El monólogo de Alsina: Hoy quien se quedó asombrada fue España
Les voy a decir una cosa.
A este paso lo que va a haber que preguntarle al gobierno -siempre tan receptivo a los estados de opinión ciudadanos- es por qué en cada rueda de prensa o cada entrevista que da el presidente o cualquiera de sus ministros introducen siempre unas palabras de reconocimiento al esfuerzo y el sacrificio que estamos haciendo todos. ¿Quiénes? La sociedad española. Siempre lo dicen, ¿verdad?
No es mérito del gobierno que vayamos saliendo del hoyo, es mérito de la sociedad española que ha sabido apretar los dientes y encajar con sensatez el gran ajuste que hemos tenido que hacer, o que hacernos. Rajoy, De Guindos, Montoro, Báñez, Margallo, Cañete, todos nos alaban el esfuerzo que seguimos haciendo. Va a haber que preguntarle al gobierno por qué lo dice, o a qué esfuerzo se refiere, porque a la vez que nos reconoce el sacrificio le va restando gravedad cada día. Si, como dice ahora el gobierno, los salarios están subiendo, las pensiones van a subir siempre, los precios están por los suelos y somos el país europeo que más ha reducido el paro este año, oiga, en lugar de aplaudirnos el sacrificio lo que habrá que decirle a la sociedad española, en coherencia, es ¡¿de qué se queja?!
Para algunos dirigentes políticos, ministros incluídos, el Congreso es un lugar peligroso. Les pone tanto la lidia parlamentaria -darle un buen corte al diputado que te interpela, hacer una frase redonda, levantar una ovación de tu bancada agradecida- que olvidan que todo lo que se dice allí está sometido, de inmediato, no sólo al escrutinio de los presentes, sino a la fiscalización de quienes, estando fuera (medios de comunicación, ciudadanos), participan también de esto que llamamos el debate público. Y olvidan que, salvando algunas excepciones tan palmarias como palmeras, a la gente, en general, le molesta sobremanera que intenten darle gato por liebre, o vacilarle.
En las licencias que se permite un gobernante, o un opositor, en su afán porque sea su discurso el que prevalezca, el que gane adeptos, también hay límites. Hay líneas rojas. Fronteras que no conviene cruzar porque, si te pasas de frenada, consigues el efecto contrario al que estabas buscando. En lugar de hacer más sólido tu argumentario, lo dinamitas; en lugar de persuadir, disuades -¿de qué?; de tomarte en serio-.
Es perfectamente lógico que un gobierno, deseoso de cambiar la percepción social sobre la situación económica, ponga el foco en aquellos elementos positivos que van surgiendo siempre que éstos, naturalmente, sean ciertos. El problema no es decir “brotes verdes”, sino venderle a la sociedad algo que, en realidad, no brota -como le recordó la semana pasada Susana Díaz a Elena Salgado-.
Todo el mundo entiende que Luis de Guindos, sabiendo que el tercer trimestre va a arrojar un dato de PIB en positivo (aunque sea por la mínima) ponga el acento en ese dato y lo acompañe de otros indicadores adelantados (los PMI, el interés de los bonos) para que vaya calando esa idea de que, estando todavía mal, vamos poco a poco mejorando. Y es el ministro de Economía quien más insiste en esta segunda parte, en lo del “poco a poco”, porque es su propio cuadro macroeconómico el que describe una recuperación tan tímida, aún, para 2014 que impide llamarle a eso “fin de la crisis”.
Hacer ese ejercicio de subrayar lo esperanzador en un contexto muy prolongado de sacrificio tiene sentido y seguramente la mayoría de la gente lo entiende. Se cuida mucho el ministro (este ministro) de meterse en charcos. Otros se cuidan menos. Y una cosa es poner el acento en datos positivos y otra distorsionar la realidad forzando la lectura de algunos datos muy parciales. El riesgo de no saber medir y no saber frenar es que aquel que te está escuchando (en el Hemiciclo o fuera de él) acabe teniendo la impresión de que intentas tomarle el pelo.
