La imagen de lanchas llegando a las costas del sur de Europa se repite una noche más. Decenas de inmigrantes, muchos de ellos niños, se preparan en una playa del puerto de Bodrum, en Turquía, para subirse a varias lanchas.
Tan solo cuatro kilómetros les separan de la isla griega de Kos, su mayor esperanza de alcanzar una vida mejor. Los botes, sobrecargados, ponen de relieve su desesperación.
La misma situación sobrevuela la frontera este de la Unión Europea. Alemania recibe cada día miles de peticiones de asilo por parte de refugiados. Entran al país en avalancha aprovechando la ausencia de un nuevo vallado.
Para la canciller alemana, la situación empieza a ser muy grave. "La pregunta sobre cómo actuar con los inmigrantes va a llevar mucho más tiempo que la de Grecia o la de la estabilidad del euro", asegura.
Otro escenario del caos migratorio está en la frontera de Grecia con Macedonia. La estación de tren de Gevgelija está abarrotada de sirios, afganos e iraquíes que, desesperados, se agarran al primer tren que se detiene para subir a bordo y llegar a Hungría.
En Grecia, las autoridades han empezado a reubicar a decenas de afganos que llevaban semanas acampando en un parque de Atenas.
Zahra Mohseni, una inmigrante afgana, dice que "temo que nos van a enviar de vuelta a Afganistán. Tengo miedo de que me lleven a un lugar vallado, desde donde no voy a poder ir a ninguna parte". En lo que va de año, 130.000 inmigrantes han logrado entrar en Grecia.