Valencia CF

El cumpleaños feliz de Baraja en el banquillo del Valencia

Eduardo Esteve

Valencia |

Rubén Baraja | ondacero.es

14 de febrero. Día de los enamorados. Una fecha en la que se suele exteriorizar ese sentimiento por alguien o por algo. Y en el caso del entrenador del Valencia, Rubén Baraja no cabe duda que es por su Valencia, ese en el que triunfó como futbolista hace algunas décadas y donde ahora lo hace en su banquillo. Porque tal día como este 14 de febrero de hace un año aceptaba el reto de dirigir al club de sus amores.

No lo tenía fácil. Baraja llegaba a un Valencia bien distinto al que él mismo conoció como futbolista. La etapa de los títulos quedaba tan atrás que posiblemente muchos de los valencianistas que hoy acuden regularmente a Mestalla no hubieran visto a Baraja levantar ninguno de ellos. Ni tan siquiera aquella Supercopa en Mónaco donde fue el verdadero protagonista o aquella remontada ante el Espanyol en Mestalla que nos hizo soñar a todos con que más de treinta años después el Valencia podía volver a ganar un título de Liga. No. El Valencia al que llegaba como entrenador era bien distinto. El reto: conseguir la permanencia en la primera división. Nada que ver con su gloriosa época en la que mandaba en el centro del campo valencianista.

Baraja llegaba al Valencia como el verdadero salvador. Se apostó por un técnico al que no le habían ido bien las cosas en otros banquillos pero que tenía una ventaja: conocía cada detalle del club al que iba a entrenar, su entorno, si aquel del que dijo "me la... un huevo", y apelando a Mestalla pronto pudo conectar con la grada. El primer paso hacia la salvación estaba dado. Con Mestalla de cara es todo siempre más fácil.

Los inicios no fueron los mejores. Las dudas aumentaron hasta que decidió ser valiente y apostar por la juventud. Dejó fuera a verdaderas "vacas sagradas" del vestuario para dar paso a la ilusión de esos futbolistas que formados en la cantera sueñan con jugar en el primer equipo. Se aferró a los Javi Guerra, Diego López y Alberto Marí y estos le dieron la mejor respuesta consiguiendo el objetivo de la permanencia.

Al finalizar esos primeros meses en el banquillo, Mestalla clamaba por su renovación. El Pipo había dado muestras de lo que era capaz de hacer si le daban tiempo y herramientas suficientes. Lo primero, lo del tiempo, se lo concedieron en forma de renovación, lo segundo, lo de las herramientas estaba claro que no iba a suceder. Pero ni aún así Baraja se quejó. Lo repitió en varias ocasiones: estaba donde siempre había soñado estar, dirigiendo al club de sus amores y con eso le bastaba.

Al arrancar la nueva temporada exigió que el club fijara un objetivo real. Maniobra inteligente de un entrenador que ha demostrado serlo más que de sobra tanto como futbolista como ahora en su etapa en los banquillos. Con la presidenta fijando el objetivo de la permanencia despojaba de presión a su bisoño vestuario. Todo lo que fuera más allá de ese objetivo sería catalogado como éxito. Y va camino de ello.

Baraja no solo ha sabido conectar con Mestalla. De eso tenía mucho ganado de su época como jugador, no en vano es una de las leyendas valencianistas. El vallisoletano ha conseguido crear un vestuario que le sigue a pies juntillas como el capitán de barco al que sus marineros le siguen incluso cuando el barco se está hundiendo. El secreto no es más que ser un entrenador justo y hablarle claro al futbolista, sin paños calientes y darles las herramientas necesarias para mejorar y cumplir los objetivos que se vaya marcando.

Se ha escrito mucho sobre los números de Baraja en sus primeros 365 días al frente del Valencia. No cabe duda que prácticamente todos son positivos. Mientras el club navega a la deriva, los valencianistas han encontrado en Baraja y sus muchachos su referente al que agarrarse. Ante la ausencia de valores valencianistas en la propiedad siempre nos quedará Rubén Baraja. Porque encontrar al Pipo entrenador... es lo mejor que le ha pasado al Valencia en estos últimos años. Y que dure.