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En 1859 el inglés Charles Darwin publicó ‘El origen de las especies’, una obra clave para entender la evolución biológica a través de la selección natural con múltiples ejemplos extraídos de la naturaleza. El hombre, básicamente y simplificándolo muchísimo, se dedicó a viajar en el Beagle, un barco con el recorrió medio mundo y a abrir bien los ojos para anotarlo todo en una libreta: una libreta y unos ojos, ligero de equipaje, como mucho más adelante escribió otro genio adicto a mirar y a anotar: Antonio Machado.
Uno de los postulados de más peso, sino el que más, de la teoría de Darwin es aquella que dice que “sólo sobreviven los más aptos”.
Este mantra de 165 años tomó cuerpo en Getafe con un partido en el que los amarillos empezaron 2–0 bajo un diluvio, tomaron aire con el golazo de Sandro y volvieron a caer antes del descanso para irse al parón 3–1
Tras volver al campo la UD ya más adaptada al duelo acabó consiguiendo el 3–3. En el último tramo el partido pudo caer para cualquiera, pero se quedó en lo más justo: un empate. El equipo supo sufrir, aguantar el zarandeo del Getafe, que cada vez que llegaba a la portería de Álvaro Valles era gol, para acabar sacando un punto que sabe a sopa en una noche fría.
De recordar el Metropolitano a acabar orgullosos, de caer 2–0 en quince minutos a tener opciones de meter el cuarto. En dos horas hubo una amalgama de emociones, un cúmulo de sensaciones contrarias entre sí. Las Palmas sumó un punto cuando parecía una quimera. El año, las alegrías, tienen una nueva muesca.