Monólogo de Alsina: "Un pacto sólido que rompe esquemas"
Hay un término medio. Entre proclamar, con trompetería, que éste un acuerdo histórico que abre camino a una segunda transición en España y despacharlo, con desdén, predicando que es una filfa, un fraude, un engañabobos.
Entre la sobreactuación retórica de los hermanos Sánchez Rivera y el desprecio, también sobreactuado, de la extraña pareja Rajoy-Iglesias hay un terreno propicio para el análisis más ponderado.
Pedro el Propuesto y su escudero Rivera no han hecho Historia con mayúsculas porque, para hacerla, tendrían que ser capaces de gobernar juntos y cambiar todo eso en lo que coinciden —a lo largo de 66 páginas— que debe ser urgentemente cambiado. Ya sabemos que 130 diputados no dan para investir presidente a nadie (huelga recordarlo cada minuto); ya sabemos que Pedro Sánchez sólo será presidente a finales de la próxima semana si se produce una conjunción astral, un fenómeno sobrenatural o una epidemia de gastroenteritis entre los diputados del PP y Podemos que les obligue a ausentarse del hemiciclo.
Historia con mayúscula no han hecho. Pero pequeña historia de nuestra pequeña vida pública sí, en la medida en que éste es el primer acuerdo de ámbito nacional entre uno de los partidos emergentes y uno de los de siempre. Entre un PSOE en fase de reubicación ideológica—tras las municipales parecía decantarse hacia su izquierda y ahora corrige el tiro y mira al centro— y un Ciudadanos que se define de centro pero al que los votantes ven, en su mayoría, como partido de centroderecha.
¿Para qué sirve un acuerdo como éste? Es más, ¿sirve para algo? Luego se lo preguntaré a los firmantes. Los oponentes, por supuesto, dicen que no. Inútil, tomadura de pelo, pérdida de tiempo, engaño, fuegos artificiales. Todo eso han dicho de él desde el PP y desde Podemos. Hombre, servir, sirve para probar que yes we can, que sí se puede. Queremos y podemos, como diría esa factoría inagotable de eslóganes sintéticos que ha resultado ser César Luena. Queda probado que no hace falta ser danés para alcanzar pactos. Después de todo, este acuerdo se ha hecho a imagen y semejanza de los que hoy sostienen a Susana Díaz en Andalucía, a Cifuentes en Madrid o al otro Pedro Sánchez —-Pedro Antonio Sánchez—- en Murcia. Toda la experiencia que no tiene gobernando, la tiene Ciudadanos negociando.
¿Quién de los dos ha cedido más? En reformas concretas, seguramente el PSOE, que rebaja su pretensión de darle la vuelta a la política laboral y deja en el aire el modelo territorial, con una alusión brumosa a la España federal que fue eje de su campaña. Pero en posición política quien más cede es Ciudadanos, que pasa de predicar la equidistancia bisagrista —sólo nos abstendremos en la investidura si PP y PSOE se ponen de acuerdo antes entre ellos— a anunciar su voto favorable a Sánchez e incluso su intención de formar parte del gobierno. Para un partido que presumía de no haber cambiado un ápice su postura —los cascos azules que mediaban entre los dos grandes— éste ha sido un soberano cambio de criterio.
¿Para qué más ha servido la firma oficial de los hermanos Sánchez-Rivera? Pues para terminar con el simulacro de negociación que mantenían los partidos de la izquierda —esta operación que puso en marcha, con su mejor voluntad, Alberto Garzón y que nunca pasó de ser una kedada de cartón piedra—. Por enésima vez en los últimos dos meses, le ha tocado a Podemos cambiar sobre la marcha de criterio y de discurso. Donde anteayer no veía inconveniente Pablo Iglesias para seguir negociando con el PSOE aunque éste hubiera anunciado su alianza con Ciudadanos —iba Pablo a dejarse la piel— ya era todo lo contrario: el despecho al comprobar que, en efecto, Pedro ha preferido a Rivera.
Podemos se desquitará el miércoles, tumbando la investidura de la pareja, y volverá a desquitarse el sábado, en la segunda votación: la de la puntilla, las mulillas y el morlaco a rastras por el albero.
Sánchez ha estado toreando a Iglesias y le ha sometido a las mismas reglas del juego que a los demás, por muy de izquierdas que sea y por mucha llave de la Moncloa que hoy siga teniendo. No hay que ser un lince, ni siquiera politólogo o profesor universitario, para darse cuenta de que el PSOE eligió pareja hace semanas. Sabiendo que Rivera es más menudo, en escaños, que Pablo pero sabiendo también que pactar con él incomoda menos.
Rajoy, bordando ya el papel de líder de la oposición a un gobierno que ni existe ni va a existir, se lanzó contra el acuerdo Sánchez Rivera sin esperar a leer ni siquiera el preámbulo. Ironizó sobre la ausencia de una sola palabra sobre economia o empleo. En realidad, y como se ha visto luego, la mayor parte del documento habla justamente de eso. Y sobre eso tendrá que rebatirle a Sánchez el miércoles por la mañana si se toma mínimamente en serio el debate de investidura, ¿se acuerdan?, esa liturgia que consistía en que el aspirante dice para qué quiere el apoyo de la cámara y, una vez que le escuchan, los grupos deciden si le dan o no su apoyo. Liturgia, porque lo más probable es que la extraña pareja, Rajoy Iglesias, coincidan en proclamar que 90+40 son 130.
Los estribillos ya han empezado. Para Podemos, el PSOE pasa de ser progresista a derechista. Para el PP, Ciudadanos pasa a ser de centro moderado a filosocialista.
Y para los hermanos Sánchez Rivera, PP y Podemos pasan a ser esos partidos que, pudiendo hacer posible un cambio histórico y tremendamente saludable para España —nada menos que la segunda transición, oiga— se atrincheran en sus posturas egoistas para forzar que haya nuevas elecciones. Este guión tan previsible, que ha empezado ya a interpretarse, tendrá la semana que viene, en la sesión de investidura del Congreso, su versión larga.