El Monólogo de Alsina: Qué habríamos pensado, allá por el mes de septiembre...
Les voy a decir una cosa.
Uno nunca sabe por dónde nos sorprenderán cada día las noticias. Uno nunca sabe cómo, y contando qué, terminará el día.
Qué habríamos pensado, allá por el mes de septiembre, cuando iniciamos esta temporada que hoy termina, si nos hubieran dicho que íbamos a asistir a la abdicación de un rey y la proclamación del siguiente. Que Sofía habría de compartir su condición de reina con Letizia.
Qué habríamos pensado si nos hubieran dicho que se iba a ir Rubalcaba e iba a llegar un tal Sánchez. Susana Díaz mediante.
Si nos hubieran dicho que a todas horas íbamos a estar viendo la cara de Pablo Iglesias en la televisión y en los digitales. O que Podemos iba a desbancar a Artur Mas como tema comodín de las tertulias.
Qué habríamos pensado si nos hubieran dicho que iba a llegar a interesarnos un debate entre Cañete y Valenciano, que Durán se iría para quedarse, que Soraya, la del PP, ungiría líder sureño a Moreno Bonilla. ¿A Moreno quién? Bonilla, se segundo Bonilla.
Qué habríamos pensado, en fin, si nos hubieran dicho que Pujol, el viejo, iba a admitir la evasión fiscal de su familia. Que iba a coger la puerta Sandro Rosell.
Qué habriamos dicho si alguien hubiera asegurado que este año sí, iban a cesar a Pedro J.
Uno nunca sabe lo que acabará trayéndonos la actualidad, porque la actualidad, después de todo, no es más que una parte, pequeñita y supuestamente interesante, de la vida.
En el curso que termina Crimea volvió a ser rusa. Con Ucrania y el maidán resurgió la guerra fría. Putin sacó la güija para invocar el espíritu del zar Nicolás I y Merkel descubrió con disgusto que le había estado fisgando el móvil Barack Obama.
En el curso que acaba siguió sin acabar la guerra en Siria. Atornillado Al Assad a su poltrona, vampirizada la revolución por un califa islamista que aspira a tumbar Damasco tumbando, a la vez, Bagdad. Jonás se revolvería en su tumba si no fuera porque ayer se la volaron. En Siria la guerra no acaba. Rebrota, la guerra, en Libia. A Irán, dice la Casa Blanca, dejémosla estar. Un Irán que estrenó presidente, Rohaní, sin cambiar de Jamenei, o sea, de líder máximo.
Nos dio, la temporada que se va, para encontrarle más cuentas en Suiza a Luis Bárcenas. Para seguir imputando gente por los EREs. Para aumentar el bochorno sobre la UGT, factoría --presunta-- de facturas falsas. Para imputar y reimputar a una infanta, señalar el camino de la cárcel a un ex presidente balear y poner en el umbral de la celda a Carlos Fabra. Nos dio para aplaudir a Batman, el de Gotham, por dejar en cueros contables a un charlatán de nombre Jenaro. Y para ver còmo se desinflaba el globo de otro charlatán que se llama Elpidio.
Italia promocionó a Renzi como sustituto de Enrico Letta; Francia se encomendó a Manuel Valls, sucesor de un primer ministro cuyo nombre nadie recuerda; Europa acudió a las urnas dando aire a los extremos y los euroescépticos. En Venezuela el gobierno chavista siguió achicando el espacio para la discrepancia.
No sabe uno nunca por dónde nos llevará la actualidad.
Un hombre de piel oscura encaramado a una farola. Muchos otros hombres, como él, subidos durante horas a una valla. Si en Melilla fue la alambrada el lugar más fotografiado en este curso, en Ceuta fue el espigón, el Tarajal que fue testigo del ahogamiento de quince personas. Otra vez, en la temporada que acaba, noticias de inmigrantes muertos camino de Europa. Otra vez Lampedusa, barcos a la deriva con centenares de etíopes y sirios, vídeos que reflejan la angustia de los vivos y los cuerpos hundidos de los muertos. Ha sido este curso, lo sabes, cuando hemos sabido de los niños migrantes de Centroamérica, niños de la frontera; cuando hemos escuchado en acción a las autodefensas de Michoacán; y a los rehenes secuestrados del Sinaí; y a las familias que huyen del horror en Sudán del Sur. Fue este año cuando el mundo se enteró, espantado, de qué significa Boko Haram, el islamismo armado que arrasa aldeas y destruye escuelas cristianas, que mata críos y secuestra chicas, el grupo letal que se ríe de las campañas internacionales y los selfies de Michelle Obama.
Hemos contado tantas historias, y tan distintas, en los últimos once meses que algunas de ellas tal vez se te han olvidado. Formidables controversias a cuento de las becas erasmus, de las prospecciones petrolíferas, de una subasta eléctrica que remató el enfrentamiento entre las compañías y el ministerio. La desgracia en la mina de León, los mineros muertos de la Vasco. El asesinato, a sangre fría, de la presidenta de la Diputación, Carrasco. Todo el país se aprendió, este curso, el nombre de un barrio de Burgos que se llama Gamonal, y de un edificio en Barcelona que responde al nombre de Can Vias. Todo el país tuvo ocasión de debatir si tenía sentido que Estrasburgo tumbara la doctrina Parot o si cabía haber hecho más para que esa doctrina aguantara. Salieron de prisión indeseables que lo siguen siendo, pero que ya han pagado su condena. Entró en prisión Zulueta, la agobada recadera. Se retrataron a sí mismos, encapuchados, los etarras del teatrillo aquel de la entrega de armas, la mascarada más cutre jamás filmada.
