En cierto sentido, es una buena noticia para él. Me refiero a que las grandes sorpresas de los últimos tiempos -Brexit, FARC y Trump- han demostrado el fracaso de los pronósticos demoscópicos. O sea, que si los sondeos dicen que Renzi va a perder, pues igual sucede que gana.
Entiendo que es un consuelo precario, más aún cuando la consulta popular la ha convertido él mismo en un plebiscito personal. No habiendo pasado por las urnas para desempeñar el cargo de primer ministro, Renzi pensó que legitimaría su cargo apelando a la ciudadanía, la gente.
Y que sus compatriotas no iban a discutir la sensatez de la reforma constitucional. Que habla de la reducción del número de señorías -hay un millar en Italia, que plantea la inutilidad del Senado, que fomenta la agilidad de las leyes en su íter parlamentario, que promueve la abolición del CNEL, un trasnochado consejo nacional de la economía y el trabajo cuyas atribuciones se limitan al valor consultivo.
Quiere decirse que Renzi no pregunta a su gente sobre la salida de Europa ni sobre la redención de las Brigadas Rojas. Plantea un referendum técnico. Técnico quiere decir desapasionado.
O querría decirlo si no fuera porque los opositores a Renzi, Beppe Grillo en primer lugar, y Berlusconi, desde posiciones de ultratumba, se han apresurado a fomentar que el referendum constituye una ocasión inmejorable para castigar la política.
No importa lo que se vota. Importa decir no. Y puede que las encuestas se equivoquen con la derrota de Renzi, pero la inercia antisistema podría convertir la caída del primer ministro en el primer daño colateral de la victoria de Trump.