Hombre, se le podría decir a Abascal que España, como Portugal, es el único país de su entorno donde hubo una dictadura de cuatro décadas. Y que semejante escarmiento cauterizaba la pasión del populismo ultra, pero el mitin dominical de Vistalegre aspira a remover los espectros.
Y ningún espectro más pintoresco que el del caudillo. No me parece casual que la resurrección de Franco, Franco, Franco, haya coincidido con la resurrección de Vox, Vox, Vox, cuyo programa político, además de laminar la Constitución, se abastece del nacional-catolicismo y repudia el nacionalismo catalán desde el nacionalismo español.
Hay que tranquilizarse. Que Abascal simpatice con Le Pen. Y se haya personado en sus mítines establece una sintonía ideológica, pero no implica que su partido vaya a llegar tan lejos. El CIS le otorgaba un 1,4% de margen electoral. Y lo ubicaba en las puertas del Parlamento, aunque no ocuparía más que uno o dos escaños de 350 habilitados.
El efecto es más simbólico que político. Y acaso es el origen de un fenómeno que ira creciendo, pero el mayor peligro es que sus rivales, que no son Podemos ni el PSOE, incurran en cautivar el voto de los simpatizantes de Vox mimetizándose en el populismo de la inmigración, la seguridad, y no el patriotismo, sino el patrioterismo.
Abascal, ex diputado del PP, no es un telepredicador. No tiene el carisma de un condotiero. Y puestos a no ser, ni siquiera se considera de extrema derecha. Poco importa la patente de semejante calificación, pero sí definamos entonces a Vox como un partido antieuropeo, antiglobalizador, antifeminista, anticonstitucional y muy anti, muy anticuado.