Brasil llega a los Juegos Olímpicos, inmerso en una profunda crisis política y económica que avanza ajena a la mayor cita deportiva del mundo y que, según las últimas encuestas, no ha logrado encandilar a los brasileños.
Los primeros Olímpicos de Sudamérica arrancan en un momento en que Brasil cuenta con dos presidentes, el interino Michel Temer y la suspendida Dilma Rousseff, y en que enfrenta la peor recesión en muchas décadas, después de que su economía se encogiera un 3,8 % el año pasado.
Y ni la concentración del país en la cita mundial impidió que la crisis política diera un nuevo paso este jueves con una decisión que dejó a Rousseff al borde de su definitiva destitución.
Los mismos movimientos de protesta expresan abiertamente su rechazo a los Juegos y argumentan que Río de Janeiro, golpeada fuertemente por la crisis económica, vive una "calamidad olímpica" por causa de su empeño en "obras absurdas" para los Juegos, un "caos" en la educación y salud pública y la "especulación inmobiliaria" desatada por el evento deportivo, que ha perjudicado "a los más pobres".
Las protestas contra los Juegos, sin embargo, no han tenido tanta acogida como las convocadas contra el Mundial de fútbol que Brasil 2014, cuando millones de brasileños tomaron las calles en cientos de ciudades para exigir más inversiones sociales y menos en estadios.
La crisis económica del país también ha proseguido ajena a los Olímpicos pese a que, según autoridades que participaron en un seminario sobre el legado olímpico, la organización de los Juegos ayudó a Río a atenuar la crisis del país. Mientras que la renta per cápita en Brasil creció un 19 % desde 2009, cuando Río se adjudicó los Olímpicos, la de este estado brasileño creció un 30 %, dijo en el seminario el gobernador de Río de Janeiro, Francisco Dornelles.
Los inversiones que Río atrajo por sus Olímpicos, sin embargo, no impidieron que el gobierno regional tuviera que declarar "calamidad pública" en sus finanzas hace dos meses y solicitara ayuda para pagar los salarios, incluso de los policías que garantizarán la seguridad durante los Juegos.
El ambiente negativo que antecede a los Juegos tal vez explica el poco respaldo de los brasileños al evento. Según una encuesta divulgada en julio, el 50 % de los brasileños se opone a la celebración del evento, un 63 % considera que los Juegos traerán más perjuicios que ventajas a Brasil, el 57 % dijo que la seguridad pública causará vergüenza a Brasil y el 55 % mostró esa misma preocupación en relación al sistema de transporte.
El presidente del Comité Olímpico Internacional, Thomas Bach, expresó esta semana su "solidaridad y empatía" con el país ante "la realidad que impera en Brasil y las dificultades que afronta".