Qué hermoso detalle. Qué bonito trance. Y qué razón tan poderosa para hacerlo: estoy aquí porque Villar me fichó, decía Lopetegi, creo que no demasiado consciente de su ridícula dedicatoria al padrino del fútbol. Y del síndrome de Estocolmo que padece el míster.
No vamos a negarle que el gesto revestía cierta valentía. Acordarse de Villar es como si Rajoy dedica a Bárcenas su última victoria electoral. Forma parte Villar de la comunidad de apestados. Y la asepsia obliga a aislar cualquier relación, pero Lopetegi exagera en su esfuerzo solidario.
Y no porque sea hipócrita ocultar lo que se piensa, sino porque no está hablando Lopetegi. Lo está haciendo el seleccionador nacional. Que debe ser la cuarta o la quinta magistratura de España, si no la primera. Y que no puede utilizarse para observar las cuestiones personales.
Lopetegi le debe mucho a Villar, lo entendemos, pero Villar ha hecho un daño irreparable al fútbol. Lo ha convertido en mafia y en sistema feudal. Y ha terminado en la cárcel por haber incurrido en presuntos delitos de corrupción, apropiación indebida, administración desleal, alzamiento de bienes y falsedad documental.
Claro que tiene derecho a la presunción de inocencia. Y a la amistad de sus allegados, pero Lopetegi ha incurrido en un sabotaje sentimemtal y se ha postrado como un monaguillo al señor del fútbol.
Que sigue siendo, por si no lo sabías, presidente de la Real Federación Española de Fútbol. Suspendido, sí, pero ni dimitido ni cesado. Porque Villar no va a poner fácil su cabeza 30 años después de haberse proclamado el hijo legítimo de Naranjito.