Tras una campaña de promoción tan ecléctica como repetitiva (nos hemos hartado de ver a los personajes caminando por aeropuertos o tranquilamente sentados en los aviones) todo está preparado para que los fans de la creación de Matthew Weiner vuelvan a disfrutar de las historias de Draper, Campbell, Olson y compañía. En esta ocasión, y continuando con la evolución a lo largo de la década que ha experimentado la producción, los acontecimientos se situarán en 1969. En esa época, Mario Puzo publicó El Padrino, Golda Meir se conviritió en la primera mujer ministra de Israel, John Lennon y Yoko Ono se casaron, la familia Manson celebró su baño de sangre en Los Ángeles, Neil Armstrong se paseó por la Luna y se dieron los primeros pasos para crear eso que luego llamamos Internet, Arpanet.
A buen seguro que esos y otros hechos históricos ocurridos en una época tan importante como fue el final de la década de los sesenta, formarán parte de las tramas de la producción. Pero sin lugar a dudas, la primera preocupación del espectador es saber cómo ha encarado Don su nueva situación laboral, las decisiones que ha tomado al respecto y cómo influye todo esto en sus relaciones familiares, especialmente con Megan y con su hija Sally. Para mí, esa última estampa en la que Don, acompañado de sus hijos, mira de frente a su pasado, lo comparte y lo asume como propio resultará determinante en el resto de los episodios. Y la segunda inquietud del espectador será la joven e incomprendida Peggy, que en su incansable lucha por hacerse un hueco en un mundo de hombres, a la vez que “consigue” el suyo propio, la pudimos ver al final de la sexta temporada, mirando a los ventanales y soñando quizá, una vez despejado el camino de Chaoughs y Drapers, con el tan ansiado puesto de directora creativa, algo que, sobre el papel, le pertenece.
El repentino interés de Roger por formar parte de una familia, la delegación californiana de Peter, el papel de Joan y el lugar que ocupará el misterioso Bob Benson son otras de las dudas que la serie despejará el domingo, construyendo, plano a plano, las bases sobre las que se asentará uno de los finales más esperados, y estirados, de los últimos años. Todo sea por no perder de vista a Draper. Al que por cierto espero que podamos seguir llamando Draper, por mucho que se haya reconciliado consigo mismo. A la vista de las promos además, parece que cambiaremos la cosmopolita Nueva York por la soleada California. O eso, o preparan una nueva campaña publicitaria para una línea aérea. En cualquier caso, en las próximas semanas, y aunque Weiner ha reconocido que las dos partes de la séptima temporada son independientes, comenzaremos a recorrer el camino hacia la despedida final. ¡Oh!