El jefe de la red portaba en su teléfono móvil fotografías de menores desnudas que mostraba a los clientes para que eligieran tras acordar con ellos el precio del servicio, que oscilaba entre 30 y 40 euros.
Los miembros de la red recogían a la chica seleccionada en su domicilio y la llevaban hasta el lugar en el que eran explotadas. Una vez cesaban las demandas de los clientes, las víctimas eran conducidas de vuelta a su lugar de residencia sin que sus padres tuvieran conocimiento de la explotación sexual a la que eran sometidas.
Constatada la actividad por parte de los investigadores e identificados el resto de miembros de la banda, se localizó en el inmueble en cuestión a una menor escondida debajo de la cama. Se pudo comprobar las pésimas condiciones higiénicas del inmueble.