El monólogo de Alsina: No es a Juncker a quien le ha hecho una faena Pedro Sánchez
Les voy a decir una cosa.
La Unión Europea tiene -tenemos- nuevo presidente de la comisión, ahí es nada, nuevo presidente del gobierno comunitario, que es como acostumbramos a llamarlo los medios, ¿verdad?, otorgando seguramente una relevancia excesiva a este grupo de políticos (uno de cada nación de la UE) que se encargan de llevar el papeleo.
Hay nuevo presidente de gobierno en Europa, un señor de Luxemburgo que se llama Juncker, que es tan conservador como el que aún no ha terminado de irse, Durao Barroso, pertenece al partido que ganó las elecciones del 25 de mayo, el Partido Popular Europeo, y se impone como tarea reverdecer el europeísmo, convencernos a todos de que Europa es algo más que cumplir con el déficit público.
Ha sido investido Juncker en el Parlamento europeo después de obtener el apoyo mayoritario de los jefes de gobierno nacionales (rabia Cameron) y con el apoyo de 422 de los 751 eurodiputados, mayoría de sobra. Quienes han apoyado a Juncker han ganado la votación y quienes están en contra han perdido. Que los socialistas españoles votaran hoy por Juncker o contra Juncker carecía de importancia en lo que al resultado final se refiere: hicieran lo que hicieran ganaba Juncker, circunstancia que seguramente tuvo en cuenta el nuevo líder del PSOE cuando, antes incluso de serlo, se mostró partidario de votar en contra.
Si sabes que tu discrepancia no va a abortar, en realidad, el pacto alcanzado por los tres partidos mayoritarios europeos, cabe pensar que discrepar, o salirte del guión, cuesta menos. Aunque, por el camino -años colaterales pongas en evidencia el poco peso que hoy tiene tu partido en el grupo parlamentario al que pertenece: 14 escaños de 191.
No es a Juncker a quien le ha hecho una faena Pedro Sánchez, es a los eurodiputados socialistas y es a sí mismo. Y no por votar en contra del candidato conservador -que ya ves tú- sino por la forma en que se ha gestado el voto de los eurodiputados socialistas españoles. La razón por la que hoy han votado en contra de Juncker es la misma por la que antes iban a haber votado a favor: porque la dirección de su partido así lo ordena. Recién llegado al liderazgo como renovador de la política, Sánchez ya ha recurrido a los usos de siempre, la consideración del diputado (europeo, en este caso) como un robot que está para darle al botón que decida Ferraz, sin posibilidad de autonomía y de criterio propio. El parlamentario entendido como peón de brega, correa de transmisión de la voluntad del líder máximo.
El Partido Popular -y alrededores- lleva todo el día dándole cera a Sánchez por haber incumplido un pacto que, ciertamente, él no firmo. El pacto, más verbal que otra cosa y poco publicitado porque así suelen ser los pactos entre socialistas y populares en Estrasburgo, lo alcanzó, con el PP europeo, el partido de los socialistas europeo, que en realidad no es un partido, sino una federación de partidos nacionales. Será a los responsables de ese partido a los corresponda explicar si cuando asumen compromisos, hablan en nombre de todas las organizaciones nacionales que integran su federación o no están en condiciones de hacerlo. Y será, en todo caso, al Partido Socialista Europeo quien tenga que pedirle explicaciones al PSOE por su incumplimiento.
Los populares se han lanzado a censurar a Sánchez que incumpla un acuerdo que asumió Rubalcaba. Dónde vamos a parar, dicen, este hombre, minuto uno, ya no nos parece de fiar. Afearle la conducta al antecesor forma parte de la tradición política de los relevos. Tal vez lo que deberían plantearse los populares, antes de escandalizarse tanto, es si el pacto alcanzado por las cúpulas de los partidos (Juncker de presidente de comisión, Schulz de presidente del Parlamento) es coherente con la matraca que nos dieron en campaña sobre lo importantes que éramos los votantes porque por primera vez, ¿se acuerdan?, íbamos a elegir nosotros al presidente de la comisión.
Si vota usted PP, está votando por Juncker; si vota PSOE, está votando por Schulz. Ya explicamos aquí que aquello era un cuento chino porque serían los grupos parlamentarios en Estrasburgo, previa sugerencia de los jefes de gobierno nacionales, quienes pactaran quién presidía la comisión y quién, el Parlamento europeo. Es decir, que podía pasar -como ha acabado pasando- que un votante que creyó estar dando su apoyo a Schulz haya acabado dándoselo a Juncker. Pero si hubieran insistido menos en que votar a Valenciano era votar contra Juncker no tendrían tanta dificultad para explicar ahora qué tiene de extraño que un eurodiputado que representan a votantes que no querían a Juncker vote, en coherencia, en contra de Juncker. Poner todo el acento en el compromiso alcanzado con el otro partido supone desatender la relevancia de un compromiso previo: el que cada eurodiputado asume con sus votantes.
Bien es verdad que, para la dirección del PP, los eurodiputados son lo mismo que para Pedro Sánchez, peones. Y que son los propios eurodiputados de estos dos partidos los que se dejan tratar como tales. La misma Elena Valenciano que se hartó de contarnos lo importantísimo que era representar a sus votantes en este Parlamento decisivo, sufrió hoy una oportuna indisposición que le evitó personarse en esa cámara y elegir, entre votar lo que decía Rubalcaba y votar lo que dice Sánchez. El número dos de la lista, el veteranísimo Ramón Jáuregui que debería estar ya de vuelta de todo, hace saber lo incómodo que le resulta incumplir el pacto con el PP europeo pero, a renglón seguido, vota lo que le dicen. Y se inventa, para justifica la incoherencia manifiesta entre lo que piensa y lo que hace, una figura que, en rigor, no existe.
Dice Jáuregui que están cumpliendo el mandato del secretario general. En realidad, bien lo sabe Jáuregui, ni Pedro Sánchez es todavía secretario general ni, aunque lo fuera, tendría potestad para emitir mandato alguno sobre el voto de un eurodiputado. Ni siquiera en el caso de que un parlamentario -como hace Jauregui-asumiera que carece de libertad para votar lo que le parezca oportuno, quien habría de decidir el sentido del voto en Estrasburgo no es el secretario general del partido, sino el grupo parlamentario o, en último caso, los órganos de gobierno, ejecutiva y comité, que están por encima de las decisiones personales de un secretario general que no consta que haya consultado con nadie este asunto. Lo difícil -en contra de lo que dice Jauregui-no es explicar el voto de hoy, lo difícil (y lo valiente y lo coherente) es hacer lo que uno cree que debe hacer independientemente de lo que diga el nuevo líder de tu partido.