Proclamar, como si fuera una conquista -como ayer hizo la ministra de Empleo- que somos el país que más ha reducido su número de parados este año en la Unión Europea puede reconfortar a quien hace la proclama y a su fiel bancada (ahí le has dao, ministra, mira qué cara se le ha quedado), pero hombre, cuando sigues teniendo la tasa de paro más alta de Europa (¿o era la más alta del mundo?) igual deberías cuidar el tono. Esto no es un concurso entre países --en Italia subió, en Francia subió, ¡y aquí ha bajado!-- ni cabe aislar un porcentaje trimestral de la realidad (los números absolutos) que refleja.
Del mismo modo que, cuando alcanzas los seis millones de parados es probable que, si el paro sigue subiendo, lo haga ya más despacio (y presumir de ello como si fuera un logro carece de sentido), cuando tienes a la cuarta parte de tu población activa desempleada tienes todas las papeletas para ser el país en el que más parados vayan dejando de serlo, aunque sólo sea porque se van del país o, siendo inmigrantes, retornan al suyo. Camuflar, disimular, distorsionar la realidad no es, por mucho que los dirigentes políticos se esfuercen en convencernos de ello, una obligación constitucional ni de quien gobierna ni de quien está a la contra. Embaucar al personal no forma parte de las tareas del político. Del político con mayúsculas que empieza por respetar la inteligencia de los demás y respetarse a sí mismo.
“Los salarios en España no están bajando”, dijo hoy el ministro de Hacienda, “están moderando su subida”. Ésta es una afirmación que, de entrada, choca a quien la escucha, porque la impresión generalizada es no sólo que han bajado los salarios (en el sector privado y en el sector público) sino que el propio gobierno lo ha venido reconociendo (“encomiable el esfuerzo de la sociedad española”, etcétera). Seguramente a usted, que me escucha, le han bajado el sueldo, y conoce a más gente a la que le ha pasado, pero como la estadística a veces despista, dices, “igual haciendo la media tiene razón el ministro”. Si a los ejecutivos de las grandes empresas les han subido mucho el sueldo -que tampoco parece-, igual distorsionan la media y parece que nos lo han subido a todos.
La ventaja es que el propio ministro incluyó en su sonada afirmación la fuente en la que bebía, el registro oficial que, según dijo, acredita que los salarios están moderando su crecimiento (el gerundio también es interesante, porque quiere decir que no han empezado a subir ahora, sino que venían subiendo y ahora lo hacen más despacio: no es lo mismo crecer moderadamente que moderar el crecimiento, y no cabe emplear, en este caso, ambas expresiones como sinónimas). Dijo el ministro en su intervención de dónde salía el dato: la Encuesta Salarial, la biblia a estos efectos. Y ocurre que la Encuesta de Estructura Salarial que elabora el INE (o sea, el ministerio de Economía) refleja que los salarios bajan, como lo refleja la Encuesta de Coste Laboral, también del INE. Luego el ministro ha explicado que él se basa en la estadística de los convenios colectivos (no fue eso lo que dijo desde el sillón azul); y es verdad que los convenios reflejan hasta septiembre (de media) una subida del 0,56 %, pero no afectan a todos los trabajadores, sino sólo a una cuarta parte.
Qué interés pueda tener ahora el gobierno en negar la devaluación salarial que se ha producido (y se produce) en España cuando ése es uno de los cambios que el propio gobierno menciona como beneficioso para nuestra competitividad, cuando son las estadísticas del gobierno las que lo reflejan y cuando es el propio gobierno el que subraya lo comprensivamente sacrificados que estamos siendo todos. Por darle con un dato parcial en la cabeza a Cayo Lara le pegas un tiro en el pie al crédito del gobierno al que perteneces. Acabaremos asombrando al mundo, pero hoy, de momento, quien se quedó asombrada fue España.