caminos que debe seguir la investigación.
Al mismo tiempo, la búsqueda de la vacuna no cesa. El VIH es un virus mucho más complejo que el SARS-CoV-2, por lo que su vacuna tampoco será fácil de desarrollar. A pesar de esto, ya existen ensayos y estudios prometedores que permiten seguir soñando.
Todo ello, sumado a la existencia de profilaxis que permite prevenir el contagio en grupos de riesgo, hacen que a este lado del espejo el sida se contemple desde una perspectiva muy diferente a la de antaño.