Las organizaciones agrarias llevan tiempo alertando de que hay muchas posibilidades de que la miel que compramos en los lineales de supermercado sea falsa y en realidad se trate de un sucedáneo que poco o nada tiene que ver con las abejas. "Es casi imposible de detectar", nos dice.
Resulta muy complicado comprobarlo, incluso revisando a fondo el etiquetado. Y mientras los consumidores sufrimos un engaño que no termina de resolver la Unión Europea, los verdaderos apicultores dicen verse abocados a la ruina, incapaces de competir con la falsa miel que importamos desde terceros países.