Ya hemos estrenado la nueva Champions, ya hemos salpicado de goles un continente al que seguimos aportando más que nadie futbolísticamente. Pero el nuevo formato tiene exigencia desde el inicio y las peritas en dulce estaban amargas: solo el Madrid y el Atlético se impusieron. El Girona cayó en París con un toque de crueldad, y el Barça anoche en Mónaco mientras el Príncipe Alberto se reía por dentro porque hacia afuera no le sale…
Por cierto, pasito a pasito, hemos ido contaminando todos los días de la semana con partidos y competiciones, pero nunca el colectivo que se siente más explotado ha puesto pie en pared. Me refiero a los jugadores internacionales en equipos con pedigrí que han osado pronunciar una palabra: huelga. Un recurso/herramienta reservada para gremios con otro tipo de condiciones y sueldos.
¿Pueden? ¿Deben? ¿Saben? El aficionado medio seguro que se muerde la lengua a esta hora si nos escucha en un atasco o en un andén mientras mira el reloj contando el retraso de hoy en su cercanías, pero que la saturación es escandalosa y la voracidad de UEFA y FIFA atenta directamente sobre la salud del futbolista de élite, lo asumimos todos. Pero nadie sabe de verdad cómo ahormar una respuesta certera que no sea impopular.
Y quiero terminar con Javier Tebas (quiero terminar el comentario, que yo amo la tolerancia extrema). Los youtubers, influencers, tiktokers y demás consumibles, recrean habitaciones rococó con neones y micros de diseño para que sus invitados extravíen sus discursos coherentes. Tebas ha sido el último en caer en ese narcótico clímax: “Florentino es oligarca que echa directores”. “El Barça tendrá su sanción”. “No es problema el precio para ver fútbol”. Mesura, moderación, vestir el cargo. Qué pasado de moda todo…