A mí me suena bien que los ministerios se repartan por España como una lluvia de ministros, funcionarios y coches oficiales que caerán sobre el país como riego vivificador. La llegada del poder político anima mucho a las ciudades receptoras: no crea industrias, pero hace que suba el precio de la vivienda y florezca la gastronomía. Donde hay poder se come mejor. Eso ocurrió, por ejemplo, en las nuevas capitales autonómicas.
Después tenemos las bondades reclamadas, básicamente dos: la teórica, que es la descentralización, y la práctica, que sería la fijación de la población, algo necesario para no vaciar más la España vaciada. Digo “sería”, porque dudo que esa traslación se vaya a hacer precisamente a los lugares más vaciados, sino a ciudades ya muy pobladas. No acabo de ver un ministerio en Lugo, Soria, Jaén o Santa Cruz de la Palma, pero sí en Barcelona, a donde podría ir la Oficina del Español que sugiere Díaz Ayuso.
Y después, Alsina, habrá que hacer muchas cuentas. A los Consejos de Ministros tienen que asistir todos sus miembros. Y hay Consejo todas las semanas, y a veces dos. Y con el ministro viajan conductores, asesores, secretarios, servicio de seguridad, personal de prensa. Y habrá que acudir alguna vez al Congreso y al Senado. ¿Se ha pensando lo que eso supone solo en transporte y dietas? Esto es muy prosaico, pero real. No sea que nos metamos en tanto gasto que nuestros jóvenes se vayan a quedar sin los 400 euros del bono cultural.