Si usted, aun recién levantado, tiene hoy ganas de comerse el mundo; si hoy, por una vez, agradeció que sonara el despertador para poder reencontrarse con sus compañeros de trabajo de los mismos o de otros colores, entonces es que es usted el uno de tres, uno de cada tres aficionados al fútbol en España que se declara madridista. Este uno de cada tres que hoy se siente, también él, campeón por undécima vez, de la principal competición de clubes que hay en Europa.
Y si usted, por el contrario, es del Atletico de Madrid… Si usted es del Atleti nada de lo que nadie pueda decirle le va a quitar el disgusto. Simeone le reconfortaría un poco, imagino, si dejara de darle vueltas a su futuro y confirmara que se queda en el club hasta que se jubile o hasta que se traiga una copa de Europa. Pudo haber sido, ésta vez —otra vez— pudo haber sido pero no fue.
Oiga, qué diferencia entre las ruedas de prensa que ofrecen los líderes políticos que pierden las elecciones y ésta de Simeone después de perder la final de la Champions. Un entrenador que se siente obligado a preguntarse qué falta, o qué le falta, para rematar con la copa el trabajo europeo, que pide tiempo para reflexionar y que responde con sinceridad a cuantas preguntas se le hacen. Si el 26 de junio por la noche escuchamos en boca de alguno de los candidatos a presidente algo parecido a esto, entonces sí podremos concluir que el cholismo se ha abierto paso en nuestra vida pública.
Entretanto, todo lo que tenemos a la vista es la misma reiteración impostada de cada campaña electoral. Todos los candidatos diciendo no sólo que salen a ganar sino que están seguros de que van a ganar las elecciones. Bueno, Albert Rivera no. Después de lo que le pasó en diciembre, con las encuestas situándole al borde mismo de la presidencia para quedar luego cuarto y sin opciones, prefiere ir a amarrar presentándose como ariete contra el populismo izquierdista de Podemos y como el líder que antepone su vocación pactista a su ambición de cargo. Él lo llama el pacto antisillones.
Contra Rajoy ha bajado el tono el líder de Ciudadanos y contra Iglesias, por el contrario, no deja de subirlo. En lo segundo coincide con su ex-compadre Pedro Sánchez, que usa esta misma idea de que a Podemos sólo le preocupan los sillones —tocar poder— en los mítines en los que carga a partes iguales contra Rajoy y contra Iglesias. De tal manera que si en la campaña anterior Ciudadanos era el partido al que atizaban todos, en ésta de ahora es Podemos quien tiene a todos tratando de frenarle. Bueno, de frenarle en el caso del PSOE y de caracterizarle como el verdadero rival en el caso del PP, donde Rajoy no se cansa de ningunear a Pedro Sánchez.
Ciudadanos ha puesto en circulación un vídeo electoral, no muy sutil, en el que sale un bar donde todos menos uno van a acabar votando, ya lo verán, a Albert Rivera.
El vídeo se desarrolla en un bar –es un poco Los Serrano-- en el que un cliente un poco brasas acaba soltándoles a los demás una perorata pro-Ciudadanos. El “uno” que no va a votar a Rivera es un tipo con coleta y barbita, mayormente ocioso y de verbo hueco, que se supone que es la representación de Pablo Iglesias. Sólo suelta frases hechas, no le pega un palo al agua y nunca paga sus deudas. Y para colmo, le pega porrazos a una máquina tragaperras. Una joya. En el vídeo campañero también sale Rajoy, pero por alusiones: un paisano en el bar dice que lleva cuatro años perdiendo el tiempo, leyendo el marca y permitiendo la corrupción. O sea que, para Ciudadanos, es un vago Rajoy, es un vago Pablo Iglesias y es un portento Rivera, obvio, de quien todos en el bar parecen concluir que es el único que ha entendido lo que España está pidiendo. España y, podrían haber añadido en el vídeo, Venezuela. Quien no sale en el vídeo, por cierto, es Pedro Sánchez. Dramático: en el bar ni siquiera se acuerdan de que existe. Ni para bien ni para mal. Un ente ausente. En casa de Rivera.