Empezamos con las que ya están probándose. Por ejemplo la impresión de metales en 3D. Hasta ahora estas impresoras estaban trabajando con objetos pequeños y de plástico. Pero si pudieran hacerlo con otros de mayor tamaño y de metal cambiaría por completo el sector industrial. No haría falta mantener grandes stocks. Una nueva revolución industrial.
O la capacidad de los científicos de diseñar embriones artificiales. Sin óvulos ni espermatozoides. Un avance que sin duda será una gran tormenta ética por todas las derivadas que conlleva. Y también la inteligencia artificial en la nube. Una forma de democratizar para todo el mundo todos los avances. Lo mismo con la creación de redes generativas antagónicas. Hablamos de robótica e inteligencia artificial desarrollada hasta el punto de máquinas que adquieren imaginación.
Y también tenemos ya los auriculares de traducción simultánea. Ya están aquí con los Pixel Buds de Google, pero son solo el inicio. Adiós a las clases de inglés. Dos apuestas presentes ya: La protección de la privacidad digital mediante herramientas diseñadas para “blockchain; y la videncia genética que ayudará a predecir enfermedades comunes y rasgos humanos.
En menos de dos años veremos el desarrollo de ciudades sensibles repletas de sensores. En tres, las fábrica que trabajan con gas natural y atrapan el dióxido de carbono. Un gran paso imprescindible contra el efecto invernadero. Y ya de cinco a diez años, el salto cuántico de los materiales. Hace poco un equipo de IBM reprodujo la estructura electrónica de una molécula con un ordenador cuántico. Un primer paso que abre toda una autopista de la ciencia para la humanidad.