Mi Mestalla Centenario
Este sábado Mestalla cumplirá 100 años
Valencia | 17.05.2023 12:59
Este sábado Mestalla cumplirá cien años. De 1923 a 2023 ese vetusto estadio ha sido la segunda casa de muchas generaciones de valencianistas. Y la mía.
No recuerdo la primera vez que lo pisé. Es imposible. Sería tan niño que no me es posible remontarme hasta ese momento. Mi padre, valencianista desde siempre, ya era socio cuando nací. Y por eso quiso que desde bien pequeñito, Mestalla se convirtiera en mi segunda casa.
Mis primeros recuerdos son de principios de la década de los ochenta. Mi padre y yo siempre teníamos el mismo ritual. Los domingos por la mañana me llevaba a ver al equipo de mi pueblo, el Xirivella, y por las tardes a Mestalla. En aquel Seat Ritmo nos montábamos mi amigo Pepe y el primo de mi padre. Ramiro. Los cuatro éramos cada fin de semana fieles a nuestra cita.
En aquel Mestalla escuché por primera vez el cántico de "Kempes, Kempes" cada vez que Mario se disponía a lanzar una falta. Sentado encima de mi padre en esas butacas de tribuna aprendí a querer al Valencia. Un sentimiento que, yo no lo sabía en aquel momento, sería para toda la vida. Porque se puede cambiar de coche, de casa, de ciudad, de mujer... de todo... pero de lo que uno nunca cambia es de equipo de fútbol. Y eso se lo debo a mi padre.
A Pepe, mi amigo inseparable, el primo de mi padre le llamaba "el hombre del saco" porque siempre acostumbraba a traer una bolsa llena de golosinas con las que amenizar el partido. Eso, unido al famoso "crunch" o los "saladitos" eran indispensables cada vez que pisábamos Mestalla. Y si mi padre estaba de buen humor hasta se atrevía a llamar al señor del "hay bombón helado, hay cerveza, fanta y coca" que pasaba por el graderío para premiarme con uno de ellos.
El olor a puro de aquella tribuna de Mestalla era inconfundible. Aún hoy, cuando lo huelo, mi mente me transporta al estadio y me imagino junto a mi padre resoplando cada vez que su, nuestro Valencia fallaba un gol. El pasodoble, la publicidad de Mitsubishi, aquel programa cargado de publicidad para poder descifrar el marcador simultáneo son también algunos de los bonitos recuerdos que tengo de esa época. Incluso el marcador gigante que se estrenó con motivo del Mundial 82 y que tenía una puerta por donde entraba un señor que yo siempre pensé que vivía ahí arriba. Eso era Mestalla para mi en mi niñez.
Eso y las grandes tardes. Como la de aquel gol de Tendillo que evitó el descenso a segunda división y privó al Real Madrid de una Liga. Con tan solo ocho años celebré tanto ambas cosas que mi padre tuvo que pararme los pies cuando sacaba la cabeza por el Seat Ritmo para "recordarles" a los madridistas que habían dejado escapar aquella Liga.
Fueron años difíciles en lo deportivo pero aún así nunca faltamos a nuestra cita con Mestalla. De los futbolistas de esa época recuerdo al austriaco Kurt Weltz quien para mi tenía la extraña habilidad de marcar siempre que llovía, o Wilmar Cabrera, aquel uruguayo que me enamoró por sus goles de cabeza. Aún así era difícil encontrar ídolos con los que identificarte en esa época.
Llegó el descenso a segunda división y mi padre decidió que al año siguiente nos cambiáramos de ubicación. Dejamos la tribuna para marcharnos al sector 7 casi en uno de los córners del estadio. Hasta prácticamente los diez años había conseguido entrar sin pagar gracias a que aparentaba menor edad pero con el inconveniente de tener que sentarme encima de mi padre o buscar una butaca vacía cada partido. En ese sector 7 ya tenía mi propio asiento.
Con el ascenso llegó la hornada de futbolistas salidos de la cantera. Los Giner, Camarasa, Quique y compañía pronto se convirtieron en referentes para mi. Pero de esa época hay uno que incluso hoy en día me produce tal respeto y admiración que si tengo que entrevistarlo, me pongo nervioso: Lubo Penev. El búlgaro se convirtió en mi ídolo y llené la pared de mi habitación con una foto gigante de Las Provincias que me regaló mi hermano. Esas tardes y esas noches con Lubo en Mestalla jamás las iba a olvidar.
Fueron pasando los años y mi padre y yo seguimos disfrutando de la pasión de Mestalla y del olor a pólvora con ese masclet que se encendía cada vez que el Valencia marcaba un gol o de los amagos de Manolo "el del bombo" de lanzar el bombo a la grada. Siempre pensé que un día me caería a mi. Sin darnos cuenta fuimos viendo la transformación de Mestalla cuando se quitaron las vallas verdes o desaparecieron esas almohadillas también verdes que se tiraban al césped cada vez que se hacía un mal partido pero que para mi se convirtió, lo de lanzarlas, en algo habitual pasara lo que pasara. Mestalla iba creciendo a la par que mi propia vida. Era mi inseparable compañero de vida.
En el verano de 1996 mi padre falleció repentinamente. Fue el mismo verano del fichaje de Romario. Para entonces yo ya había comenzado a trabajar como periodista deportivo en una radio de Valencia y había cambiado mi ubicación del sector 7 al anfiteatro donde se encuentran las cabinas de radio en Mestalla. Primero en una de las torres con la COPE, luego en la otra con ONDA CERO para acabar en la diminuta cabina en la que estamos ahora.
Ya sin la presencia de mi padre he podido seguir disfrutando de Mestalla hasta hoy. Es parte de la herencia que me dejó. Él quiso que se convirtiera en mi segunda casa y que no faltara nunca a la cita cada vez que juega el Valencia. Ahí, en el vetusto Mestalla, el que cumple cien años, he tenido el privilegio de ver al Valencia celebrar títulos. En Mestalla he sido feliz y triste, he reído y he llorado, he sufrido y me he emocionado. Mestalla te envuelve, te hace sentir.. Sería incapaz de poder elegir un momento de los miles que he vivido a lo largo de estos últimos 43 años. Porque Mestalla... tiene magia centenaria.