Monólogo de Alsina: "Es una pena tener que regresar a los debates de antes de las cabalgatas"
Terminadas las jornadas festivas, vuelven los ministros a sus despachos. En la prórroga inesperada de sus cargos hasta que se resuelva el puzzle de la nueva investidura.
Una lástima dejar atrás estos debates tan hondos, tan enjundiosos, tan vehementes, sobre las reinas magas, los pastorcillos laicos y la cultura cristiana que, es evidente, impregna la mayoría de nuestras tradiciones, empezando por el calendario laboral. Una lástima que haya que ir apagando la controversia sobre si vestir reyes magos con cortinas de ducha es acabar con la ilusión de los niños o atentar a la memoria de los padres que también fueron niños y nunca se lo perdonarán a Carmena. Los padres, no los niños. Que lo sepas, Manuela.
Una lástima tener que regresar a los debates de antes de las cabalgatas. Por ejemplo, si a un país recién salido de las elecciones generales le conviene más repetirlas o le conviene más cambiar de líderes, vista su incapacidad para investir un presidente nuevo. Se han hartado de proclamar que hay un mandato ciudadano para que entre ellos se entiendan y, a la vez, no dejan de demostrar que son incapaces de cumplir con esa encomienda.
Se estira el gobierno saliente en ausencia de gobierno entrante. Los ministros ven prolongadas contra pronóstico sus carteras. Sobre todo dos, que esperaban dar puerta al ministerio a primeros de año para jubilarse de la política y dedicarse a otras tareas: a saber, Luis de Guindos y Pedro Morenés. Los dos temporalmente empantanados.
Al ministro de Defensa le correspondió hablar de la unidad de la patria y la garantía constitucional de que así sea, en la recepción por la pascua militar en la que el rey Felipe prefirió no hablar de nada. De nada de lo que va a tener que empezar a hablar en breve, que es cómo entiende él su papel de árbitro y moderador de la política nacional cuando hay un parlamento en tablas.
Rajoy ha estrenado el año sin novedad, dándole con el martillo al mismo clavo —-ríndete Sánchez—- y adornándose con una de estas frases que los marianistas elevan a la categoría de insinuación críptica pero que tiene pinta de ser una de esas cosas que se dicen por no quedarse callado, esto de “a lo mejor las cosas se resuelven antes de lo que muchos esperan”. Pues a lo mejor. O a lo mejor no. O a lo peor. O no se resuelven nunca.
La línea roja del PP (por más que Rajoy diga que él no tiene líneas rojas) es que la presidencia del Congreso tiene que ser suya y la presidencia del gobierno, también. Esta segunda, en concreto, de Rajoy. Se permite el presidente calificar de dudosamente democrático que los partidos (inluido el suyo) puedan ponerse de acuerdo en que el nuevo presidente sea otro. Si empiezas tú por establecer qué es y qué no es democrático, más línea roja no cabe.
La línea roja del PSOE es que el único partido con el que no es posible negociar nada es….el que ha ganado las elecciones. Se ha ido Sánchez a Portugal en viaje de estudios a que Antonio Costa le explique cómo se hace para pactar con las izquierdas euroescépticas y populistas sin que parezca una traición a la socialdemocracia moderada y europea. Costa le dirá lo que Sánchez ya sabe: ¿cómo se pacta? Pactando. A la portuguesa, dicen en Ferraz Luena y los demás discípulos de Pedro, recién descubierta el hecho diferencial ibérico: ganan las elecciones las derechas pero son mayoría las izquierdas. Cabe pensar que Costa le dirá a Pedro esto otro que Sánchez también sabe: “Tu problema, amigo, no es Susana, tu problema es Felipe”. Véte a decirle al pope que andas de novio con Pablo el bolivariano y te saca de Ferraz —y de España, si puede—- a garrotazos.
La línea roja de Podemos, en fin, es que todo el voto rojo sea suyo, amortajando cuanto antes la Izquierda Unida terminal y metiéndole al PSOE una barrena para que las dos hijas de Felipe, Susana y Carme, acaben despellejando a Pedro. Nada como darle esperanzas al líder socialista para que su partido se desquicie. Juega Iglesias a apretar y aflojar con el tema del referéndum de autodeterminación para tener a Pedro haciendo méritos. Pero sabiendo Iglesias que, al final, su auténtica línea roja, la de Podemos, se llama Ada Colau. Es a ella a quien hay que tener contenta para que fragüe la matrimoniada en autonómicas.
Como el rey lo confíe todo a la legendaria técnica mariánica de dejar que pasen los días a ver si la fruta de la investidura madura por sí sola, que vaya preparando el monarca la firma del decreto de disolución de la cortes más cortas de la historia. Diputados por un rato. Y no porque no haya presidente posible. Porque ninguno va a ceder en sus posiciones para que pueda gobernar otro. Ni come ni deja comer el perro del hortelano.
Si hay un país en el que, visto lo visto, va haciendo falta la segunda vuelta electoral, ese país es éste. Si los partidos son incapaces de ceder para alcanzar acuerdos e investir presidentes, cambiemos las normas para que seamos los ciudadanos quienes tengamos, en última instancia, la llave de la Moncloa.
Reforma de la ley electoral (y de la Constitución para cambiar la circunscripción provincial) y segundas vueltas para acabar con este debate interesado sobre si el candidato más votado es, en verdad, el preferido de la mayoría. Para acabar con las dudas sobre a quién quieren de alcalde los vecinos —-sin depender de pactos de ganadores o perdedores—-, segunda vuelta en las municipales para elegir alcalde. Para saber a quién prefieren de presidente de gobierno los ciudadanos, sistema presidencialista con urnas específicas para escoger jefe de gobierno. Así se acaba con las investiduras imposibles y la repetición de elecciones cuando la aritmética resulta diabólica. Si los líderes no alcanzan a interpretar la voluntad de sus votantes, que los votantes se interpreten solos.