Monólogo de Alsina: "Tsipras habló a lo Artur Mas, pero sin una monja haciéndole los coros"
Ríete tú del tic tac aquel de Pablo Iglesias. Para tic tac tic tac, para cuenta atrás, la de Grecia. En dieciséis horas termina el último día de junio y con él terminan dos plazos. El que tenían los gobiernos del euro para aprobar una nueva prórroga del préstamo griego (o se hace hoy, o prórroga ya no puede haber) y el que tiene el estado griego para pagar la letra del crédito que le tiene concedido el Fondo Monetario Internacional. Esto segundo ya es sabido que no va a pasar.
Lo confirmó Tsipras anoche: Grecia le dirá hoy a Cruela Lagarde (la señora de Fondo Monetario Internacional) que no tiene los 1.600 millones disponibles. O, en realidad, que aun teniéndolos no los va a pagar mientras no alcance un acuerdo con los gobiernos del euro. Llegado el día del vencimiento, Grecia no paga y pasa a ser considerada morosa. Aún no declarará el Fondo la suspensión de pagos del país, el default para los angloparlantes (la quiebra para los partidarios de los sonidos fuertes), precisamente porque espera, también el FMI, que a esta situación se le acabe dando la vuelta.
Que habrá referéndum el domingo parece impepinable. Tsipras se personó anoche en la televisión pública que su gobierno ha reabierto para decir tres cosas: que el referéndum no hay quien lo pare, que hay que votar “no” y que pase lo que pase, aquí no pasa nada. Sobreviviremos estos días sin préstamo europeo y en cuanto gane el “no” a la actual oferta se apresurarán los gobiernos del euro a suavizarla y aceptar una quita. Ésta es la idea, más o menos explícita, que el primer ministro griego está trasladando a su opinión pública. Un poco a lo Artur Mas, pero sin monja que le haga los coros: cuanta más gente vote en el referéndum y más abultada sea la victoria del “no”, más fuerte será nuestra posición negociadora. El referéndum como herramienta de presión para apretar a estos líderes europeos que van de tipos duros.
Si en contra de su criterio ganara el “sí”, huelga decir que Tsipras se iría su casa desahuciado. Si gana el “no”, él entiende que lo que pasaría (o él dice que lo que pasaría) es que no pasaría nada: Grecia seguiría en el euro y Juncker acabaría planteando lo que ayer no llegó a plantear, una nueva oferta más asequible. Puede que en ocho días, para el martes que viene, haya quedado despejada la duda que ahora mismo invade Europa: este Tsipras que ha sacudido el tablero europeo, ¿es un cafre que ha perdido el juicio, o es el más audaz de los jugadores de mus a que se ha enfrentado la Unión Europea?
Los gobernantes de los demás países del euro, incluido el de aquí, Rajoy, han empezado a hacer campaña por el “sí” alimentando la idea de que votar “no” es condenar a Grecia a salir del euro. Lo sugieren, pero nadie se ha atrevido a decirlo aún abiertamente. O porque podría tener un efecto contraproducente o porque, en el fondo, piensan lo mismo que Tsipras, que llegada la hora de decir “saquemos de aquí a estos griegos” prevalecerá el empeño en mantener íntegra la moneda única y se abrirá una nueva negociación con quita incluída. Ésta es la clave de todo: si el “no” desencadena automáticamente el final de esta historia, es probable que los griegos se lo piensen. Si el “no" se ve como una demostración de fuerza negociadora, es lógico que los griegos se apresten a hacer esa demostración exhibiendo orgullo. ¿Se acuerdan lo que decían las encuestas cuando el referéndum de Artur Mas? Si el “sí sí” nos saca de Europa, la mayoría no quiere. Pero si puede votarse por la independencia y seguir, a la vez, en la UE, entonces la cosa cambia.
Con la opinión pública europea metida en una formidable controversia, son los países del sur —-somos los países del sur— aquellos en los que más apasionadamente se está viviendo este asunto. Con partidarios y detractores de Tsipras. Los detractores le ven como un peligro público para los propios griegos que le han votado, los partidarios se refieren a él como la encarnación del pueblo griego. No es Tsipras el que desafía a la zona euro, es “el pueblo de Grecia”. Pero, a la vez, a los gobernantes de los demás países europeos no los ven como encarnación de sus pueblos respectivos, el alemán, el francés, el español, sino como políticos sin corazón al servicio de los banqueros. Éste es el juego que permite simplificar el relato hasta la caricatura más absurda. Tsipras es la democracia hecha carne pero Merkel es una imperialista autoritaria. Y al revés: los gobiernos del euro defienden, con rigor, los intereses de sus sociedades respectivas pero Tsipras es un tronao que ha decidido llevar a los griegos al matadero.
Entre los partidarios de Syriza, que naturalmente los hay en España y muy visibles (aunque Vicenç Navarro no lo crea), están quienes recurren a argumentos interesantes —-como la idoneidad de las políticas económicas de Europa o la rigidez de unas normas pensadas para escenarios muy distintos a éste— y están quienes recurren al clásico de retratar a Alemania como apisonadora de democracias. La pavada ésta de pintarle a la señora Merkel un bigotito y recordarnos a todos que los alemanes iniciaron dos guerras mundiales para quedarse con Europa. Para ser los mismos que defienden que el pueblo griego no es responsable de lo que hicieron los gobiernos anteriores, al pueblo alemán nunca dejarán de recordarle que estuvo gobernado por los nazis. Aunque tenga desde el año 49 una Constitución y aunque Konrad Adenauer fuera el primero en abrazar la declaracion Schuman que está en el origen de lo que hoy es la Unión Europea.
Ahí tienen a Juan Carlos Monedero, un profesor de universidad, nada menos. Identificando a los hombres de negro de la troika, qué sorpresa, con las SS. “Han cambiado los correajes por las corbatas”, dice el politólogo. Como nos gustan las bromas con nazis y campos de concentración, eh, Monedero. Si a un profesor universitario se le ocurriera identificar la España actual con el régimen de Franco lo correrían a gorrazos por insolvente intelectual. Pero identificar a la Alemania de 2015 con la del 38, ah, eso es un alarde de memoria histórica. Urge crear el premio al selfie integral, esa declaración que retrata a quien la hace dejándole en cueros.
Hay que esforzarse más al escoger los argumentos. Que los hay, pero tienen poco que ver con lo que sucedió en Europa hace más de medio siglo o hace veinticuatro siglos y medio. Que ésta es otra, evocar a Platón para pedir una adhesión inquebrantable a lo que sea que decida el pueblo griego. En la incontenible afición por la caricatura histórica, Alemania es Hitler y Grecia es Platón. Platón, y Sócrates y Aristóteles. Kant no cuenta porque emborrona el fresco.
Aun seguimos discutiendo por qué Sócrates, antes de morir, le recordó a Critón que había que pagarle un gallo a Esculapio. El dios de la sanación, que cobraba peaje por cada enfermo restablecido y al que Sócrates estaba dispuesto a pagar aún condenado a muerte. Es cierto que le debemos mucho a la Grecia clásica, como ayer escribía Julio Llamazares. Pero también le debemos mucho a Roma y eso nunca nos llevó a perdonárselo todo a Berlusconi.