La historia de Molly Kochan, protagonista de 'Dying for Sex': "Tras el cáncer terminal dejé a mi marido y me acosté con 200 hombres"
La serie basada en su biografía se estrenó el pasado 4 de abril.

Molly Kochan tenía una vida estable, un matrimonio de 15 años, y una rutina estructurada que le daba cierta sensación de control. Pero todo cambió en 2015, cuando recibió una devastadora noticia: cáncer de mama en etapa IV, con metástasis en huesos, cerebro e hígado. Un diagnóstico terminal. En lugar de buscar seguridad o resignarse al destino, Molly decidió algo radical: dejar a su esposo y lanzarse a un viaje de autodescubrimiento sexual.
Este camino tan inesperado se convirtió en la historia en la que se basa Dying for Sex, primero un exitoso pódcast, luego una serie protagonizada por Michelle Williams y Jenny Slate.
"Mi exploración sexual fue una forma de decir: ‘No estoy lista para morir’", confesó Molly en el pódcast que condujo junto a su mejor amiga, Nikki Boyer. Para Molly, el sexo no era solo placer físico: era una forma de volver a habitar su cuerpo tras años de trauma, dolor y enfermedad. Era también una respuesta al miedo.
A lo largo de varios años, Molly mantuvo relaciones sexuales con cerca de 200 hombres. Algunos encuentros fueron tan surrealistas como emotivos: un joven que escribió su encuentro en un guion de cine, un modelo alemán que adoraba sus pies, e incluso un hombre que le pidió que lo pateara en los testículos. “Fue como un parque temático con una sola atracción, y no había que esperar fila”, relató Molly entre risas.
Lejos de ser solo una lista de aventuras, Dying for Sex exploró temas profundos como el trauma infantil, el perdón, la espiritualidad y la compleja relación entre cuerpo, placer y dolor.
Un pasado difícil
Molly creció entre la tensión de una familia rota: una madre adicta y ansiosa, un padre ausente que terminó en bandas. Sufrió abuso sexual a los siete años, un hecho que la fracturó por dentro. De adulta, el sexo la desconectaba más de lo que la conectaba. “Me disociaba. Pasaba por las acciones, pero no sentía nada”, escribió en su libro.
Su matrimonio, aunque lleno de cariño, era controlado y sexualmente distante. Cuando quiso reavivar la pasión, el cáncer apareció como una sentencia. “No culpo a mi marido, pero me di cuenta de que necesitaba otra cosa.”
Las historias sexuales de Molly iban desde lo romántico hasta lo extremo. Besos con un mecánico en un coche ajeno. Juegos de roles, fetiches, fluidos, poder. “Era una forma de crear arte con otra persona. Me sentía empoderada”, decía. Y cuando su amiga Nikki mostraba preocupación, Molly respondía con ironía: “¿Qué me van a hacer? ¿Matarme? Ya me estoy muriendo”.
En un momento, contaban 188 contactos en su teléfono. Pero más allá del número, cada experiencia llenaba una pieza del rompecabezas de su identidad: sexual, emocional y espiritual. “¿Es válido querer ser una persona sexual incluso después de haber sido abusada?”, se preguntaba. “Sí, lo es.”
Morir con sentido
En diciembre de 2018, Molly ingresó al hospital por lo que creía sería una estancia breve. Nunca salió. En sus últimos días, se reconcilió con su madre. “Cuando entró por la puerta, quise meterme de nuevo en su vientre”, escribió. “¿Y el amor?”, le preguntó Nikki en el último episodio del pódcast. Molly respondió con serenidad: “El regalo que me da la muerte es enamorarme de mí misma”.
Justo después de la medianoche del 8 de marzo de 2019, Molly Kochan perdía la vida. Tenía 45 años. “No sé a dónde voy, ni cuándo. Pero ese viaje es solo mío. Y estoy jodidamente emocionada por él", sentenció.