El monólogo de Alsina: El rey Arturo en su última meta volante
Les voy a decir una cosa.
Si el pequeño Nicolás hubiera sido más eficaz en sus misiones encubiertas, si hubiera echado el resto en alcanzar sus objetivos secretos en lugar de atiborrar su móvil de selfies con media España, si el pequeño Nicolás hubiera conseguido, en fin, disuadir a Artur Mas de sus planes soberanistas, hoy, a estas horas, estaríamos hablando de otras cosas: la conversión de Pedro Sánchez en ariete contra la reforma express de la Constitución de hace tres años, o la de Pablo Iglesias en groupie del Papa Francisco.
Este discurso que pronunció el Pontífice en el Parlamento europeo y que fue celebrado por el secretario general de Podemos al grito tuitero de “¡Bien, Bergoglio!”, que es como los profetas laicos dicen “amén, Santidad, amén”. No era hoy el momento de entrar a debatir si un Papa debe ser considerado casta o si encarna uno de esos poderes, la jerarquía eclesial, que trata de imponer a los gobiernos decisiones que los ciudadanos no han votado. Se trataba --así lo entendió Iglesias- de subrayar aquellos pasajes de la prédica papal que tuvieran el aroma, la música, del discurso que viene haciendo Podemos.
Cuando expuso Francisco la tesis tradicional de la jerarquía católica (el capitalismo antepone la condición de sujeto económico del hombre a su condición de persona) Iglesias se vio comulgando con la postura de Bergoglio, y aún más cuando éste hizo la (también) tradicional alusión de los papas a los poderes financieros que controlan el mundo -versión actual de aquello de más fácil es que un camello pase por el ojo de la aguja que entre un rico en el reino de los cielos-.
Descubrir a estas alturas la doctrina social católica sobre los ricos y los pobres, o el trabajo como fuente de dignidad humana, es como ver de pronto “Las sandalias del pescador”, cuarenta años después de su estreno, y que te guste.
Le entusiasmaron al líder de Podemos los mensajes del Papa contra las élites financieras y debieron de entusiasmarle menos -o no se manifestó al respecto- otros mensajes de Francisco, como su apelación a que Europa aprecie sus raíces religiosas y glorifique a Dios, en lugar de olvidarlo, como medio para hacerse inmune a los extremismos, una Europa que promueva la fe y defienda a los niños que son asesinados antes de nacer, o su apuesta, en fin, por una educación basada en la familia unida, fértil e indisoluble. “Fértil” e “indisoluble”, que es como el Papa entiende que debe ser la familia ejemplar. Berglogio no se ha hecho de Podemos.
Berglogio dice, tanto en aquello que ha entusiasmado a Iglesias como en aquello otro que no le ha provocado el menor entusiasmo, lo mismo que siempre ha dicho. Podemos hará un programa electoral y el Papa, si acaso, hará una encíclica.
Si el pequeño Nicolás hubiera disuadido a Artur Mas de sus planes soberanistas, a estas horas podríamos hablar de Pedro Sánchez, yo pecador, un capítulo más de este nuevo testamento que él predica y cuyo capítulo de hoy lleva por título “apostatemos”. La actual dirección socialista repudia ahora la reforma de la Constitución que hizo Rodríguez Zapatero en 2011, acuciado por la prima de riego, el recelo de los inversores y el riesgo de tener que ser rescatados. El ya famoso artículo 135, el que ya establecía que el pago de la deuda pública del Estado no puede ser objeto de modificación y al que añadió el presidente, de manera explícita, el compromiso de estabilidad presupuestaria, la obligación de todas las administraciones de cumplir los objetivos que se les marquen y la prioridad “absoluta” del pago de la deuda adquirida.
Lo que a Pedro Sánchez le parecía en 2011 una reforma cargada de sentido y beneficiosa para los españoles, le parece en 2014 un error que hay que rectificar. Y en su derecho está todo el mundo, líderes políticos incluidos, a cambiar de criterio sobre un asunto: caso de hacerlo, lo que corresponde es admitir ese cambio y exponer las razones que llevan a ello. El líder socialista lo ha hecho: ahora cree que fue un error porque dio vía libre al gobierno para recortar demasiado, y de servicios públicos esenciales, con el argumento de que la norma obliga -eso dice Sánchez- y porque la prioridad “absoluta” debe ser mantener, blindar, los servicios esenciales, no alcanzar el déficit cero.
Explicación ofrecida y sujeta, por supuesto, a que cada cual diga lo que le parezca oportuno. Por ejemplo: que el PSOE se sube a una ola que hasta ahora impulsaban IU y Podemos. “Siempre están ustedes con lo mismo”, les dijo Sánchez esta mañana a los periodistas, “que no, que no hacemos las cosas porque queramos ser Podemos, tenemos nuestro propio camino”. Por si acaso los periodistas le piden cada día a Sánchez que se ponga un momento de espaldas, para verificar que no está dejando coleta.
Y es de esto de lo que hoy estaríamos hablando si el espía (pequeño) Nicolás no nos hubiera salido rana. Es decir, si no perseverara Artur Mas en su interminable sucesión de cálculos, hojas de ruta, tácticas, convocatorias y anuncios. En ello está ahora mismo el presidente catalán y de lo que queda de Convergencia, en otro de sus actos solemnes, otro día para la historia, de hito en hito.
Hoy cambió el Palau de la Generalitat, y la plaza de Sant Jaume, por el Auditorio Forum de Barcelona. Tres mil butacas, setecientos cuarenta metros de escenario. Dices: sobran setecientos treinta y nueve, Mas tampoco ocupa tanto. Ah, pero lo de hoy no es sólo Mas, es la coronación del president como rey del soberanismo y Moisés que reúne tras de sí a media sociedad catalana. Esto ya no es Convergencia, ni Esquerra (que sigue haciéndose la estrecha), esto es la sociedad soberanista por el rey Arturo para concurrir como un solo hombre a la última batalla. En palabras de Mas, culminar el proceso.
Es decir, el viejo objetivo ahora ya explicitado: elecciones autonómicas presentadas al público como referéndum sobre el soberanismo y, de rebote, sobre sí mismo.
El rey Arturo en su última meta volante. Encarando ya las urnas que siempre buscó y moviéndose bien para recuperar aliento y frenar a Esquerra, resignada a este papel de gregaria, al rebufo de las decisiones que va tomando, en la sacrificada soledad del mando, el líder del soberanismo catalán.