El monólogo de Alsina: A esta hora de 1963 empezó a cimentarse en Dallas el mito artúrico de Jack Kennedy
Les voy a decir una cosa.
A esta hora, justo a esta hora, se declaró la defunción (una de la tarde en Dallas). Y a esta hora comenzó a escribirse la leyenda. A construirse el mito.
Camelot y su joven rey, muerto por la herida fatal causada por su aún más joven enemigo. El ensueño del caballero heroico que, destilando carisma por cada uno de sus poros, y enfrentado a malvados adversarios (unos oscuros y otros rojos) conquistó el amor de su pueblo, pese a haber sido presidente por la mínima. A esta hora de 1963 empezó a cimentarse en Dallas el mito artúrico de Jack Kennedy. Que se llama artúrico por el rey Arturo de Camelot, no por Artur, aspirante a rey -y aspirante a mito- en Cataluña. Nada agrada más a un dirigente político que ser llamado “el Kennedy de su partido”. Y nada es más recurrente para un político español que versionar la única frase que recuerdan de aquel presidente asesinado: lo del “no preguntes qué puede hacer la nación por ti qué puedes hacer tú por la nación”, reconvertido en el inconsciente de media clase política española en un “no preguntes qué vamos a hacer nosotros por ti, sino qué más puedes hacer tú por nosotros”.
Cuando a Juan Costa le dijeron que iba a ser el Kennedy del PP es posible que levitara, aunque también es posible que, a día de hoy, usted no sepa quién es Juan Costa. A Artur Mas, mucho antes de que Pilar Rahola fantaseara con verle erguido sobre una mesa redonda, los pelotas del hereu le comparaban también con Kennedy. “Tú eres nuestro JFK”, le decían, causando en él, una vez que le aclaraban con no estaban pronosticando su muerte violenta, un arrebato de placer semejante al que sintió Bob Kennedy el día que Lyndon Johnson anunció que se marchaba.
El huracán político que encarna Artur Mas sigue soplando con fuerza en estos días. Sopla tanto el huracán, que va camino de no dejar ni una vivienda en pie en este territorio menguante que se llama base electoral de Convergencia. Pronto se cumplirá un año de aquella jornada histórica en que el milagro Mas empezó a materializarse: la elección de 2012, el día en que pasó de tener sesenta y dos escaños a tener sólo cincuenta. El éxito arrollador que aquello supuso, la constatación tantas veces buscada de que era posible encoger su partido de manera meteórica pero muy sólida, abrió camino a este año de gloria que ha vivido la dirección de Convergencia. Hace un año pasaron de 62 a 50, pero si hoy se celebraran elecciones en Cataluña pasarían de 50 a 35. A esto se le llama, en efecto, consolidar una tendencia. Dadle tiempo, y culminará la trasfusión de votos del granero de su partido al granero de Esquerra Republicana. Hoy ya ganaría Esquerra porque CiU se la sigue pegando.
La formidable operación política que inició el heredero de Pujol -vaciar Convergencia en beneficio del adversario- está a punto de completarse con éxito. Incompresible que, por primera vez en una encuesta hecha por la administración catalana, el president Mas suspenda, ingrata la sociedad votante al alarde de pericia política que viene haciendo. Qué injusto que priven al president del primer puesto en la valoración de líderes, en beneficio de este Oriol Junqueras que recoge lo que el otro va tirando y que, a este paso, le privará del gusto de ser el primer presidente de la Republica Independiente de Cataluña, caso de que ésta llegue a existir alguna vez.
Junqueras, autor de esta imbatible argumentación que dice que, parando la economía catalana una semana, no quedaría más remedio a los acreedores de España que obligar al gobierno central a reconocer de inmediato la independencia catalana. Fino estratega en la cresta de la ola. Encuestas cantan. No hay buenas noticias para el PSC, que arrollado por Ciutadans, va camino de empatar con el PP de Alicia Sánchez Camacho. Que tampoco recibe buenas noticias porque de 19 escaños se quedaría en 14.
Aunque, para el Partido Popular -no el de Cataluña, sino el de la sede central de Madrid, calle Génova- la descripción más comprometida de hoy no es la que hace el CIS catalán sobre sus intenciones de voto sin el juez Pablo Ruz sobre el pago de la reforma de su sede. La investigación de los papeles de Bárcenasllevó al juez instructor a buscar entradas y salidas de dinero que se correspondan con pagos o ingresos realizados por terceras personas, o donantes que aportan en efectivo o receptores que cobran también en cash. El septiembre encargó el juez a la policía judicial que registrara la empresa de la que es titular el arquitecto que le hizo al PP la reforma de su edificio principal. Realizado ese registro, y habiendo podido acceder a la documentación que guardaba esa empresa para llevar la cuenta de lo que se le había abonado, encuentra la policía (y encuentra el juez) una coincidencia altamente sospechosa entre los cobros que va realizando el arquitecto por cada planta del edificio y los pagos que tiene Barcenas apuntados en sus papeles. Coincidencia que es indicio sólido, entiende (con razón) el magistrado, de estas dos cosas:
· Primero, de que las obras de reforma se pagaron en efectivo con la consiguiente ocultación a Hacienda y fraude fiscal cometido, presuntamente, por el arquitecto con la colaboración necesaria de quien le paga en B, que es Bárcenas como responsable de la caja del PP.
· Segundo, que tal como se presuponía, los famosos papeles de Bárcenas recogen entregas reales de dinero y suponen una contabilidad B de esta formación política.
Dices: vaya novedad, si esto ya lo contó Bárcenas, el tipo que manejaba la caja. Ya, pero una cosa es que lo diga el imputado y otra cosa es que lo diga el juez que dirige la investigación. ¿Cabe en la cabeza de alguien que un partido político con vocación de gobierno que decide remodelar su sede nacional le pague al arquitecto de la obra en negro? Pues sí, cabe en la cabeza de los responsables de ese partido (como poco, de quienes llevaban la tesorería), que alimentaban de esta forma eso que tanto dice combatir ahora el gobierno, la economía sumergida.
Cuando Rajoy dijo ayer que todo lo que podía decir sobre el caso Bárcenas es que espera que no se vuelvan a producir nunca casos como éste, seguramente era consciente no sólo de que podría decir bastante más, sino que en función de qué vaya quedando acreditado en la instrucción judicial y qué se ventile, en su día, en el juicio correspondiente, es probable que, al final, tenga que hacerlo.