El sexto hombre

Épico colofón

“Si quieres ver gran basquet, vean hoy la final de la Copa del Rey. Clásico Barça-Real”. Frase escrita por el alero argentino de San Antonio Spurs, Manu Ginobili, en la red social twitter. Él nunca ha jugado una Copa del Rey pero sabe, desde la distancia, que no hay un torneo en el mundo comparable a este. Y anoche Barcelona y Real Madrid honraron al deporte de la canasta. Lo elevaron a la cima con una demostración de calidad, pundonor, esfuerzo y emoción pocas veces visto. Un épico colofón a un torneo ejemplar.

ondacero.es

Madrid | 10.02.2014 14:31

Sergio Llull anota la canasta que le da la Copa al Real Madrid de baloncesto | Agencias

Escribo estas líneas sentado en el asiento 7A, me ha tocado ventanilla, del coche 10 del AVE Málaga-Madrid. Los jugadores del Real Madrid están a punto de ir camino del Ayuntamiento a ofrecer el 24º título copero a sus aficionados. Me gustaría que sucediera como en las películas y que en el reflejo de mi ventana visionara los últimos instantes de la final. Quedarán grabados en mi memoria. En la de todos. Como la ovación de 11.000 personas a Juan Carlos Navarro cuando recibía el trofeo de Subcampeón. El Barça se comportó como el equipo campeón que es. El público también honró, a su manera, al baloncesto. Incomparable. Pelos como escarpias. Baloncesto.

Si lees estas líneas ya sabrás lo que sucedió. Una imagen vale más que mil palabras. Y la foto de Emilio Cobos que ilustra el último lanzamiento de la final pasará a la historia. Como lo hizo el triple de Nacho Solozábal en la final de 1988, o el triple de Alberto Herreros en Vitoria o el tiro, por suerte errado, de Nocioni en Saitama. Un lanzamiento agónico que suponía mucho más que un título. Era refrendar un ideario, una forma de ver el baloncesto. La ausencia de entorchados suelen tocer los caminos, por muy bien asfaltados que éstos estén. El Real Madrid corría ese riesgo. Pero el temple de Sergio Rodríguez para ver por el rabillo del ojo a su compañero, con la ansiedad que supone haber perdido un balón segundos antes que costaba la derrota, la firmeza en el lanzamiento del menorquín confiado en su dorado destino, tras un día errático en el tiro, unido todo ello al grave error de Papanikolau dejando su marca libre en el momento crucial, evitaron el cruce de caminos.

Los 23 segundos finales definen lo que es el baloncesto. Una sucesión imprevisible de acontecimientos que tienen en vilo al aficionado, incapaz de aventurar un final. La desesperación da  paso a la euforia, y viceversa, sin solución de continuidad. El Barcelona celebraba el título tras la canasta y tiro libre de Oleson, como lo hicieran en Vitoria con la canasta de San Emeterio ante el Barcelona, mientras el Real Madrid agonizaba buscando un último soplo, un último rayo de esperanza en busca de lo imposible. Como cuando Djordjevic fulminó de un plumazo las ilusiones del Joventut en Estambul en la Euroliga. Curiosamente todos los lances en los que encuentro similitudes con el tiro de Llull se produjeron en el mismo lado del campo. Cosas del destino, de la vida, del baloncesto. Todos esos lanzamientos fueron realizados junto al banquillo, con el sudor salpicado de sufrimiento y el ruido atronador de los gritos del rival rebotados por el brazo ejecutor, inmerso un su propio universo. Escudo contra el fracaso, defensor de la gloria.