Un hombre de piel oscura encaramado a una farola. Muchos otros hombres, como él, subidos durante horas a una valla. Si en Melilla fue la alambrada el lugar más fotografiado en este curso, en Ceuta fue el espigón, el Tarajal que fue testigo del ahogamiento de quince personas. Otra vez, en la temporada que acaba, noticias de inmigrantes muertos camino de Europa. Otra vez Lampedusa, barcos a la deriva con centenares de etíopes y sirios, vídeos que reflejan la angustia de los vivos y los cuerpos hundidos de los muertos. Ha sido este curso, lo sabes, cuando hemos sabido de los niños migrantes de Centroamérica, niños de la frontera; cuando hemos escuchado en acción a las autodefensas de Michoacán; y a los rehenes secuestrados del Sinaí; y a las familias que huyen del horror en Sudán del Sur. Fue este año cuando el mundo se enteró, espantado, de qué significa Boko Haram, el islamismo armado que arrasa aldeas y destruye escuelas cristianas, que mata críos y secuestra chicas, el grupo letal que se ríe de las campañas internacionales y los selfies de Michelle Obama.
Hemos contado tantas historias, y tan distintas, en los últimos once meses que algunas de ellas tal vez se te han olvidado. Formidables controversias a cuento de las becas erasmus, de las prospecciones petrolíferas, de una subasta eléctrica que remató el enfrentamiento entre las compañías y el ministerio. La desgracia en la mina de León, los mineros muertos de la Vasco. El asesinato, a sangre fría, de la presidenta de la Diputación, Carrasco. Todo el país se aprendió, este curso, el nombre de un barrio de Burgos que se llama Gamonal, y de un edificio en Barcelona que responde al nombre de Can Vias. Todo el país tuvo ocasión de debatir si tenía sentido que Estrasburgo tumbara la doctrina Parot o si cabía haber hecho más para que esa doctrina aguantara. Salieron de prisión indeseables que lo siguen siendo, pero que ya han pagado su condena. Entró en prisión Zulueta, la agobada recadera. Se retrataron a sí mismos, encapuchados, los etarras del teatrillo aquel de la entrega de armas, la mascarada más cutre jamás filmada.
En el curso que termina, en fin, triunfó el relaxing cup de Ana Botella y fracasó, otra vez, la candidatura olímpica de Madrid. Fracasó España en el Mundial y triunfaron, fruto del fiasco, el anuncio de la lotería de Navidad y el traductor de signos del funeral de Mandela.
Mandela se fue del todo -nos tocó contarlo- en esta temporada.
Como se fue Suárez.
Y Paco de Lucía.
Y Ana María Matute.
Y Félix Grande.
Y tantas otras personas cuyos nombres no les suenan salvo a aquellos que tuvieron que empezar este curso a llorar su ausencia.
Entre ellas, los fallecidos en el accidente aéreo de Mali. Todo era como parecía. La esperanza, remota, de que apareciera entero el avión, habiendo conseguido tomar tierra aunque fuera incomunicado, se esfumaron cuando esta mañana los militares malienses y franceses alcanzaron, cerca de la ciudad de Gossi, el lugar donde cayeron los pedazos del avión siniestrado. Fue a la vista del tamaño de esos restos, “desintegrados”, dijo un portavoz militar, como se dio por comprobado que es imposible que nadie haya sobrevivido. Como ocurre cada vez que un avión se estrella -como ocurrió hace hoy una semana con los pasajeros del avión derribado en Ucrania- es hoy cuando hemos empezado a saber de víctimas, sus nombres y sus relaciones. Si el viernes era una diminuta localidad de Holanda, Neerkant, la que estaba desolada por la muerte de una familia entera que viajaba a Malasia de vacaciones, hoy es el pueblo de Menet, en la región francesa de Cantal, el que se encuentra consternado. Como cuenta Raquel Villaécija en El Mundo, en este pueblo de 550 habitantes vivían Bruno Cailleret, su esposa y sus dos hijos. Todo el pueblo sabía que se iban a Burkina este verano a visitar a la abuela materna. Lo sabía porque habían estado en el ayuntamiento haciéndose los pasaportes y porque todos les decían: “qué suerte tenéis de ir de vacaciones a África”. De otro punto de Francia, Gex, procedían los Reynaud, Eric y Estelle. En el avión viajaban con el hermano de él y su esposa, los cuatro hijos de ambos matrimonios y los abuelos. Estuvieron a punto de suspender el viaje porque uno de los críos se rompió una pierna, pero le quitaron el yeso justo a tiempo para volar.
Ciento dieciocho personas iban en el avión de Swiftair. Los dos pilotos y los cuatro tripulantes de cabina eran, como sabemos, españoles.