¿Sabéis quién es Fernando Blanco? Puede que no lo sepa ni él mismo. Y que si lo sepáis vosotros únicamente os digo que es el padre de Nadia, aunque la justicia tampoco tiene claro que sea el padre de Nadia. Pues no parece haber límites a la ficción que ha construido esta familia en torno al drama de su hija.
Y ni siquiera sabemos cuál es el drama. No por frivolizar con la enfermedad que padece Nadia, sino porque las tergiversaciones de sus padres han forzado el relato hasta hacerlo inverosímil. Por eso pillaron al trilero.
Cada vez que necesitaba dinero y se agotaba la curiosidad de los periodistas, apelaba el farsante al más difícil todavía. Y nada más difícil que un padre coraje atravesando lozAfganistán entre los bombardeos para encontrar un gurú en una cueva que detuviera la maquina del tiempo e hiciera una trepanación a la niña como si la cabeza de Nadia fuera una esfera de las que se usan en las partidas de bolos.
Es un caso hiperbólico de represalias hiperbólicas, pues la prensa estafada por Fernando Blanco, aparte de disculparse con más soberbia que contrición, ha emprendido un despecho mediático que consiste en exponerlo a un proceso de carbonización.
El padre de Nadia, llamémoslo así, ha enseñando sus vergüenzas y ha enseñado las nuestras, pero no creo que haya equivalencia en la responsabilidad. Ni me parece que el escrúpulo que nos pedimos en la verificación de este escándalo de mendicidad infantil se haya observado en cuestiones de mayor relevancia.
Fernando Blanco se hizo llamar Fernando Drake en uno de sus disfraces, como se inventó al doctor Smith en Toulouse. Y Drake suena cosmopolita, ciertamente, pero también identifica a uno de los mayores corsarios de la historia. Pues eso, un corsario es Fernando Blanco, si es que se llama Fernando Blanco. Que va a perder a su hija no por no haber podido ayudarla, sino por haberla utilizado.