La huelga ibérica o la huelga del sur
Les voy a decir una cosa
Los futbolistas de la selección, ¿pueden hacer huelga general o no se contempla? ¿Se imaginan que la mitad de la plantilla le comunica mañana al seleccionador que, en sintonía con la convocatoria, ellos mañana no trabajan? ¿o que Vicente del Bosque mismo se declarara en huelga? Campanazo sería. Lo que darían Méndez y Toxo por que algo así sucediera. Dentro de cuatro horas comienza el miércoles, 14 de noviembre, día en que está convocada huelga general en España.
La tercera en dos años. A decir de los convocantes, ésta está aún más justificada que las dos anteriores y es, de por sí, una jornada histórica. Dices: pero si aún no se ha celebrado cómo puede saberse si es, o no, histórica. Porque lo que tiene de histórico es que son varios los países europeos que están llamados simultáneamente a la huelga. Lo de mañana empezó siendo una jornada reivindicativa convocada por la confederación europea de sindicatos que, en tres países, algunos sindicatos han convertido en día de huelga general, a saber, Italia, Portugal, España y Grecia. La huelga ibérica, dijo el responsable de Comisiones de Madrid, quedándose corto, como se ve, porque la convocatoria más que ibérica es periférica, o sureña. La huelga del sur, ése hubiera sido un lema más fiel y más efectivo. Esta condición de simultaneidad (que Toxo y Méndez buscaron para intentar darle nuevo brío a una herramienta, la huelga general, que acusaba desgaste) es una de las diferencias de este tercer intento con los dos anteriores. La otra diferencia relevante es el motivo que se ofrece para la convocatoria.
La de septiembre de 2010 fue contra la reforma laboral de Zapatero y el retraso de la jubilación (aquel paquete de medidas que hizo suyo el presidente a sugerencia, u obligado, por nuestros socios europeos). La de marzo de 2012 fue contra la reforma laboral de Rajoy, que entendían las centrales sindicales que generalizaba el despido barato y hacía más precario el empleo. En ambos casos medidas, o reformas, concretas que se combatían para intentar su devolución al corral. La de Rajoy tuvo como elemento añadido el ninguneo presidencial del que se sentían víctimas los dos líderes sindicales, que reclamaban ser tenidos en cuenta como interlocutores para cualquier cambio en las normas laborales. El presidente pasaba de ellos y ellos lo interpretaban como un desprecio al mundo sindical. Curiosamente Rajoy acabó invitándoles a la Moncloa de manera casi clandestina y en vísperas de recibir aquí a Angela Mérkel para que le contaran Méndez y Toxo cómo les había ido en su visita a Berlín. Desde entonces los sindicatos no se han quejado de que el gobierno no les tenga en cuenta, aunque sí de que siga sordo a sus demandas y sus recetas.
A diferencia de las dos ocasiones anteriores, en este tercer intento de parar el país (que es de lo que, en definitiva, depende que se considere la iniciativa un éxito) el motivo que alegan los convocantes no es una reforma o una medida concreta, sino todas a la vez. Toda la política económica que se viene haciendo. Las dos veces anteriores cometieron el error de insistir ellos mismos en que una huelga triunfa cuando consigue el objetivo para el que se plantea, es decir, forzar al gobierno (el de Rajoy o el de Zapatero) a retirar una reforma aun estando bendecida ya por el Parlamento. Fue un error porque ninguno de los dos gobiernos hizo eso, ninguno cedió, ninguno rectificó. Y aplicando el baremo que los propios convocantes habían popularizado, hubo que concluir que ambas huelgas habían sido un fracaso aunque en público Méndez y Toxo nunca lo admitieran.
No se conoce el caso de un convocante que certifique el fracaso de su convocatoria, como no se conoce el caso de un gobierno que admita el éxito de una protesta. Esta vez los convocantes dicen que la convocatoria no tiene un motivo específico porque los motivos son todos: la huelga general con más motivos en la historia de la democracia, como se lee en la página web de la UGT. Se combate la doctrina de la austeridad y se le da una dimensión europea, lo cual tiene sentido porque quien receta la doctrina del ajuste a toda costa es la Unión Europea de la que formamos parte, o la señora Merkel si queremos personalizarlo en la persona más influyente. Este camino es un disparate, dicen los sindicatos. Este camino es el único posible, dice la canciller. En realidad, los convocantes saben (porque no han nacido ayer) que por muy abrumadora que fuera el seguimiento, mañana, de la huelga es muy poco probable que el gobierno español, o el portugués, o el italiano, cambien el chip, le hagan un corte de mangas a la austeridad europea y abracen las recetas que están planteando las centrales sindicales. Sabiendo eso, y persuadidos de que muchos de quienes secundaron las dos huelgas anteriores se sintieron defraudados porque su gesto no sirvió para cambiar nada, están transmitiendo un mensaje que, paradójicamente, se parece mucho al que transmite Mérkel. El mensaje de que hace falta tiempo para que los efectos se noten.
La huelga es una inversión, ha dicho hoy Méndez: sus efectos acabarán llegando, aunque lleve tiempo. Que es un poco lo que Merkel y Rajoy dicen sobre la política de ajustes y reformas: los frutos no son inmediatos, pero se acabarán percibiendo. ¿Y quién de los dos tiene razón? ¿Los que afirman que el ajuste es el calvario por el que hay que pasar para poder crecer después sobre cimientos más sanos? ¿O los que afirman que estamos empeorando las cosas a base de aplicar una terapia errónea y contraproducente? Qué gran pregunta. Quien le diga que la respuesta es nítida e incuestionable sólo estará expresando su opinión, no una certeza.
En Europa los gobiernos han decidido ir por este camino porque quieren pensar que es el más rápido y el más directo, pero es verdad que, hoy por hoy, no hay signos de que la cura de caballo en Portugal, en Grecia, en España, haya mejorado las cosas sensiblemente. Tampoco puede afirmarse que, de haber escogido otro camino, ahora estaríamos mejor. Tal vez sí y tal vez no. En 2009 se optó por responder a la recesión con más inversión pública y se declaró una crisis de la deuda de la que aún no hemos terminado de salir. ¿Hace falta tiempo o estamos perdiendo el tiempo? Si los problemas fueran simples y a cada pregunta existiera sólo una respuesta (como en el catecismo) no llevaríamos tres años dándole vueltas a esto.
Y entonces, ¿qué va a pasar mañana? Quien tenga bola de cristal que la use, pero ahora mismo es imposible saberlo. En las dos huelgas anteriores hubo un debate mediático, en los días previos, muy intenso, muy vehemente y hasta muy agrio. Se habló mucho de piquetes, de empresarios coactivos, de liberados, de contratos basura. Hubo mucho ruido antes y la huelga, sin embargo, pinchó. Esta vez no ha habido tanto calentamiento ni tanta trompetería de partidarios y detractores: está por ver si eso supone que mañana el pinchazo sea aún mayor que en ocasiones anteriores o que sea todo lo contrario. Que a la tercera (con ello sueñan Méndez y Toxo) vaya la vencida.