Se trata de organizar un operativo de garantías: el gancho de las amistades, la campaña preventiva de twitter, la cooperación de la familia en momentos críticos y hasta el uso de mi propio hijo como reclamo lastimero o como lazarillo, suscitando la conmiseración de los transeúntes.
Entiéndame ustedes. Y comprendan que, en cierto sentido, la llamada "feria del libro" es la feria del libro en singular. O sea, la feria del libro de Pérez Reverte. Y acaso del libro de la Youtuber Elashow, 11 años tienes. O de los efebos de Master Chef en su caseta de histeria.
La clave del autor semifamoso y semi-envidioso consiste en ubicarse en la caseta o toril mirando sin mirar a los transeúntes. O mirándolos en diagonal, porque una mirada directa resulta agresiva, tanto como desentenderte de ellos implica una altivez y un desdén que el escribiente necesitado no puede permitirse cuando está en juego el resultado.
Un resultado suficiente, aunque sujeto a ciertas contradicciones. Quien te pide un libro que no es para ella. Quien se queda a conversar media hora sin llevárselo. Y quien promete volver y nunca vuelve.
Conviene sobreponerse a esta clase de contratiempos como conviene aprovechar la ola buena, es decir, recrearse con la firma de los libros formando una suerte de "semicola" que provoca la atención de los transeúntes y captura a algún que otro desorientado.
Se trata de precipitar un cierto revuelo, incluso con, aquí sí, los aliados familiares, como hacen los trileros para ambientar sus timbas callejeras.
La estrategia no te previene de episodios embarazosos. Suelen preguntarte a ti mismo cuánto cuesta el libro. O te lo quieren pagar en "cash". O te insisten en si aceptas tarjeta. Desfilan quienes no te ponen cara. Quienes no te ponen voz.
Quienes te han visto en la televisión y no están dispuestos a leerte. Quienes se acuerdan de tu padre. Y a uno le alegra que se acuerden de su padre, don Santiago Amón, 31 años después de haber desaparecido.